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La escasez de chips empuja hacia la soberanía productiva

La falta de microprocesadores para la industria del automóvil ha vuelto a recordar a Europa lo vulnerable que es. La deslocalización de la producción durante la globalización se ha convertido en dependencia que ya no se puede arreglar tirando de talonario.

La fotografía muestra el proceso de fabricación de un chip en la fabrica X-Fab de semiconductores de Ormoy, cerca de Paris. (Thomas SAMSON/AFP)

Los fabricantes de microchips no son capaces de cubrir toda la demanda que tienen, algo que están notando los productores de automóviles, y Europa es uno de los más importantes. Pero no son los únicos que, si no han parado, han tenido que reorganizar la producción. Xiaomi, la firma china de teléfonos móviles, también ha informado de que su principal proveedor de semiconductores, Qualcomm, sirve los pedidos de chips hasta con 30 semanas de retraso. Los microchips son un componente fundamental de casi cualquier aparato que se fabrique en la actualidad, de modo que esta escasez está afectando a la mayoría de cadenas de producción, si bien es cierto que no afecta igual a todas.

La mayoría de informes y casi todos los analistas señalan dos causas de esta repentina escasez. Por un lado, los largos confinamientos decretados para hacer frente a la pandemia habrían disparado la demanda de todos tipo de productos electrónicos, tanto para teletrabajar como para disfrutar del ocio: portátiles, teléfonos móviles, videoconsolas, televisores y productos de electrónica de consumo de toda índole. Esta inusual y elevada demanda habría provocado cambios en el tipo de microchips a fabricar a fin de satisfacer esos pedidos; mientras la producción de algunos se ha disparado, la de otros se ha reducido drásticamente.

La otra razón que se aduce es que la pandemia provocó una caída de las ventas de automóviles que obligó a las empresas productoras a cancelar pedidos, entre otros componentes, de chips. Las previsiones que hicieron sobre cuándo se recuperaría la demanda no se han cumplido y, por alguna razón, han comenzado a vender coches antes de lo esperado, lo que ha disparado la demanda de microchips para los nuevos vehículos. Pero ahora, los fabricantes de coches se han tenido que poner a la cola, lo que ha provocado que algunas cadenas de montaje hayan ralentizado su ritmo de trabajo, e incluso se hayan detenido. Esta segunda razón parece una consecuencia de la primera, pero como esta rama industrial es muy importante en Europa, cualquier incidencia se convierte en una cuestión de primera línea.

Reacción de las empresas

Las compañías automovilísticas optaron desde el inicio de la pandemia por reducir existencias y ahora se han encontrado con que los suministradores no tienen capacidad para atender su demanda. Las empresas tecnológicas, especialmente las chinas como Huawei, optaron por acumular componentes, sobre todo debido a las restricciones que impuso la administración de Donald Trump y la amenaza de que se pudieran extender, dejándolas sin suministros clave.

De hecho China importó alrededor de 543,5 mil millones de circuitos integrados en 2020, un aumento del 22,1% interanual, según los datos de aduanas. En valor, las importaciones no subieron tanto, un 14,6% interanual, y alcanzaron los 350.040 millones de dólares, más que el valor de las compras de petróleo crudo y el mineral de hierro.

Pero los funcionarios estadounidenses no se limitaron a imponer restricciones a los fabricantes de chips que hacen negocios con el gigante chino de telecomunicaciones Huawei. En diciembre, Washington prohibió a los diseñadores de chips estadounidenses hacer negocios con el fabricante estatal de China, SMIC.

Apple, por su parte, ha solucionado la escasez de este tipo de componentes tirando de talonario –tiene capacidad financiera para ello–; pagando más se asegura el suministro y al mismo tiempo empuja los precios de los semiconductores al alza.

Los semiconductores, en pocas manos de pocas empresas

Además de estar muy concentrada, la industria de los semiconductores es muy compleja. Hay empresas como Qualcomm (EE UU), Mediatek (Taiwán) o AMD (EE UU) que diseñan sus chips, pero no les dan forma. Otras compañías como United Microelectronics (Taiwán), TSMC (el mayor productor mundial, también taiwanés) o Global Foundries (EE UU), que solo se dedican a dar forma a las creaciones de los demás. Y luego están los que hacen todo. En esta última categoría solo están Samsung (Corea del Sur) e Intel (EE UU).

Logotipo de Taiwan Semiconductor Manufacturing Company en Hsinchu, el mayor productor mundial de microchips. (Sam YEH/AFP)

Además de ser pocos los que tienen capacidad de producirlos, no es una producción flexible. Poner una fábrica en marcha es un proceso lento. Desde que empiezan las primeras pruebas hasta que se alcanza la velocidad de crucero puede pasar un año. Y esa rigidez se nota también cuando se adaptan las instalaciones para atender otros pedidos. A todo ello se ha unido ahora la falta de un estrato de resina, ABF, que se utiliza a modo de aislante en los circuitos electrónicos modernos. Los tiempos de entrega de la materia prima se han disparado por encima de las 30 semanas.

Revisión de las cadenas de suministro

Como ya ocurriera a principios de la pandemia con el material médico, la falta de semiconductores ha encendido las alarmas en Bruselas. Europa representa solo alrededor del 10% de la industria mundial de chips, lo que deja a la UE en mala posición para hacer frente a una repentina escasez de esta clase de componentes. Una vulnerabilidad que es tanto política como económica. La escasez ha puesto al descubierto la dependencia de Europa de los principales fabricantes de chips de EE UU. Pero, además, para las empresas de la UE que comercian con China y fabrican allí, la principal preocupación es que podrían verse atrapadas en la lucha entre las dos superpotencias y quedar excluidas de los proveedores estadounidenses por los controles a la exportación. Los vericuetos que siguen las cadenas de suministro mundiales son inescrutables.

En este contexto, el comisionado de Mercado Interior de la Unión Europea, Thierry Breton, señaló: «Lo digo claro, en los próximos años veremos una cierta cantidad de tensiones en el campo de los semiconductores, que pueden tener implicaciones, incluidas las geopolíticas». Berlín y París ya han hecho público un documento conjunto en el que reclaman «un primer conjunto de medidas» para «reducir, cuando proceda, las dependencias estratégicas».

Desde hace tiempo, Berlín apoya la puesta en marcha de un proyecto industrial europeo conjunto para la producción de chips, y anima los esfuerzos diplomáticos de la Comisión Europea para lanzar una «alianza» de empresas y gobiernos para invertir dinero en la industria de los semiconductores.

La Comisión incluso sueña con establecer una fábrica líder para los chips más sofisticados, aunque los funcionarios de la industria han acogido esta idea con escepticismo. «Es un puente demasiado lejano», señaló a “Politico” un funcionario de la industria que está involucrado en discusiones con los gobiernos europeos. «La brecha es bastante amplia entre lo que Breton tiene en mente y lo que la industria puede cumplir sin cometer un suicidio financiero». No solamente hace falta una buena chequera, también es necesario el saber hacer. Por esa razón, cuando las empresas se deslocalizan, siempre se pierde algo más que puestos de trabajo: se pierde el conocimiento práctico acumulado.

«La ambición europea se hace más grande cada trimestre que pasa. Comenzó como el proyecto de la década, ahora se ha convertido en el proyecto del siglo y pronto será el proyecto del milenio», señaló a “Politico” un alto funcionario, «mientras tanto, nos estamos olvidando de dar el primer paso».

China, paso a paso

El enfoque de China, por contra, ha sido más meditado. Comenzó resolviendo lo urgente con importaciones masivas de circuitos integrados. Los analistas creen que este acopio no se mantendrá durante mucho tiempo. En un segundo movimiento, Pekín se ha lanzado a importar máquinas para fabricar chips. El gigante asiático compró 11.619 equipos y máquinas para producir semiconductores por los que pagó 13.660 millones de dólares en 2020, según los datos recogidos por el servicio de aduanas. El valor de las importaciones en este apartado creció un 31,2% en comparación con 2019.

A juicio de los expertos, este rubro en las importaciones continuará creciendo con el fin de acelerar la implantación de una industria productora de chips en el país. No en vano, el gobierno ha designado la autosuficiencia tecnológica como un de sus objetivos estratégicos. Su meta es lograr una tasa de autosuficiencia en la producción de chips del 70% para 2025, según información publicada por “Global Times”.

Preocupación en EE UU
Aunque la mayoría de los diseños de los chips son estadounidenses, EE UU no cuenta en su territorio con un gran centro de producción. La mayoría se localiza en Asia. Según los cálculos del economista de TS Lombard, Rory Green, entre Taiwán y Corea del Sur concentran cerca del 83% del mercado de microprocesadores y crean siete de cada diez chips de memoria. Es más, la economía taiwanesa fue la que mejor se comportó el pasado año en aquel continente. Creció un 2,83% gracias a su tejido tecnológico. TSMC, su punta de lanza, anunció beneficios récord y una partida de 28.000 millones para investigación y aumento de capacidades.

Según Boston Consulting Group, en la década de los 90, EE UU manejaba una cuota de mercado del 38%; en la actualidad apenas alcanza el 12%. En noviembre pasado, cuando todavía era CEO de Intel (principal productor estadounidense de microchips), Bob Swan escribió a Joe Biden pidiéndole un plan nacional para proteger los intereses estadounidenses en dicha industria. Posteriormente se unió Eric Schmidt, expresidente de Google, que señaló certeramente que, al haber externalizado toda la producción a Asia, se corría el riesgo de dar a rivales asiáticos un gran conocimiento técnico que les permitiese crear sus propios diseños basándose en los creados por empresas de EE UU como Qualcomm o AMD.

Desde entonces el Gobierno estadounidense está negociando la apertura de centros de producción en su territorio. Parece que ha llegado a un acuerdo con la surcoreana Samsung para que invierta 17.000 millones e instale en Austin una enorme planta de producción. Según la prensa salmón, las cuestiones impositivas han sido la principal barrera. Washington ha conseguido asimismo que el principal productor mundial, el gigante taiwanés TSMC, se comprometa a invertir 12.000 millones de dólares en una planta en Arizona que esperan esté operativa en 2024.

Si la escasez de material médico al principio de la pandemia ya advertía de la dependencia que suponía haber deslocalizado la producción buscando mayores beneficios, la escasez de chips ha puesto de manifiesto que el saber hacer desempeña un papel clave para asegurar la soberanía productiva, y eso no se soluciona tirando de talonario.