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Después de la redada asesina

[Crítica: 'Alpha. The Right to Kill']

Victor Esquirol

En 2011, el mundo entero tembló (en el sentido figurado) con un terremoto registrado en Indonesia. Ahí, un tal Gareth Evans, director nacido en Gran Bretaña, había descubierto y se había enamorado del silat, conjunto de artes marciales brutalmente expeditivas, que merecían (o esto creía él) ser inmortalizadas. Ahí entró en juego el cine. En 'Merantau', el hombre exploró las posibilidades de dicha combinación híper-letal de puñetazos y patadas... y en 'The Raid' (aquí traducida como 'Redada asesina') el experimento acabó de estallar. Y fue glorioso.

La película a la que me refiero tenía un guion que bien podría caber en una página. Ahí estaba, en parte, el encanto de la propuesta. En el carácter mínimo y concentrado de una trama que se encerraba en un único espacio y que prácticamente transcurría a tiempo real. A saber: un día en un bloque gigantesco de apartamentos, controlado por un temible señor del crimen organizado. Ahí, una unidad de policías de élite hacía todo lo posible para salir con vida de lo que no tardó en descubrirse como una trampa mortal.

Pues bien, por latitudes y por cargos imputados, se hace muy difícil no pensar en aquella 'Redada asesina' durante la proyección de 'Alpha. The Right to Kill'. El título de la nueva película de Brillante Mendoza plantea un juego de palabras en el que es fácil confundir la diana. Aunque claro, ya se sabe que cuando se empuña una arma de fuego, es fácil que alguien salga herido por accidente. El caso es que la coletilla que sigue a 'Alpha' puede interpretarse como una referencia a la prerrogativa que tienen las fuerzas del orden para usar la fuerza... o también como una sentencia de muerte colgada sobre una persona cuya inocencia o culpabilidad está aún por ser determinada. Maldita incertidumbre.

A propósito de esto. Nunca está de más recordar que acercarse por primera vez a una película de Brillante Mendoza (la que sea), es lo más parecido a jugar a la ruleta rusa que ahora mismo puede ofrecer en un festival de cine. En su de momento prolífica carrera, encontramos altos y bajos tan exagerados que a veces hasta parece lógico preguntarse sobre la auténtica autoría de algunos trabajos que vienen firmados por él. Lo mismo ofrece un magistral trabajo sobre el desarraigo en la era de la globalización ('Foster Child') como un ridículo recorrido por el sentimentalismo más barato post-disaster movie ('Taklub').

Hay más ejemplos, pero el que importa ahora es el de 'Alpha. The Right to Kill', nuevo trabajo de este director filipino; nueva entrada en la competición de Zinemaldia, un festival que sigue reforzándose. Tocó vida, en vez de muerte, y nos encontramos con la buena versión de Mendoza. No con la mejor, pero con esto ya nos damos por satisfechos. Más aún teniendo en cuenta la extrema valentía (al filo de la temeridad) de un producto que trasciende la categoría de cine de género para convertirse en un documento de denuncia a lo mejor no muy amigo de la sutileza, pero sin duda comprometido con la causa. En fin, que lo llaman militancia.

La historia nos presenta a un escuadrón de policía que planea, de un momento para otro, una redada en el local de un pez gordo del narcotráfico. El director se saca rápidamente de encima dicha operación. Con solvencia y con ese pulso agitado marca de la casa. Como si tuviera prisa por ver qué pasa después de tan sangriento espectáculo. Y efectivamente, lo importante aquí es la calma post-tempestad. Ya sin la excusa del subidón de adrenalina, Brillante Mendoza arremete contra la falta de escrúpulos y de humanidad de un Estado cuyo monopolio de la violencia a lo mejor sea legítimo, pero también, y desde luego, inmoral.

Gareth Evans dopaba (en el mejor de los sentidos) un producto destinado a impactar a base moratones por todo el cuerpo, mientras que Brillante Mendoza busca remover a un nivel mucho más profundo. En más de una ocasión, los personajes se desmarcan, de forma muy textual, de la ficción cinematográfica, en un gesto que aboga por abordar una realidad que, salta a la vista, merece ser analizada a fondo. Entre el documental y el cine de Paul Greengrass o Katheryn Bigelow: el género se enmarca en el híper-realismo. La cámara a pie de calle pasa del plano general al plano detalle sin necesidad alguna de cortes en la sala de montaje. La movilidad del observador es extrema; las imágenes que nos hace llegar están corridas y desenfocadas.

No por torpeza en la captura, sino al contrario, por habilidad en la creación de un universo incierto, obligado a la movilidad perpetua para no recibir el siguiente balazo, y en el que se desmoronan los principios sobre los que se levantan los muros que separan al bien del mal. Polis y cacos, para entendernos, son cómplices de la misma picaresca, es decir, del mismo delito. 'Alpha. The Right to Kill' empieza y termina con secuencias hermanas por el mismo tipo de imágenes. Tanto en una como en la otra vemos a militares desfilando. Al principio, estos cantan un himno que llama a unos valores que no se manifiestan en ningún momento. Al final, suena de fondo una banda sonora que nos remite al terror del vacío. Los puñetazos y patadas tienen ahora carga política.