Un show fenomenal
El carácter divino de la Mostra (algo que también puede encontrarse en los demás grandes festivales del calendario) quedó hoy –gloriosamente– patente por obra y gracia de una jornada espectacular. Ayer, recordemos, íbamos arrastrándonos por el Lido, aquejados por el cansancio acumulado, pero sobre todo por unas películas que, en el momento de máxima necesidad, decidieron no acompañar. Y agonizamos, de verdad, y creímos que no llegaríamos a la línea de meta.
Pero no, la Venecia de Alberto Barbera (como la Cannes de Thierry Frémaux, la Berlinale de Carlo Chatrian o el Zinemaldia de Jose Luis Rebordinos) es como ese dios que da y quita. Si ayer nos succionó la vitalidad, hoy tocó una inyección doble de esto mismo.
La primera dosis vino curiosamente de parte de la mismísima parca; de ese ‘hombre del saco’ que en Estados Unidos, ya se sabe, lleva máscara y tiene nombre y apellido: Michael Myers. Fuera de Competición nos cruzamos con ‘Halloween Kills’, enésimo reencuentro con el legendario asesino en serie creado por John Carpenter; secuela directísima de ‘La noche de Halloween’ del año 2018.
David Gordon Green, en su momento gran esperanza del cine indie, repetía en la dirección... y ahora sí, acertaba de lleno. Cuando menos lo esperábamos; cuando ya dábamos a la fórmula por muerta, esta se levantó, una vez más, y arremetió con toda la fuerza de antaño. Al fin y al cabo, de esto van todas las sangrientas funciones de Michael Myers: de ese mal omnipresente, omnipotente, inmortal.
A partir de este extenuante sentimiento de repetición, ‘Halloween Kills’ resucitó a los fantasmas del pasado para hablar de los demonios del presente.
En el punto de equilibrio casi alquímico entre el terror, la tragedia social y la comedia negrísima, David Gordon Green sorprendió con una cinta impecable en la gestión tanto del ritmo narrativo como de los estallidos de violencia. Hubo gritos, y mucha sangre, por supuesto, pero ante todo, quedó la sensación de que entre tanta estupidez, alguien estaba mandando inteligentísimas puñaladas al alma vengativa de los Estados Unidos, una nación mal envejecida en la nostalgia, desquiciada por la conquista fútil de la seguridad y consumida por el fuego destructor del populismo.
Pero lo mejor es que de vuelta a la competición, seguían esperándonos buenas noticias. Primero apareció Gabriele Mainetti. El autor de ‘Le llamaban Jeeg Robot’ (mega-éxito comercial del cine de super-héroes italiano) presentó ‘Freaks Out’, audaz y deslumbrante show circense en el que una panda de fenómenos se erigiría en condena o salvación del mundo entero.
Ahora estábamos en la Italia de la Segunda Guerra Mundial. En Roma, para ser más exactos, esa ‘ciudad abierta’ en la que un villano con visiones del futuro se proponía juntar a una tropa de soldados con poderes sobre-naturales. Una tontería, vaya; una fábula con vocación escapista que, esto sí, cumplió con muy buena nota en todo aquello que se le podía pedir. Fue espectacular, fue carismática y fue lo suficientemente valiente como para usar el manual de estilo de Hollywood... para llegar ahí donde la industria americana no se atreve a mirar.
Llegados a este punto, con el pleno de éxitos a punto de confirmarse, a la Mostra podía temblarle el pulso, pero no. El Concurso acabó de brillar con ‘Captain Volkonogov Escaped’, de Aleksey Chupov y Natasha Merkulova, otro impactante cuento siempre al límite del freak show. De lo que se trataba ahora era de seguir a un oficial del aparato represor soviético, embarcado en una infernal búsqueda del perdón de sus víctimas. La dupla de directores optó por el salto al vacío: la humanización del verdugo en un mundo deshumanizado. En una distopía terrible, universalizada a partir de un sorprendente uso de la ucronía histórica; en un infierno (nunca mejor dicho) donde el único sitio para las voces disidentes sería el patíbulo. Muerte, miedo y paranoia como pilares para un sistema condenado a destruirse a sí mismo.