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Cuando la brújula emocional dicta nuestro viaje

[Crítica]: ‘Nora’

Koldo Landaluze

Cinco años después de ‘Un otoño sin Berlín’, Lara Izagirre ha retornado al formato largo con un proyecto que pone de manifiesto su exquisita sensibilidad a la hora dictar un viaje iniciático en el que la protagonista se descubre así misma mientras lleva consigo las cenizas de su abuelo.

A la cineasta vasca le bastan cuatro pinceladas para asentar las bases –o excusa– que derivará en el viaje que gobierna el filme y que, primero, se traduce en la relación que se establece entre Nora y su abuelo.

La química entre Ane Pikaza y el veterano Héctor Alterio al inicio otorga pleno significado al viaje posterior de una mujer cuya ruta viene determinada por una brújula existencial estropeada y la pausada marcha de su vieja furgoneta.

Izagirre logra cautivarnos con un encadenado de secuencias que nunca resultan artificiosas y mediante las cuales somos testigos del cambio que se produce en la mujer que dicta horóscopos y plasma en su cuaderno de bitácora personal las ilustraciones que le inspira su viaje.

El encuentro fugaz con diferentes personas y las conversaciones que comparte con ellas en un trayecto que nace en Bilbo, culmina en Ziburu y que vuelve a reactivarse, resultarán determinantes para una odisea vital  cuyo tempo sigue la estela de un tango que coquetea con la cálida banda sonora de Paula Olaz y Pascal Gaigne.