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Dopaje, Zika e incapacidad, las losas que debe levantar Brasil

Los Juegos Olímpicos que arrancan este viernes van a poner a prueba a un Estado sobrepasado por innumerables problemas.


En una apuesta de futuro como Estado para dar el salto definitivo del escalafón de los países emergentes o BRICS al de las primeras potencias, Brasil apostó por organizar el Mundial de Fútbol de 2014 primero y, después, por los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. Fue una decisión estratégica adoptada por un Gobierno progresista, convencido de que estos dos megalómanos eventos iban a dar el impulso definitivo a la modernidad a un país rico en materias primas y pobre en la distribución de la riqueza.

Desde el Gobierno presidido por Luiz Inácio Lula da Silva consideraban que Mundial y Juegos serían el espaldarazo definitivo, en forma de inversiones e imagen, a su política de progreso y reformas sociales.

Ahora, a dos días del inicio y dos años después de celebrarse un Mundial que pasó con más pena que gloria, Brasil es un mar de dudas del que disfrutan los mismos tiburones que han mantenido a este gigantesco país en la penuria económica y moral durante décadas.

La inestabilidad política que ha zarandeado a Dilma Rousseff, la heredera política de Lula, tanto por errores propios –la corrupción elevada a mal endémico– y la presión inmisericorde de la oposición conservadora con la inestimable colaboración de EEUU, Unión Europea y FMI, han dibujado un escenario ingobernable, de tal forma que la figura política que va a presidir estos fastos es un tal Michel Temer, presidente interino de Brasil, aupado al trono tras el truculento proceso de apartar del cargo a Rousseff.

Primera ciudad sudamericana

En medio de esta inestabilidad política, Río de Janeiro va a ser la primera ciudad sudamericana de la historia que va a organizar los Juegos. Y no solo va a ser mirada con lupa por ello, sino también porque a esta distinción optaban Tokio y Chicago, representantes nada menos que de Japón y Estados Unidos, dos potencias remisas a aceptar a Brasil en su selecto club. También optaba a ser sede Madrid, pero la insuperable actuación de Ana Botella hizo que quienes decidían se lo tomaran a risa.

Quizás por ello, la vigilancia de Japón y Estados Unidos –y de la Unión Europea (UE) por simpatía– no ha hecho más que sembrar de dudas la capacidad organizativa de los brasileños. Así, a falta de dos días, están casi todas las obras por rematar, los currelas apuran las últimas tuberías y enchufes en los apartamentos de los atletas, las aguas de la bahía tienen botellas y neumáticos por recoger, los voluntarios que no saben a dónde enviar a los delegados, carteles indicativos sin colocar... Vamos, nada que no hubiéramos visto en anteriores Juegos.

Para colmo, un virus

Pero, como en la casa del pobre todo son desgracias, a las protestas de los sectores más desfavorecidos por el destino de las inversiones hacia grandes infraestructuras en lugar de a necesidades básicas –debidamente alentadas por la oposición–, hay que sumar la aparición del virus Zika, consecuencia de un mosquito que puede generar graves malformaciones en los fetos en caso de picar a mujeres embarazas. Estadísticamente no son muchas las mujeres embarazadas que acuden a unos Juegos celebrados en otro país, pero la alarma ya no hay quien la pare.

La celebración de los Juegos llega además tras la explosión de los casos de dopaje en el deporte, a tal punto que el Comité Olímpico Internacional (COI), uno de los entes internacionales más corruptos del mundo junto a la FIFA, ha tenido que tomar cartas en el asunto y advertir a Rusia, el estado más aventajado a la hora de hacer trampas con la limpieza de sus deportistas.

La Agencia Mundial Antidopaje (AMA) hizo público el Informe McLaren que desvela que Rusia organizó un sistema a gran escala para evitar la detección del dopaje. Esta agencia dio la voz de alarma y el COI, sabedor de que Vladimir Putin controla cada rublo de los utilizados para comprar esos Juegos y el Mundial de Fútbol de 2018, que será en Rusia, prefirió no enfadar al mandatario y ordenó a cada Federación castigar los casos más flagrantes.

Por tanto, son bastantes quienes no acudirán, en lo que supone otro lunar para Río. En cualquier caso, serán estos pró- ximos días los que nos digan si los Juegos han estado bien o todo ha sido un desastre.