Una profunda indignación cinematográfica
[Crítica: ‘Capharnaüm / Capernaum’]
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Y llegó finalmente a la sección Perlak la película que desató un valle de lágrimas en Cannes –incluidas la de la propia presidenta del jurado, Cate Blanchett– y más de quince minutos de aplausos. ¿Qué pudo provocar semejante catarsis festivalera? Pues ni más ni menos que un producto calculado minuciosamente para ello.
Supongo que habrá muchísima gente que pueda sentirse profundamente conmovida ante lo que desfila en la pantalla pero no es mi caso y me sumó al contado grupo de comentaristas que se sienten indignados ante semejante poca falta de escrúpulos. Para empezar, la libanesa Nadine Labaki es una auténtica experta en guiar al espectador por el camino que mejor le conviene a la hora de exprimir al máximo los sentimientos. Lo hizo en su debut ‘Caramel’ y lo volvió a repetir en ‘¿Y ahora adónde vamos?’.
Si bien en ambas ocasiones se escudaba en diferentes vertientes de la comedia, una romántica la otra presuntamente negra, en esta oportunidad ha querido aplicar la misma fórmula manipuladora en un proyecto que hubiera requerido de mayor respeto hacia lo que quiere plantear y que no es más que la degradación absoluta del ser humano en un paisaje destruído y en el que los niños padecen lo peor de todo. Prostitución infantil, miseria infinita, bodas concertadas con menores... todo ello y mucho más se desarrolla en este filme descrito a través de un niño que en un momento determinado deberá proteger a un niño mucho menor que él. Visualmente impactante en su descenso a los infiernos de Beirut, la realizadora jamás baja su ritmo en un drama que apabulla en su intento por sacudir al espectador.
La pornografía emocional que practica Labaki se refleja en cada tramo de un filme salpicado de subrayados sonoros perfectamente calibrados para que el público aburguesado se sienta conmovido ante semejante barbarie. Curiosamente, y en su esfuerzo por dotar al conjunto de una mayor ampulosidad, Labaki pone en boca de su pequeño protagonista una frase que lo dice todo y que se desarrolla en un tribunal. El juez pregunta al niño «¿Por qué has demandado a tus propios padres?» y el otro responde «por darme la vida».
Si bien es cierto que los actos de los padres del pequeño pueden llevarnos a esa conclusión, a Labaki se le olvida que los propios padres forman parte de una situación extrema que también los ha convertido en víctimas. ¿Por qué Labaki se escuda en la manipulación de la ficción? ¿Por qué no optó por rodar un documental que hubiera sido más coherente? ¿Es lícito buscar el prestigio en los festivales mediante semejante horror ajeno?