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83 muertes desde 1975, la punta del iceberg de una «guerra no declarada»

BVE, AAA, ATE, GANE, GAL... son solo algunas siglas que no acotan esta lacra. Euskal Memoria disecciona la realidad de la guerra sucia, no solo con datos tremendos como los 83 muertos del posfranquismo, sino también con análisis que dan contexto y entrevistas que aportan textura humana. Es su último trabajo, titulado «La guerra no declarada. Terrorismo de Estado en Euskal Herria».


Se presentará la próxima semana y constituye el trabajo más completo realizado nunca sobre la guerra sucia en Euskal Herria. Una práctica que atraviesa décadas hasta llegar a la actualidad y que la fundación examina tomando como punto de partida 1975, el año de la muerte de Franco. Destaca el dato de los 83 muertos provocados desde entonces: desde Iñaki Etxabe, abatido por la Triple A durante los últimos estertores del dictador, a Christian Casteigts, fallecido en 2012 en Baiona por la tetraplejia que le ocasionó un atentado de los GAL.

Pero este quinto gran trabajo de Euskal Memoria no es una mera recopilación de datos, sino una descripción muy profunda de este fenómeno existente en otros puntos del mundo (la OAS francesa, la Operación Cóndor, Sudáfrica, Italia, Irlanda...), pero con un enorme impacto en un país tan pequeño como Euskal Herria, que ha conocido todo tipo de ataques. En las 800 páginas aparecen datos más relevantes pero seguramente sabidos, por lo que estos son solo extractos de aspectos más desconocidos, ilustrativos o llamativos:

La negación como norma...

El negacionismo ante esta realidad ha sido una constante desde el Estado. Se resume en las palabras del entonces líder del PP vasco, Antonio Basagoiti, ante la Conferencia de Aiete (2011): «La realidad española es que ETA ha asesinado a 857 personas, y los que defendemos la unidad de España, a cero. Y jamás permitiríamos que se asesinara a nadie por tener ideas nacionalistas o de ninguna otra clase». En 1985, en su impagable discurso ``Hablemos de terrorismo'', el general Andrés Cassinello lo expresaba así: «Por eso esta guerra es tan difícil, por eso el más débil se convierte en enemigo formidable, porque se trata de una guerra en que los débiles pueden emplear sus medios sin limitación alguna, mientras que los fuertes aceptan de antemano la drástica restricción de sus posibilidades».

... y la admisión como recurso

Sin embargo, no son pocas las confesiones explícitas o implícitas de su responsabilidad por parte de autoridades estatales. En el prólogo, Eugenio Etxebeste Antton cuenta cómo el comisario Manuel Ballesteros le espetó en Argel: «Te nos escapaste por poco, ¿eh?», en clara alusión al tiroteo que había sufrido Etxebeste en 1981. El propio Cassinello habló de los GAL como «una campaña imaginativa, conducida con éxito». En 1987, en un rifirrafe entre Felipe González y Pedro J. Ramírez, el presidente español le dijo al periodista: «Mira, lo único que hay que negociar con esa gente de ETA es que si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarles a ellos». Mucho antes, al histórico del PSOE Ramón Rubial se le escapó: «Hay una manera de liquidar a ETA; lo que hizo Francia con la OAS, una organización con gran fuerza y con la que estaban comprometidas altas personalidades del país... pero esto no lo puede decir un demócrata». Manuel Fraga afirmó en 1980: «El mejor terrorista es el terrorista muerto o el que está preso». Y el general José Antonio Sáenz de Santamaría añadió en 1995: «En la lucha contraterrorista hay cosas que no se deben hacer; si se hacen, no se deben decir; y si se dicen, hay que negarlas. Creo que le he contestado» (el periodista le había preguntado si recurrió a la guerra sucia).

Víctimas civiles y de todo tipo

La guerra sucia ha tenido como gran objetivo a la izquierda abertzale, pero ha deparado todo tipo de víctimas, bien por errores o de modo intencionado. De hecho, de los 83 citados 48 eran civiles, 26 refugiados y solo nueve pertenecían a organizaciones políticas (armadas o no). Así, Ricardo García Pellejero y Aniano Jiménez eran carlistas; Claude Doerr y Emile Weiss recogían chatarra; Cristobal Matxikotte, un simple agricultor; Catherine Brion, estudiante; Juan Carlos García Goena, antimilitarista; José Antonio Cardoso, cartero... Cabe recordar el ataque al bar Aldana de Alonsotegi, de una familia del PNV, que provocó cuatro muertos; la bomba contra la guardería euskaldun Iturriaga de Bilbo, que mató a un niño y una joven embarazada, ambos hermanos de etnia gitana; las bombas de Muskiz y Artxanda; el secuestro del jubilado Segundo Marey... Resulta elocuente el dato de que en el funeral por el urnietarra José Camio, uno de los fallecidos en el atentado del bar Hendayais de 1980, apareciera una bandera de la Legión, por lo que se le sitúa como exlegionario.

La violencia sexual, extrema

Estremece recordar la violencia sexual extrema de varios casos concentrados a finales de los 70 y principios de los 80. Como el de Ana Tere Barrueta, violada y estrangulada, y el de María José Bravo, violada igualmente y lapidada hasta morir. Ambas acciones fueron reivindicadas por la organización parapolicial BVE. Era una época de constantes violaciones a punta de pistola, contra jóvenes vascas e incluso niñas: 14, 16, 19 años... Bravo también tenía solo 16 años.

Navajeados y secuestrados

Es significativo ver cómo los modos de ataque van variando y se despliegan como auténticas campañas. Si en la frontera de los 80 se multiplicaban las agresiones sexuales, a finales de esa década proliferarían secuestros a jóvenes abertzales a los que se marcaban con navajas en el rostro o el pecho las siglas de los GAL, símbolos nazis... Fue el caso de Edurne Sampedro, Paul Asensio, Aitor Latorre y otros muchos. Del mismo modo, hace un lustro se concatenaron varios «secuestros exprés» que incluían golpes, amenazas y a veces propuestas de colaboración con la Policía, también en una secuencia que deparó episodios muy similares: Juan Mari Mujika, Lander Fernández, Alain Berastegi, Daniel Saralegi...

Un paréntesis de dos años

También suena a claro indicio de planificación el hecho de que en su día se produjera un paréntesis considerable (unos dos años) sin atentados graves: es lo que medió desde la detención en 1981 de Piti Iturbide y Ladislao Zabala, autores de la cadena de atentados en lo que se dio en llamar Triángulo de la Muerte (Urnieta-Hernani-Andoain) y la creación de los GAL en 1983. Lo explicaba el abogado Iñigo Iruin en una exhaustiva conferencia sobre la guerra sucia pronunciada a mediados de los 90 y que se recoge íntegramente en este trabajo. Iruin atribuye aquel «parón» a los conflictos generados entre los servicios secretos y policiales a consecuencia del golpe de Estado del 23F de 1981, así como a las luchas intestinas desatadas entre mercenarios y a la propia alternancia en el Gobierno con la llegada del PSOE. Luego, en octubre de 1983, la guerra sucia resurgiría con más saña que nunca, con los 27 muertos de los GAL.

Moles y 1964-S, la «omertá»

En no pocas ocasiones, la guerra sucia se ha aplicado para blindar sus propios crímenes, a través de la ley del silencio. Un buen ejemplo es la bomba que destrozó el Seat 124 del forense de Donostia Luis Moles, cuyo informe sustentaba una denuncia de torturas contra la Guardia Civil que iba a ser juzgada pocos días después. Antes ya había sido incendiado el vehículo de otro profesional médico adscrito al juzgado. Esto ocurrió en 1985. Una década después, el terror fue aplicado para intentar evitar la condena por el «caso Lasa-Zabala». La máxima expresión fue el secuestro en una playa de Cádiz de un testigo protegido (el llamado 1964-S) al que violaron, golpearon, quemaron el cuerpo con cigarrillos...

Basañez, el ensañamiento

La saña de la guerra sucia se refleja también en los atentados reiterados contra personas concretas. Este trabajo está repleto de testimonios, y a este respecto es ilustrativo el de Ramón Basañez, que huyó de Portugalete en 1982. El 26 de marzo de 1985 perdió un ojo en un atentado en el bar Bittor de Ziburu. Apenas once meses después, volvió a ser atacado, esta vez en el Consolation de Donibane Lohizune, y estuvo a punto de morir. Sufre múltiples secuelas, pero va más allá de su caso personal en su lectura: «Nosotros somos herederos del miedo; del miedo en casa, de haber tenido cinco hermanos de la familia en la cárcel, el padre en el Batallón de Trabajadores, mi madre detenida en Bilbao cuando repartía leche por hablar euskara... Y tras esa generación, ¿cuántas veces no habrá entrado en casa la Policía? Ese es uno de los objetivos de la represión: crear miedo».

9/5/1975, un día revelador

Los atentados mortales son muchos, pero forman solo la punta del iceberg. En el fondo hay un número incontable de ataques de menor intensidad, con días como el 9 de mayo de 1975, en el que se contabilizaron trece acciones contra distintos objetivos: tres librerías en Bilbo, la distribuidora San Miguel, la Gran Enciclopedia Vasca, el club Landachueta de Loiu, dos boutiques y una relojería abertzales, la vivienda de una familia independentista de Plentzia...

Plan Udaberri y Plan Pancorbo

Muy poco conocidos son proyectos oficiales como el Plan Udaberri, diseñado ya en 1969 siguiendo el modelo de otros servicios antisubversivos europeos. Apostaba por una persecución «implacable» que incluía «no renunciar a ningún medio», utilizar la «propaganda negra» (falsa) y actuar en otros estados. El plan parece corresponderse con atentados contra el mundo euskaldun en aquellos años. Y en 1975 consta que se diseñó la Operación Pancorbo, consistente en establecer allí una vivienda para secuestrar e interrogar a activistas vascos. No prosperó.

400 nombres y la impunidad

Junto a los artículos, análisis, entrevistas y un tremendo catálogo de imágenes, Euskal Memoria aporta anexos como una ficha de las víctimas mortales desde 1975 y una detallada cronología de los ataques de estas cuatro décadas. Y junto a ello, lo que denomina ``Los nombres de la guerra sucia'': se incluyen unas 400 personas, desde presidentes de gobierno a mercenarios, policías, teóricos, fascistas, representantes políticos, militares... Resulta patente que muy pocos de ellos han pasado por los tribunales y menos aún han sido condenados. «Tristemente, no están todos los que son, pero del mismo modo afirmamos que, para su vergüenza ante la historia, sí son todos los que están», apunta la fundación.