La talla de un milagro
Cuando nos quisimos dar cuenta, ya habíamos jugado la primera parte. Llegamos al ecuador de la 71ª Berlinale en un tiempo récord: apenas dos días. Este año iba a estar todo muy comprimido, pero por muy prevenidos que estuviéramos, está costando mucho seguir el ritmo propuesto por este certamen. Bendita exigencia.
Porque nos estábamos reponiendo tanto de Hong Sangsoo como de Radu Jude, pero ni así se nos concedió un momento. No lo había. Sin tiempo para respirar apareció Céline Sciamma con ‘Petite maman’, una joya que pasó en un suspiro. La autora francesa, en la cúspide de su carrera después de firmar la impecable y emocionante ‘Retrato de una mujer en llamas’, se anotó otro tanto con una película pequeña (de apenas una hora y diez minutos de duración)... pero sin lugar a dudas importante.
Una de las más hábiles retratistas del cine moderno nos llevó a una residencia de ancianos para presentarnos a la joven protagonista de esta historia. Se trataba de Nelly, una niña de ocho años que sentía que no había podido despedirse de su recientemente difunta abuela. Ya en la elección del escenario y en el dibujo de los personajes, Sciamma empezó a descubrir las cartas de su nueva jugada maestra. De lo que se trataba aquí era de acercarse a la infancia, pero no solo ella, sino todo el mundo. A partir de una fantasiosa pirueta temporal, mezcló los escenarios y las generaciones que los habitaban. Todo el mundo parecía ser niño, incluso nosotros, y con sus ojos curiosos aprendimos, una vez más, a relacionarnos con el mundo.
Y como no todo podían ser buenas noticias, a continuación apareció el húngaro Benedek Fliegauf con el primer tropiezo serio de esta Competición por el Oso de Oro. ‘Forest - I See You Everywhere’ era la secuela de un trabajo de 2003 del mismo director, titulado ‘Bosque’. Ante nosotros, un compendio de historias independientes; unos encuentros hermanados por la claustrofobia en la puesta en escena y por su naturaleza mortuoria. Todo era muy asfixiante, grave, afectado... y si se me permite, asqueroso. Fliegauf soltó una batería de primeros planos dedicados a la miseria humana, por el mero y mórbido gusto de mirarla.
Pero por suerte, la Berlinale decidió remontar de manera espectacular. De repente, una película y un autor con los que casi nadie contaba. ‘What Do We See When We Look at the Sky?’, del germano-georgiano Alexandre Koberidze, se descubrió, de principio a fin (y el trayecto tomó la friolera de dos horas y media) como la gran revelación de este festival. Hoy empezamos con una película –gloriosamente– minúscula... y cerramos con una igualmente colosal. Ahora tocó perderse por las calles de Kutaisi, ciudad georgiana donde el romance, el cuento de hadas, el documental etnográfico y la comedia silente se conjuraron en un hechizo que debía devolvernos la fe en la magia del cine. Fue el milagro que necesitábamos.