«Los observadores en el bullying se sienten seguros pero deben ser conscientes de su papel»
Juan Manuel Machimbarrena es profesor agregado del Departamento de Psicología Clínica y de la Salud y Metodología de Investigación de EHU. Está especializado en acoso y ciberacoso a menores de edad. NAIZ trata con él sobre los resultados de sus últimas investigaciones.

Cuando hablamos de bullying y ciberbullying, nos centramos en agresores y agredidos. Los observadores pasan a un segundo plano. ¿Qué papel juegan?
Son una parte muy importante de esta dinámica. Al final, el bullying o el ciberbullying ocurren dentro de un aula o centro escolar: hay algunas víctimas y algunos agresores, pero existe un número mucho mayor de adolescentes que ven, comentan o permanecen al margen de lo que sucede. Estos son los observadores. En la mayoría de los casos presencian lo que ocurre. En el ciberbullying son quienes leen los mensajes ofensivos en un grupo, ven los memes o son testigos de cómo alguien es ridiculizado en redes. Su papel es crucial, porque constituyen el grupo más numeroso.
Cuando los observadores se mantienen pasivos o ajenos a la situación, el agresor percibe un refuerzo social. La ausencia de censura o la presencia de risas y emojis de aprobación consolidan su conducta. Pero cuando uno de ellos da un paso adelante, defiende a la víctima o denuncia el abuso, cambia la dinámica de poder. El problema es que muchos adolescentes no saben cómo actuar o temen convertirse en el siguiente blanco. Por ello es clave trabajar con los observadores en los programas de prevención, para que actúen como agentes de cambio.
Su trabajo se centra en cómo evoluciona esa dinámica de roles. ¿Qué relación existe entre el rol de agresor y el de víctima?
Nuestro estudio, realizado con más de mil adolescentes españoles de entre 11 y 17 años a lo largo de 18 meses, confirma que el ciberacoso no es un fenómeno estático, sino una dinámica que tiende a cronificarse. Quien es víctima, agresor u observador en un momento dado tiene una alta probabilidad de continuar siéndolo meses después. Lo más relevante fue comprobar que la victimización predice la agresión posterior. Sufrir acoso hoy aumenta significativamente las probabilidades de convertirse en agresor en el futuro. No observamos el efecto contrario: haber sido agresor no predice necesariamente una futura victimización. La experiencia de sufrir daño es, por tanto, el verdadero punto de partida del problema.
«Sufrir acoso hoy aumenta significativamente las probabilidades de convertirse en agresor en el futuro»
En su artículo en The Conversation sostienen que hay que evitar los casos, pues cada nueva agresión actúa como motor de la siguiente.
Cada episodio de acoso genera un aprendizaje social y emocional. Deja huella. Un adolescente que sufre acoso interioriza una sensación de indefensión, pero también observa que la violencia puede tener efectos inmediatos: visibilidad, atención o incluso poder dentro del grupo. De ahí que, si esa víctima no recibe apoyo ni acompañamiento, puede reproducir los mismos patrones con otros como forma de reparar el daño sufrido o recuperar una posición social perdida. Ojo, esto no pretende exculpar al agresor; entender la causa no justifica el acto. Pero sí conviene comprender que la violencia raramente surge de la nada y que, para algunos de estos jóvenes, la agresión es la única forma de relación que conocen, porque es la que han recibido. Así se alimenta el verdadero ciclo de la violencia: una agresión lleva a otra, y cada nuevo acto refuerza la normalización del maltrato en el entorno digital y en el aula. Romper ese círculo implica intervenir pronto, antes de que el sufrimiento se transforme en resentimiento o venganza.
¿Por qué la mayoría calla y mira?
En los centros escolares impera a menudo una ley del silencio, en gran parte motivada por el miedo y por creencias erróneas, como la de que intervenir te convierte en chivato. También influyen la indiferencia y fenómenos psicológicos como la difusión de la responsabilidad. Cuando muchos presencian una agresión, cada uno asume que otro intervendrá. A ello se suman la presión del grupo y el temor a perder estatus o ser marginado si se defiende a la víctima. Por desgracia, algunos de los observadores caen en la trampa de sentirse seguros en esa zona gris, pero deben ser conscientes de su papel e importancia. Aunque nuestro estudio de 18 meses muestre que los roles son estables a medio plazo, la realidad es que, por desgracia, nadie está a salvo. Las dinámicas cambian y permitir el acoso hoy es validar un sistema donde mañana ellos mismos pueden ser el blanco. En los contextos digitales la distancia emocional aumenta. Los adolescentes no ven las consecuencias inmediatas de lo que ocurre, lo que reduce la empatía. En esa zona gris encontramos jóvenes que no agreden, pero tampoco detienen la agresión. Y esa pasividad, aunque parezca neutral, nunca lo es. Perpetúa el acoso, refuerza al agresor y deja a la víctima aún más sola e indefensa.
¿Hasta qué punto debe preocuparnos esta desconexión moral?
La desconexión moral es un mecanismo psicológico que permite justificar o minimizar el daño causado a otros. En el ámbito digital se traduce en frases como «solo era una broma» o «en internet todo el mundo dice esas cosas». Este tipo de razonamientos desactiva la empatía y facilita que los jóvenes normalicen la violencia, la humillación o la ridiculización en línea. Es fundamental desmontar estos mecanismos, y no solo entre los adolescentes, también entre padres, madres y profesorado, porque el ejemplo adulto marca los límites de lo que se considera aceptable en la interacción social, presencial o virtual.
¿Cómo de grande es el problema del ciberacoso? ¿Va a más?
Los datos varían según los estudios y las metodologías, pero entre un 15% y un 25% de los adolescentes españoles ha sufrido ciberacoso en el último año, y alrededor de un 5% lo sufre de forma grave o continuada. La edad de inicio tiende a bajar. Cada vez detectamos más casos en preadolescentes, incluso en Primaria, coincidiendo con el acceso temprano a móviles y redes sociales. No hay evidencia clara de que el fenómeno esté creciendo en proporción, pero sí ha aumentado la exposición. Hoy casi todos los menores disponen de dispositivos y conexión constante. Eso multiplica los riesgos y, sobre todo, la intensidad del impacto. La víctima siente que no hay refugio posible, la agresión la acompaña en el bolsillo las 24 horas del día.
¿Cómo podemos prevenirlo?
La prevención debe ser sistemática, prolongada y comunitaria. No basta con una charla o una campaña de sensibilización puntual. Además, los centros educativos deben incorporar programas basados en la evidencia en sus planes de acción tutorial, con la implicación de las familias y la formación del profesorado. Prevenir no es solo enseñar normas: es construir entornos donde la empatía y el respeto sean valores visibles y reforzados.
¿Qué es ‘Safety.net’?
‘Safety.net’ es un programa educativo desarrollado por nuestro equipo de investigación que busca prevenir múltiples riesgos online —ciberacoso, sexting, grooming o exposición a contenidos inadecuados— desde una doble vertiente: la alfabetización digital y el fortalecimiento socioemocional. Incluye materiales para alumnado, profesorado y familias, y su objetivo no es infundir miedo, sino promover un uso consciente y responsable de internet. Los resultados muestran una reducción significativa de la cibervictimización y de las conductas de riesgo en los grupos que lo aplican. Es una buena noticia: la prevención funciona cuando se hace con método y continuidad.
«La educación digital no consiste en prohibir, sino en enseñar a identificar riesgos y a gestionar las emociones que acompañan el uso de la tecnología»
¿Por qué es importante que los menores sepan reconocer figuras como el ‘sexting’, el ‘grooming’ o la nomofobia?
Estos fenómenos forman parte del ecosistema digital actual. El sexting (envío de contenidos sexuales propios), el online grooming (acoso sexual de adultos hacia menores) o la nomofobia (miedo a estar sin el móvil) son realidades con las que los jóvenes pueden encontrarse incluso sin buscarlas. A menudo se solapan. Una persona puede sufrir, por ejemplo, sexting coercitivo, derivando después en un caso de ciberacoso. Que adolescentes, familias y profesorado sepan reconocerlos es esencial para protegerse y pedir ayuda a tiempo. La educación digital no consiste en prohibir, sino en enseñar a identificar riesgos y a gestionar las emociones que acompañan el uso de la tecnología: la presión social, la búsqueda de aprobación o la exposición constante. Cuanto antes adquieran esas competencias, más capaces serán de moverse de forma segura y ética por un entorno que seguirá siendo digital durante toda su vida.

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