La última cabriola de Sergi Vidal, que anuncia su retirada
Dos días antes de que su camiseta con el número 9 penda del Buesa Arena, Sergi Vidal ha confirmado su retirada vía twitter. Atrás quedan 20 años de carrera profesional, su reconversión en especialista defensivo cuando en su juventud apuntaba a estrella, y a años de magia pura en Gasteiz y Donostia. Adiós al ídolo local, Sergi Vidal.
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17 de diciembre de 2019: «Después de un tiempo meditándolo, ha llegado el momento. He decidido colgar las botas y dejar la práctica del deporte profesional. Han sido 20 temporadas llenas de felicidad, sacrificio, esfuerzo y dedicación plena a lo que más me ha gustado hacer en la vida, jugar al BALONCESTO». He ahí el anuncio del adiós a la práctica profesional del basket de Sergi Vidal.
A sus 38 años Vidal ha realizado su última cabriola, su última transición suicida tras capturar el rebote en defensa; la última vez que se verá vestido de corto con el recuerdo de un look con trenzas a lo Alen Iverson, el único jugador blanco capaz de llevarlas con orgullo y la frente alta. El escolta alero que, aun no siendo miembro de pleno derecho de la «generación de oro» del basket del Estado español, fue el primero con pasaporte español en disputar el en aquel entonces célebre Nike Hoop Summit, un partido entre las selecciones u18 de Estados Unidos y el Resto del Mundo en el que en su día se dieron a conocer futuras estrellas como Dirk Nowitzki.
Y es que con su retirada volverán las notas hagiográficas, pero lo cierto es que en su adolescencia Sergi Vidal apuntaba a un nivel estelar que nunca ha alcanzado, niveles como NBA, líder con la selección española de Navarro, Raül López o Pau Gasol, líder de algún club de Euroliga, pareja de oro en la Penya con Rudy Fernández... Hitos que no se dieron, pero que en momento alguno suponen una sombra de una carrera tan larga como variada, que además de Gasteiz y Donostia, ha tenido pasos por el Real Madrid, Unicaja, Joventut, Breogán de Lugo, Fuenlabrada y, finalmente, Manresa. Si 20 años no son nada, que cantaba Gardel, ¿cómo es que de pronto nos sentimos tan viejos, con el escolta catalán colgando las botas solo 48 horas antes de que su camiseta penda de techo del Buesa Arena? 20 años lo son todo para quien lo ha dejado todo.
Junto con su gran amigo Albert Miralles, con quien coincidió en la Penya y en Donostia, y por poco no coincidió en Gasteiz, formó una sociedad en aquel Joventut de entretiempo, a medio camino entre los logros con Jordi Villacampa, Ferrán Martínez, los hermanos Jofresa y demás, y los conquistados por la Penya de «R&R», con Aíto García Reneses. En el «bressol» de Badalona se frotaban las manos con uno de los dúos que, en categorías de formación, más hizo por y para el espectáculo.
Pocos... nadie hubiera imaginado que aquel alero espigado, tan obcecado con el aro rival y que salía a escape de un aro al otro a poco que tuviera oportunidad se iba a convertir en un «secante» perro de presa defensivo con el correr de los años, complemento ideal de un Saski Baskonia irrepetible. «¡Pero si Sergi no es que defendiera mal! ¡Es que ni defendía!», recordaba a GARA Albert Miralles hace años, en una entrevista que el bueno del «Torito» tuvo a bien conceder durante su estancia en las filas de Gipuzkoa Basket. Cuando tu mejor amigo se ríe de tu no defensa, o no necesitas enemigos, o bien, como apostillaba Miralles, «es que Sergi es un fenómeno».
Vidalistas vs Antividalistas
Pero primero fue el «Ídolo Local» de la grada del Baskonia, una suerte de «canterano B» que llegó al Baskonia con 19 años y, por obra y gracia de Dusko Ivanovic y de su propio trabajo, se convirtió en un defensor pegajoso, centrado tanto en su labor de retaguardia que, con alguna lesión de muñeca incluida, pareció haberse olvidado del ataque. Durante las temporadas 2000 y 2009 los «Sergitiros» cada vez que el catalán se elevaba y lanzaba de tres ponían a la parroquia al borde del patatús. «¿Pero cómo se atreve a lanzar, teniendo a un especialista como Stombergas/Macijauskas/Rakocevic/Erdogan... al lado?», espetaban los «antividalistas», que hubo legión.
Los «vidalistas convencidos», en parte porque hay que defender al débil, al que ves cómo crece olvidándose de los sueños de la NBA en pos de alcanzar la aprobación de tu entrenador, de tus compañeros... de tu gente... a través del sudor y del trabajo; los «vidalistas convencidos», en los años del «duskismo» puro, los años del «cansancio no existe. Es psicológico», aplaudían al verlo sufrir al pretender marcar a un Giricek, un Langdon, un Louis Bullock, un Rudy Fernández, un Navarro, Siskauskas, Spanoulis o Becirovic...
Sufriendo y haciéndoles sufrir, ojo, porque el chaval era una lapa que no paraba quieto, y que si agarraba el rebote defensivo, ahí que sonaba un toque de carga mental para buscar el «costa a costa», el más difícil todavía, la cabriola, el rectificado... esas entradas en traspiés que acabaron con algún conato de angina de pecho en el público, pero también con un sinfín de faltas e incluso jugadas de «dos más uno» que leventaban al público.
Jugó muchos más partidos que puntos anotó en Gasteiz: 521 partidos y 3.038 puntos. Claro, compartiendo pista con Calderón, Prigioni, Macijauskas, Nocioni, Scola, Splitter, Teletovic, Erdogan, Hansen, Jacobsen, Rakocevic, Kornel David, Bennet, Stombergas, Timinskas, Tomasevic, Oberto, Sconochini, Planinic, Ukic, Pete Mickeal, Jaisaitis, Fred House, Marcelinho Huertas, Drobnjak, Victor Alexander... cualquiera tenía libertad como para lanzar a canastas así como así. Pero ojo, porque terminó jugando minutos de importancia en cuatro Final Fours y bajo el mando de entrenadores como Dusko Ivanovic en dos etapas, Velimir Perasovic, Pedro Martínez, Boza Maljkovic, Nacho Lezkano, Neven Spahija... y si se ganó esos minutos es también porque se ganó el respeto de ellos y de sus compañeros.
Ganó diez títulos, todos ellos en Gasteiz. «Vengo aquí a ganar títulos y no me iré hasta que no consiga ganarlo todo con este equipo, y prometo a la afición que este año seremos campeones», dijo cuando llegó de Badalona, y casi lo cumplió por entero; solo faltó la Euroliga. En el camino, el doblete de la campaña 2001/02, aunque en aquel entonces Sergi no tuviera tanto peso en la rotación. Sí, en cambio en la Liga ACB de 2008, en las Supercopas que fueron de 2005 a 2008 –logrando el MVP en la última– y en las Copas de 2004 –¿quizá el mejor Baskonia que jamás haya existido?–, 2006 –«algunos nos cantan el We are the Champiosn por ganarnos un partido. ¡Nosotros lo cantamos por ganar campeonatos!», mítico su recado al primer Bilbao Basket de Txus Vidorreta–, 2009 –a un tris estuvo de ser el MVP, junto con el héroe Mickeal y el MVP real Teletovic–, una Copa en la que, como capitán, ejerció de «enlace» entre los padres de Tiago Splitter y el «Caminante» de Joinville, en una agridulce sorpresa para el pívot brasileño, con el recuerdo de la muerte de su hermana Michelle aún reciente por culpa de una maldita leucemia.
Sergi Vidal pareció una labor casi de hermano mayor, enjuagando lágrimas casi secas en el rostro de Tiago y de su padre, Cassio, que dejó aquel inmortal «el Baskonia significa para mí un concepto de familia que se está perdiendo»; Sergi, como capitán de aquel Baskonia campeón de Copa, era familia.
Después llegó el salto al Real Madrid de Ettore Messina, en aquella famosa «Liga Bipolar» que acabó ganando el Baskonia con el inolvidable «dos más uno» de San Emeterio –un San Emeterio que ejercía de suplente de Vidal en su primer año en Gasteiz y que, de no haberse ido el badalonés al cuadro blanco, hubiera salido rumbo al Cajasol de Sevilla de Joan Plaza–. Dos años sin minutos para Sergi, sin encontrarse a sí mismo, pasando de ser uno de los últimos descartes con la selección española –solo disputó el Eurobasket de 2005 y su «pugna» con Berni Rodríguez por meterse en Japón 2006 cayó del lado del malagueño quizá por el título liguero que conquistó Unicaja, precisamente contra el Baskonia– a casi no contar con el Messina más gris en un Real Madrid gris previo a la explosión con Pablo Laso.
Como tratando de tomar aire fresco, dar un paso atrás y jugar, Sergi Vidal recalaba en Donostia, en un Gipuzkoa Basket que, de paso, enviaba a Pablo Laso al Real Madrid y rescataba del paro a un joven entrenador madrileño pero crecido en Monzón, y con las raíces en la Penya de Aíto García Reneses: Sito Alonso.
Sergi Vidal es un animal
«Sergi Vidal es un animal», como le gritaba la grada de Illunbe. Aquella campaña 2011/12 fue la resurrección deportiva de Sergi Vidal... para hacer otra rima, miembro del quinteto ideal. Pasó de jugar 9 minutos de media en el Real Madrid a jugar 33 con el club donostiarra. Pasó de parecer un exjugador a liderar junto a Andy Panko la entrada de la escuadra guipuzcoana en la Copa y en los playoffs por el título. Con un juego más pausado, fruto de las minutadas, pero sin renunciar a correr, a disfrutar y a hacer disfrutar a un Illunbe que jamás, ni antes ni después, disfrutó tanto del juego de los suyos.
Se fue al finalizar aquella temporada. Se fue entre aplausos, entre abrazos con su hermano en la cancha Albert Miralles, entre gente que le ha rendido una sincera ovación, igual que en Gasteiz, cada vez que ha regresado. Si alguna vez Gipuzkoa Basket tuvo un corazón en la pista, Sergi Vidal lo puso a cien.
Después llegó Málaga, el regreso a Badalona en un contexto muy difícil en lo económico, que además acabó relegado la pujanza de jóvenes como Xabier López-Arostegi o la discrepancia de pareceres con Carles Durán. De ahí, al trasiego de equipo en equipo convertido en veterano de mil batallas, con brillos puntuales como aquel duelo con la selección española frente a Eslovenia, en el que Sergi Vidal, sí, el mismo que no la metía en una piscina, clavó ¡seis triples!, haciendo del triple esquinado todo un arte y formando una sociedad mortal junto con Quino Colom, otros jugador que elevó su valor en el mercado a las órdenes de Sito Alonso.
Ahora cuelga las zapatillas y el jueves colgará su camiseta. Se acabaron las transiciones suicidad, las cabriolas como aquel concurso de mates de infausto recuerdo en el que a Vidal solo le faltaban los cascabeles para jercer de bufón con conocimiento de causa. Se acabaron sus defensas, sus rebotes, sus asistencias, sus traspiés y sus trenzas. ¡Qué viejos nos hemos vuelto! ¡Pero cómo hemos disfrutado del camino!