Hitchcock y los demonios de la guerra
[Crítica]: ‘La mujer del espía’
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Kiyoshi Kurosawa ha aprovechado al máximo las posibilidades de un guion a través del cual ha podido rendir tributo a sus siempre admirados Orson Welles, Alfred Hitchock y Jacques Tourneur.
Tras su apariencia de filme clásico de espías, el maestro japonés se descubre juguetón a la hora de hilvanar un relato muy bien calibrado con el que consigue el doble logro de seducir al espectador cinéfilo y a quien le apasiona el engaño descrito como un bello arte.
En este su muy personal viaje al Japón recredo durante la Segunda Guerra Mundial, Kurosawa reinventa una crónica íntima mediante los resortes del cine de serie B y narra cómo una mujer descubrirá progresivamente que su marido es un traidor al Imperio porque no pudo callar las atrocidades cometidas por la comunidad científica asociada al ejercito japonés.
Lejos de conformarse con un relato lineal y reconocible, el cineasta orquesta un brillante juego de simulaciones en el que el propio cine forma parte activa de un juego en el que también topamos con uno de los elementos habituales del cine de Hitchcock, el 'Macguffin' de una lata que preserva una película codiciada por todos los peones que participan en la partida.
La afición del marido por filmar películas mudas propicia que el espectador se vea involucrado en una serie de situaciones confusas con las que se fusiona la ficción y lo real.
Otro elemento a destacar en ‘La mujer del espía’ es que más allá de sus valores cinematográficos, reivindica la memoria histórica señalando a quienes, desde el bando japonés, cometieron todo tipo de barbaries.