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Las 48 horas que reivindicaron las frías noches en el campo del Stoke

Semana convulsa en el planeta fútbol. El intento de huida hacia adelante de doce gigantes con pies de barro, a través de un invento llamado Superliga, fue la gota que colmó el vaso para decir «por aquí no pasamos». El tiempo dirá qué consecuencias deja este terremoto.

Hinchas del Chelsea se concentraron a las puertas de Stanford Bridge para reclamar a su club que diera marcha atrás en la Superliga. (Adrian DENNIS / FOKU)

«Venimos a salvar el fútbol». Cuando dos personajes como Florentino Pérez (Real Madrid), presidente del grupo constructor ACS, y Andrea Agnelli (Juventus), de los Agnelli de toda la vida, dueños de la compañía automovilística FIAT, tocan el timbre de casa con ese mantra, mejor no abrir la puerta. Lo del zorro cuidando el gallinero.

No nos engañemos con falsos romanticismos, el fútbol profesional es un negocio que mueve ingentes cantidades de dinero y en el que todos los clubes –también los nuestros– intentan comerse al pez más chico y escalar en la pirámide alimentaria. En ese océano, a ver quién se traga los mensajes buenistas de los tiburones.

El asunto venía de lejos, pero cobró forma el domingo pasado por la noche. Una docena de clubes europeos anunciaba la creación de una nueva competición bautizada como Superliga, que iba a tener una quincena de participantes fijos y otros cinco por invitación. Desbrozada la hojarasca quedaba la verdad desnuda, se trataba de ganar (más) dinero.

Lo dejaba claro el presidente merengue. «El formato de la Champions está obsoleto y solo tiene interés a partir de los cuartos». Ese es el núcleo, cómo sacar más tajada entre semana.

El riesgo de quedarse fuera

La primera cuestión a destacar es que la Champions la maneja la UEFA –otro nido de escorpiones–, no los clubes. La segunda es que estos corren el riesgo de no clasificarse. Por ejemplo, a la Superliga se apuntaban seis equipos ingleses, mientras que la Premier otorga solo cuatro plazas Champions. Dos se quedan fuera seguro. Y eso si no se te cuela un indeseado invitado como el Leicester.  



Pancarta contra la UEFA y la Federación Alemana en el Signal Iduna Park de Dortmund, acusándoles de «hipócritas» por «jugar el mismo juego» que los impulsores de la Superliga. (CHRISTOF KOEPSEL / AFP)

Luego llega la fase de grupos, seis partidos que te pueden dejar en la calle. La Superliga contemplaba un mínimo de 18 encuentros. Y al parecer no compensa jugar contra el Brujas, el Lokomotiv de Moscú o el Oporto, por citar tres nombres. No tienen glamour para que el potencial telespectador pague su abono.

El problema radica en que se diseñan presupuestos y plantillas que solo son sostenibles ganando el título continental, o casi. Decía un profesor de Contabilidad que «hay que computar los gastos cuando se conocen, pero los ingresos solo cuando se producen». Aquí se dan por seguros ingresos que no lo son, y luego pasa lo que pasa.

Enormes deudas

Un ejemplo. Publicaba el jueves ‘El País’ que el Barcelona tiene una deuda de 1.173 millones de euros, de ellos 730 a corto plazo. La Superliga era la huida hacia adelante, una tirita de 3.500 millones a repartir entre los doce apóstoles del fútbol auténtico.

El proyecto ya nacía cojo sin la presencia de los alemanes. Aunque tienen un club omnívoro –el Bayern de Múnich– que impide una Bundesliga emocionante en la lucha por el título, los germanos, con todos sus defectos, son los que mejor cuidan al aficionado clásico de la triple B –bufanda, bocadillo y birra–, con entradas y abonos asequibles, facilidades para los desplazamientos…

Porque el fútbol hace tiempo que vendió el alma al dinero de la caja tonta. Con la bendición de sus aficiones, que reclaman plantar cara a las cadenas, horarios dignos, abonos baratos, pero luego exigen fichajes de postín, renovaciones millonarias, mejoras en los estadios, títulos… Sopas y sorber no puede ser.   

El límite

Pero resulta que todo tiene un límite, y los hinchas, sobre todo los ingleses, dijeron esta semana que «hasta aquí hemos llegado». Ya se habían pronunciado antiguas estrellas como Gary Neville o Jamie Carragher, ahora comentaristas televisivos, e incluso el primer ministro Boris Johnson. Tampoco sorprendía que la UEFA, otros gobernantes como Macron, las federaciones, las ligas y el resto de equipos se opusieran. Pero la movilización a las puertas del campo del Chelsea, el martes por la tarde, simbolizó el pie en la pared, resumido en el lema «Queremos nuestras frías noches en Stoke».

Porque aún hay gente que ama ir al campo bajo la lluvia, un desapacible miércoles de enero, para ver en vivo un infame partido de Copa, mientras los dedos se quedan morados tratando de quitar el papel de aluminio a la cena y agarrando una lata que ha pasado por el torno escondida en el bolsillo del abrigo. Y soñando con que ese es solo el primer escalón hacia lo más alto, sabiendo que te has ganado cada puñetero paso en el camino.   



Pasillo del Getafe al Barcelona por haber ganado la Copa. Los madrileños visten camisetas en contra de la Superliga ante uno de los clubes impulsores. (Lluis GENÉ / AFP)

Y así se fueron bajando del carro el City y el United, los tres londinenses –Arsenal, Tottenham y Chelsea– y el histórico Liverpool del «nunca caminarás solo». Que esa es otra, menudo modelo de negocio el de un torneo continental que solo alcanzaba a siete ciudades, mientras dejaba fuera a grandes urbes como Roma, París, Atenas, Moscú, Amsterdam o Berlín. Sin los ingleses el proyecto estaba muerto, aunque Florentino sigue tocando el violín como si navegara en el Titanic. El miércoles fueron cayendo nuevas piezas: Inter, Atlético…

Modelo estadounidense

Mucho se habla del modelo de liga cerrada USA, como la NFL o la NBA, con franquicias fijas sin ascensos ni descensos. Varios de los dueños de estos equipos son estadounidenses como Glazer (United) o Henry (Liverpool). También un banco de aquel país, JPMorgan, iba a poner el dinero inicial.

Para empezar, nada tiene que ver la historia, el origen de cada club a uno u otro lado del Atlántico. Por no hablar de los topes salariales que obligan a que las estrellas estén repartidas, el draft, los salarios prefijados para los ‘rookies’ durante los primeros años, la imposibilidad de fichar pagando cláusulas de rescisión… A ver si un Real Madrid o una Juventus tienen los bemoles de soportar y sobrevivir a una temporada de ‘tanking’, con un 80% de derrotas y compitiendo bajo mínimos para reconstruirse con novatos prometedores.

¿Y a partir de ahora qué? ‘Qui lo sait’, que dicen los franceses. Quién lo sabe. Los que auguran que el fútbol volverá a sus raíces, que a saber a qué se refieren, son un poco como los que aseguraban que saldremos mejores personas después de la pandemia. Por de pronto, la UEFA anunció el mismo lunes un cambio en el formato de la Champions a partir de 2024, con cuatro equipos más (36) y un mínimo de diez partidos, en vez de seis. Más partidos.

El fútbol corre el riesgo de aburrir por saturación, como la temporada regular de la NBA, un festival de triples durante 82 partidos. Es la haka de los All Blacks repetida cada semana. Lo excepcional convertido en rutina. Una de las claves del éxito de la NFL es que dura solo 5 meses, con un máximo de 20 partidos por equipo. La Super Bowl se juega el primer domingo de febrero, y para cuando llega setiembre estás con el ‘hype’ subiéndose por las paredes.   

Que nadie espere golpes en el pecho porque el próximo Mundial se vaya a disputar en el Qatar de los obreros esclavizados. Ni propósito de enmienda. Es el mercado, amigo. La maquinaria seguirá en marcha, aunque algunos gigantes fueron a ‘El Chiringuito’ a mostrarnos sus pies de barro.

¿Seguirán las teles aportando el combustible? Quizás el día menos pensado veamos explotar la famosa burbuja. Pero siempre quedarán las lluviosas y frías mañanas de sábado viendo jugar al Intxaurdi en el antiguo Jasonebaso.