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Perlak cum laude

Sobre las impresionantes puntuaciones con las que el público celebra la vuelta al cine

Víctor Esquirol

Para buena parte de la prensa acreditada en Zinemaldia, cada jornada empieza con un rito que, ya de buena mañana, incentiva el debate cinéfilo, o sea, que sirve ese desayuno ideal para empezar a poner en marcha el cerebro. En la suntuosa entrada al Teatro Victoria Eugenia (distinguido epicentro festivalero donde se celebra buena parte de los pases de la Sección Oficial), nos espera una bien entrenada legión de miembros de la organización.

Unos están ahí para manejar el lector de códigos de barras y/o QR, o sea, para determinar quién puede entrar y quién debe quedarse fuera del recinto. Están, justo después, los que tienen la misión de rociar nuestras manos con ese gel hidro-alcohólico que debe purgar nuestros pecados coronavíricos. A unos pocos pasos, hay una tercera línea infranqueable: la de los encargados de echarle un segundo vistazo a nuestra entrada, e indicarnos después por qué acceso debemos dirigirnos a nuestra butaca.

Es una cadena de montaje compleja, en la que sería muy fácil quedarse encallado; en la que, a la mínima que alguien se despistara, se crearía ahí una congestión inasumible en pleno apocalipsis de 2020. Pero no, una vez más, Zinemaldia hace gala de sus excelentes dotes organizativas. El personal de la sala nos va despachando con una eficiencia prácticamente germánica, y la cola va desfilando que da gusto… hasta que nosotros, que a veces somo un tópico con patas, nos topamos con una pantalla.

No con esa lona gigante en la que se va a proyectar la película de turno, sino con ese ‘cuadro de plasma’ en el que se concreta la primera parte de ese ritual sagrado. Información de interés general: ahí se van actualizando, cada día, las notas tanto del Premio TCM de la Juventud (donde entran los títulos que componen la siempre atractiva sección New Directors) como del Público ciudad de Donostia (lo mismo, pero con Perlak, ese micro-festival de festivales). En otras palabras: nos ponemos al tanto de lo que opina el público donostiarra.

Me interesa el segundo caso, es decir, el que aglutina las votaciones de los espectadores después de haber visto los últimos trabajos de talentos del calibre de Kiyoshi Kurosawa, Michel Franco o Chloé Zhao, flamante vencedora, con ‘Nomadland’, tanto del León de Oro en Venecia como del también prestigioso Premio de la Audiencia en el mega-festival de Toronto… Y de la que se esperaría que liderara la clasificación de puntuaciones, más aún cuando, en el momento en que estoy escribiendo esto, su nota media llega hasta un vertiginoso 9,65 (sobre 10, sí).

Pero no, esta marca que en cualquier otro ejercicio sería merecedor del oro olímpico (y ya puestos, del récord mundial), se tiene que conformar ahora con la amarga medalla de plata, pues ahí está el aún-más-impresionante 9,96 que ostenta ‘El padre’, de Florian Zeller, que llegaba a Zinemaldia sin hacer demasiado ruido, despertando más bien poco interés… y que va a salir, con todo merecimiento, poniéndose a la altura del ya mítico Leicester de Claudio Ranieri. Nadie contaba con ellos, pero ahí están, contemplando a la competencia desde el retrovisor.

Pero es que ahí no está ni la noticia ni el titular más llamativo. Lo que es realmente alucinante en esta historia es el conjunto, la clase de alumnos superdotados que compone una cosecha de películas que no baja, atención, del 8,03. En esta promoción, la rezagada es ‘La mujer del espía’, del maestro japonés Kiyoshi Kurosawa, y la penúltima es la idolatrada Maïwenn, quien cosecha un nada despreciable 8,26 con ‘ADN’. Así está el nivel, a una altura tan escandalosa, que uno de los periodista que siempre sigue de cerca este tipo de parámetros, da la voz de aviso por las redes sociales.

«El público de Zinemaldia siempre ha sido generoso y este año hay menos votos con las reducciones de aforo pero… ¿qué pasa con las votaciones tan TAN altas? Hasta algo tan polarizante como ‘Nuevo Orden‘ para del 8,5. ¿Se ha cambiado la forma de contar los votos?» A lo que Jose Luis Rebordinos, que siempre está al quite en esos lares, contesta: «Los votos se cuentan como siempre. Se suman y el total se divide entre el número de votos». Y claro, con la confirmación de que no hay ningún algoritmo mágico que infle las puntuaciones, solo nos queda teorizar.

Porque como bien apunta el periodista, es increíble que una película como la de Michel Franco esté rozando el cum laude. No porque no lo merezca (si a alguien le interesa, yo estoy claramente en el bando de sus defensores), sino porque muy en coherencia con la filmografía de este artista mexicano, es una película que está diseñada para remover, para agitar, para violentar… en definitiva, para dividir. Pero ni así, el público, en general, ha salido encantado. ¿Pero cómo? ¿Por qué? Bien, a lo mejor porque estamos en 2020, a lo mejor porque la vida ya ha estado paralizada durante suficiente tiempo, a lo mejor porque estamos tan contentos de volver al cine, que la propia experiencia da para instalarse en la matrícula de honor, y no bajar de ahí. Con estos ánimos empezamos la 68ª edición de Zinemaldia, y visto lo visto, así seguimos. Gloria.