True Justice
[Crítica: ‘Courtroom 3H’]
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Como alguien que saldó su paso por la carrera de Derecho con un profundo trauma que todavía no he logrado sacudirme del todo, espero que entiendas que este texto va a ser difícil, para mí. Lo que me espera aquí, al fin y al cabo, son más de dos horas en ese mundo gris que sentía que me succionaba el alma. Como alguien que pretende pasar por esta vida sabiendo juntar palabras y frases con un mínimo de gracia, créeme cuando te digo que tener que leer textos de sentencias judiciales (aunque a cualquier conjunción de letras se le llama texto, hoy en día) es lo más cerca que he estado jamás de morir por puro aburrimiento.
Y es que en manos del mundo jurídico, el lenguaje se convierte en ese látigo tiránico, que nos somete a base de frases kilométricas, tediosas a más no poder, y construidas con una falta absoluta de respeto hacia cualquier tipo de estructura literaria. Lo que pasa es que este mundo tiene que estar montado de esta manera. Tiene que ser todo así de aburrido, así de cauteloso con absolutamente cada concepto invocado, y claro, ya se sabe quien juega a afianzar, se convierte en el campeón de los bostezos.

Esperar algo diferente en un juzgado, es como pedirle a la realidad que sea fantasía, es decir, que se exprese como lo harían, por ejemplo, Aaron Sorkin (recordemos aquellos discursos encendidos, vibrantes, pasionales y apasionantes de ‘Algunos hombres buenos’) o Reginald Rose, autor de la mítica obra ‘Doce hombres sin piedad’. A propósito de ese clásico cinematográfico adaptado por Sidney Lumet, una de las pocas filigranas que aquel director de Filadelfia se permitió para esa función, fue la de jugar con el –reducido– espectro cromático que le ofrecía el blanco y negro de la época.
Comento esto a cuento del color grisáceo con el que tenemos que convivir en ‘Courtroom 3H’, película a manos de Antonio Méndez Esparza, filmada en 2019 en una de las salas del Tribunal de Familia Unificado de Tallahasee, en el estado de Florida. El nuevo trabajo de este director nacido en Madrid, pero que ha desarrollado prácticamente toda su carrera en los Estados Unidos, confirma a dicha filmografía como una de las más comprometidas con la realidad. Venimos, conviene recordarlo, de ‘Aquí y allá’, y de la estupenda ‘La vida y nada más’, donde la línea que separa la verdad de la invención se borraba casi por completo.
Ahora estamos ante un documental que da auténtico sentido a la categorización de «no-ficción»: ‘Courtroom 3H’ empieza citando ni más ni menos que a ese James Baldwin que se preguntaba sobre la administración de justicia en los distintos países del mundo… y sobre cómo teníamos que fijarnos en los desvalidos para responder a dicha cuestión. Pero que quede claro que esta es la única concesión de Méndez Esparza a la épica (intelectual). Lo que viene a continuación es la observación, comedida y minuciosa, de una actividad que, por mucho que se antoje antipática a los ojos poco experimentados, a lo mejor lo que pide es precisamente esto: una mirada nítida, desnuda de la impostura del artificio.
Así pues, nos situamos cerca del cine del maestro documentalista Frederick Wiseman, alérgico a la voz en off, a las infografías, a las entrevistas de cara a la cámara… y amante de la pluralidad de puntos de vista en la misma escena; de ese discreto dispositivo que permite mirar y escuchar. A esto nos dedicamos en ‘Courtroom 3H’, a seguir una serie de casos (tanto en sus respectivas vistas orales previas como en el posterior juicio) que determinarán el futuro inmediato de algunos de estos seres desvalidos. De niños hablamos (aunque nunca alcancemos a ver su cara, por aquello de respetar su dignidad); de las familias a las que pertenecen… o a las que terminarán asignados.
Como con Wiseman, el lugar adquiere una importancia capital, pero en esta ocasión, Méndez Esparza no busca la panorámica en alta definición (la que el autor de ‘Ex Libris’ o ‘National Gallery’ consigue después de haber visitado todos los niveles y capas que componen el escenario de turno), sino que mantiene el punto de observación a una altura mucho más baja; más cercana a los sujetos retratados. El contacto humano, esto sí, no acaba de calar, debido a la constante sucesión y/o alternación de casos. Cuando nos estamos acostumbrando a unas caras, y cuando se va solidificando su contexto, el montaje de ‘Courtroom 3H’ nos obliga a empezar de nuevo.
La jugada hace que nosotros, espectadores, compartamos la misma perspectiva sobre el asunto que debe tener el personal de esa sala en la que se suceden los conflictos que marcan la vida –familiar– misma. El director (e importante, co-montador) utiliza la narración como catalizador para una empatía que debe dirigirse hacia ese sistema que administra justicia. En este sentido, ‘Courtroom 3H’ es de una coherencia aplastante; es puro compromiso con unas reglas del juego a partir de las cuales se puede confundir, con mucha facilidad, la frialdad con la profesionalidad. Es la firmeza encomiable de preservar todas las propiedades –verídicas– de ese aburrimiento sin el cual, que conste, nadie velaría por los desvalidos.