Puja bajo el mar; la estrategia silenciosa china que puede cambiar el mapa global
El gigante asiático teje una red de pactos y presencia institucional en el Pacífico, preparándose para liderar la extracción de metales críticos mientras crecen las alertas por el impacto ecológico y la pérdida de soberanía local de los países e islas vecinas.

Mientras la atención mundial se centra en las disputas por el control de recursos en la superficie, China avanza con una estrategia calculada y discreta para dominar la minería submarina en el Pacífico. El gigante asiático no solo busca asegurar minerales estratégicos para su industria tecnológica, sino que está reconfigurando el tablero geopolítico en una de las regiones más sensibles del planeta.
El fondo del océano Pacífico alberga una de las mayores reservas mundiales de minerales esenciales para la transición energética: cobalto, níquel, cobre y manganeso, claves para la fabricación de baterías eléctricas y tecnologías verdes. Países como Kiribati, Nauru o las Islas Cook, con recursos terrestres limitados, ven en la explotación de estos fondos una oportunidad histórica para su desarrollo económico. Pero la llegada de China, con su músculo financiero y diplomático, ha encendido las alarmas tanto en la región como en las principales capitales occidentales.
Pekín ha sellado acuerdos de exploración con las Islas Cook y mantiene negociaciones avanzadas con Kiribati, pequeño estado insular de la Micronesia. El objetivo: acceder a sus vastos yacimientos de nódulos polimetálicos, conglomerados minerales ricos en metales críticos para la industria global. Según fuentes oficiales, Kiribati evalúa una «colaboración potencial» con China para la «exploración sostenible» de sus recursos marinos, tras haber rescindido un acuerdo previo con la canadiense The Metals Company.
Un océano de oportunidades… y tensiones
A diferencia de otras potencias, China no parece tener prisa por iniciar la explotación comercial. Su enfoque es más sofisticado: construir alianzas estratégicas, consolidar su presencia en organismos internacionales como la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA) y desarrollar tecnología propia para controlar toda la cadena de valor, desde la extracción hasta el refinado.
Actualmente, China posee cinco de los 22 contratos de exploración otorgados por la ISA, más que cualquier otro país, y sus acuerdos cubren una superficie y diversidad de recursos sin parangón. Con prototipos como el “Pioneer II”, capaz de operar a más de 4.000 metros de profundidad, y una potente infraestructura para el procesamiento de metales, Pekín se prepara para dominar el sector cuando el contexto internacional lo haga rentable y seguro.
La estrategia china no es solo económica, sino profundamente política. Mientras critica a EEUU por eludir la ISA y actuar unilateralmente, China se presenta como defensora del derecho internacional y promotora de la cooperación multilateral. Este discurso le permite ganar apoyos en el Pacífico y en foros globales, reforzando su imagen de actor responsable en contraste con las potencias occidentales.
Sin embargo, la expansión china no está exenta de controversia. En Kiribati, la posible colaboración con Pekín ha generado críticas de la oposición local, que denuncia la creciente influencia china y advierte sobre los riesgos ambientales y la pérdida de soberanía. «Nuestro gobierno se pliega en cuatro para complacer a Pekín», afirma Tessie Lambourne, líder opositora. Mientras tanto, el presidente Taneti Maamau, abiertamente prochino, ha reforzado lazos diplomáticos y económicos con China, rompiendo relaciones con Taiwán en 2019.
¿Desarrollo o daño irreversible?
La minería submarina plantea un dilema existencial para los pequeños estados insulares del Pacífico. Por un lado, la explotación de los fondos marinos podría proporcionar ingresos vitales y nuevas infraestructuras. Por otro, científicos y activistas advierten sobre el riesgo de daños irreversibles a ecosistemas marinos únicos, aún poco estudiados. Países como Palau, Fiji o Samoa exigen una moratoria hasta que se aclaren los impactos ambientales, mientras la ISA debate cómo regular una industria que podría transformar el equilibrio ecológico del planeta.
La presencia china en la región tampoco es nueva: empresas estatales ya explotan las lucrativas pesquerías de Kiribati y han enviado contingentes policiales para formar a las fuerzas locales, lo que evidencia el creciente alcance de Pekín en este estratégico archipiélago. La presión económica china se suma a la amenaza existencial del cambio climático, que pone en jaque la propia supervivencia de Kiribati, uno de los países más vulnerables al aumento del nivel del mar.
La carrera por los minerales del fondo oceánico es mucho más que una pugna comercial: es una batalla por el control de las materias primas del siglo XXI y por la influencia en una región clave para el equilibrio global. China, con su estrategia de preparación sin prisa pero sin pausa, parece decidida a liderar la próxima revolución industrial; aunque, por ahora, prefiera esperar en la sombra.
Si el tablero geopolítico cambia, Pekín estará lista para mover ficha y asegurarse un lugar central en la futura industria de los océanos.

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