«Ahora somos más pacatos que en la época de Eloy de la Iglesia»
El bilbaino Gaizka Urresti (‘Labordeta, un hombre sin más’) hace labor de arqueología con Eloy de la Iglesia (Zarautz, 1944-Madrid, 2006), un cineasta que subió al cielo del éxito con el ‘cine quinqui’ y bajó en caída libre al infierno de la heroína y el olvido. Se estrena en Zinemira.

«Se me conoce por heroinómano, pero he sido comunista, director de cine y maricón», oímos reivindicar a un Eloy de la Iglesia muy mermado –delgado, sin dientes... entonces era la época en la que vivía en una pensión del dinero que le daban sus amigos– en ‘Eloy de la Iglesia. Adicto al cine’, el documental que se estrena en Zinemira y que recupera, a través de su obra y de numerosas entrevistas, a un cineasta sobre el que siempre ha pesado la etiqueta de maldito.
He de reconocer que afronté el documental con algunas contradicciones.
La imagen de Eloy de la Iglesia es la de un director estigmatizado y, encima, a nivel vital, tenía esa relación con José Luis Manzano [1962-1992, muerto por sobredosis en casa del cineasta y protagonista de gran parte de sus películas] y con otros chicos. Yo tenía la imagen del director maldito. Sin embargo, la productora, Oihana Olea, y Fernando Guillén me hablaban de alguien sensible y cariñoso. A mí también, en el momento de hacer la película, me ponía en un lugar incómodo, porque he hecho documentales de gente a la que admiro y que me parecen buenas personas, como Aute o Labordeta. Y aquí me encuentro con un personaje que no es ejemplar para nada en su vida. Como dice José Sacristán, espero que nadie intente emularle.
Es una película que habla también de una gran amistad, con los Olea, con Diego Galán, con sus actores... Tuvo un final triste, pero sus amigos no le abandonaron.
Lo has pillado. El personaje que mejor encarna esto es Pedro Olea, pero él no quería entrar tanto, le tenía que sonsacar. Pedro Olea es un director coetáneo, con las mismas tendencias afectivas, pero son dos visiones totalmente diferentes: Pedro, más educado, haciendo un cine más estilista, de mayor aceptación por parte de festivales y crítica, un cine más simbólico... y su amigo, Eloy De la Iglesia, todo lo contrario. Pero, sin embargo, esa amistad, a pesar de que en un momento se distanció por el tema de la heroína, estuvo presente durante toda su vida. De hecho, quería terminar con Pedro Olea diciendo que se había esnifado a Eloy [cuando lanzaron sus cenizas al mar en Zarautz]. Y en la relación con Diego Galán, aunque en sus entrevistas daba la imagen de enfant terrible, es muy bonita la escena, en el plató de ‘Versión Española’, donde se abre y reconoce cuánto le ayudó en 1996 con el homenaje que le tributó Zinemaldia, cuando Galán era director.

Sirve también para ver lo que fue De la Iglesia en una época. Sus películas fueron muy taquilleras, se hacía cola para verlas. Aunque luego se le haya olvidado.
Discutí con Antonio Hens, porque quería que quitara su testimonio cuando dice que en la Escuela de Cine se menospreciaba a De la Iglesia. ¿Sus películas sirven para aprender a hacer cine, a hacer un plano secuencia con personajes moviendo? Pues no. Formalmente, es un cine tosco o urgente, pero, sin embargo, a nivel narrativo y dramático son muy potentes, muy entretenidas. Más entretenidas que mucho del cine español actual y, luego, tiene eso de mostrar la realidad cruda. Él es un gran cronista de ese momento. Sus películas sirven para entender el contexto sociopolítico del que venimos.
Ganó mucho dinero, pero luego se lo gastó en heroína y tragaperras.
El piso que compró a Sacristán, donde rodó varias de sus películas, lo vendió y terminó viviendo de la caridad de los amigos y de los compañeros comunistas.
No sé si sus películas pasarían el filtro del tiempo. Algunas incluso no serían aceptadas ahora, ¿verdad?
Hay unos chicos de 20 años que han estado en prácticas en la productora a los que les puse el documental, cuando estaba en premontaje, y miraron en internet y todo para ver si ese personaje y esas películas existieron. Es que ves imágenes que ahora mismo están desterradas del mundo audiovisual. Yo, seguramente, el primer pene que vi en una pantalla fue en ‘El diputado’, masturbándose. Era un director muy autodidacta; de hecho, formalmente no es muy estilizado. Como dice Pepe Sacristán: donde otros ponían la cámara, él ponía la genitalidad. Estoy terminando de montar unas imágenes para TVE y digo: ‘¡Esto no se puede emitir a las 10 de la noche, un domingo!’. Somos bastante más pacatos que en aquella época.
Se ha rodado poco sobre esta época, la de la epidemia de la heroína en los 80-90. Su documental entronca con ‘La romería’, de Carla Simón.
Es curioso que ese periodo no se haya representado mucho y, de repente, este año estamos varias películas alrededor de ese campo. En Donostia, sin ir más lejos, se va a estrenar la nueva de Antonio Flores [‘Flores para Antonio’], que en el fondo es un personaje también víctima de ese momento y también está ‘Arrebato’, de Iván Zulueta.
En ‘Maspalomas’ el principio también es muy Eloy. Me dejó epatado.
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