«Dolce far niente»
Las autoridades italianas decidieron el sábado que, para que su estrategia de aplanar la curva de contagio del coronavirus fuera eficaz, tienen que limitar la producción industrial y los servicios a lo indispensable, a los recursos básicos y la logística que los garantice. Así se lo han recomendado, por ejemplo, los expertos de la Cruz Roja que se han trasladado desde China. En Asia ha funcionado. En Italia puede ser el empujón que necesitaban para bajar las tasas de mortalidad y remontar el sistema de salud.
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Parar la industria no sigue el guión de "Novecento", no lo ha decidido un Olmo contemporáneo. No es el clásico «dolce far niente» italiano, su sen hedonista. No es el prejuicio ni el juicio sobre la escasa laboriosidad mediterránea. Es por una razón de causa mayor. Es ser coherentes con las decisiones tomadas. Es lo mejor, según muchos expertos. Se trata de un cálculo económico, cómo no. Parar cuanto antes traerá arrancar cuanto antes, piensan.
Por eso resulta sorprendente el empeño del Gobierno de Gasteiz y de la patronal vasca en que ese escenario no se mente aquí. Plantean que no se puede plantear, que sería lo peor. Como si hablar ahora de «lo peor» fuese tan fácil. Solo hay que mirar las estadísticas de contagios y muertes por coronavirus en Euskal Herria para ver que lo peor aún no ha llegado, y que hay que empujarlo hacia atrás, como sea.
Creo, no obstante, que en la polémica sobre cierre o no-cierre se ha perdido una parte importante del pensamiento popular actual. En este momento, los y las trabajadores vascas no están pensando en escaquearse del trabajo. En muchos casos, ni siquiera por miedo al virus. Están pensando en cómo quedarán cuando pase esta crisis. Si tendrán el mismo trabajo, las mismas condiciones, el mismo salario y, sobre todo, si tendrán trabajo. Es más, piensan si sus familiares lo retendrán, de manera que puedan pagar unas facturas básicas que ya a día de hoy les cuesta afrontar: casa, agua, calefacción, bienestar de niños y niñas, transporte…
Esta perspectiva dificulta a mucha gente poder hacer otros cálculos. Por eso las instituciones públicas y la sociedad civil, incluidos empresarios y sindicatos, tienen la responsabilidad de aliviar esa carga para poder tomar las mejores decisiones entre todos, sin parodiar al resto ni menospreciarlo. Esto no va de cigarras y hormigas. Va de personas, de gente, de sociedad, de país o de pueblo, según se prefiera.
No sé si la mayoría, pero una gran parte de la clase trabajadora piensa estas cosas. La gran mayoría de los empresarios, menos. O cuando menos, diferente. Con menos urgencia, con menos angustia, con menos necesidades. Deberíamos ser honestos y admitir que nadie está aquí pensando en el «dolce far niente». Pero todo el mundo debería pensar en que, si la cosa va mal, algunos se tienen que quitar de viajar y otros de comer.