Duelos de titanes
Último día competitivo de la 78ª edición del Festival de Cine de Venecia. Ya casi terminamos, vaya, y lo hicimos con esa ya característica combinación (entre estimulante y algo desesperante) de sustos y buenas noticias. Algunas de ellas, muy buenas, a decir verdad. Como ya sucediera ayer, la Competición nos planteó una doble propuesta; un díptico cuyo orden en la presentación parecía específicamente diseñado para que, al final de otra maratoniana jornada, respiráramos tranquilos. El hogar ya está más cerca, en efecto, y que alegría da regresar a él con tantas buenas películas en la memoria.
Aunque todo empezó mal. O mejor dicho, fatal. En una de las decisiones de programación más incomprensibles de los últimos años, al equipo de Alberto Barbera le pareció buena idea apostar por ‘On the Job 2: The Missing 8’, segunda e interminable parte de un thriller filipino del año 2013. Erik Matti (director tanto de la primera entrega como de esta secuela) firmó una intriga periodística de, atención, tres horas y media de duración, a vueltas con la aberrante corrupción en su país natal. El problema se dibujó aquí como una especie de monstruo cuyos tentáculos llegaban a todos los estamentos de la sociedad: la policía, la política, el poder judicial…
En medio de tanta podredumbre, el equipo de un periódico debería decidir si se comportaría como una voz más de la propaganda del estado, o si por el contrario ejercería las labores de control y contra-peso que se le presuponen al llamado «cuarto poder». Sobre el papel, la propuesta era ciertamente interesante, pero en manos de Matti, empeñado en lucirse y en copiar los tics más reconocibles del cine de género yankee, el conjunto se comportó como una función vulgar, frívola, errática y muy, muy agotadora. Tres horas y media, ni más ni menos, para acabar contando lo de siempre; para hacerlo como siempre se ha hecho. Injustificable.
Por suerte, el francés Stéphane Brizé se apresuró a que todos (el festival y nosotros mismos) recuperáramos la dignidad perdida. ‘Un autre monde’ nos presentó a un hombre (un Vincent Lindon en permanente y apabullante demostración de ser uno de los actores más en forma del panorama internacional) forzado a jugar el rol del «malo de la película». En este drama de apariencia sobria y elegante, se seguía de cerca varios procesos de descomposición: el de una empresa, el de una familia, el de la psique de uno de sus integrantes.
Todo se caía a pedazos; todo era síntoma espantoso de lo primero, es decir, de las crueles e implacables ilógicas de un mercado que, a la larga, debilita y precariza a la humanidad entera. Notas rasgadas con cuerdas ponían la estremecedora banda sonora a una tragedia íntima que en realidad era colectiva. La depresión, por supuesto, era generalizada, y muy profunda… pero a pesar de esto; a pesar de todo, Brizé sacó fuerzas y determinación para encontrar ese resquicio de dignidad. Esa honradez (a partir del sentido común) que, al final, a lo mejor no salvará el alma irrecuperable de las grandes corporaciones, pero sí la de las personas.
Y para rematar estas buenas sensaciones, el Fuera de Competición siguió rindiendo al máximo. Allí, la Mostra echó el telón con ‘El último duelo’, nueva película de Ridley Scott, junto a Matt Damon, Adam Driver, Ben Affleck y Jodie Comer. Ahora estábamos en el París del siglo XIV, ciudad en construcción donde los dos primeros hombres estaban a punto de matarse el uno al otro por el honor mancillado de la mujer. Solo que no, en realidad, todo iba sobre ellos; sobre sus derechos, sobre aquello que ellos creían que les correspondía.
Cuando menos la esperábamos, apareció otra gran película en el repertorio de Ridley Scott. Algunos acudieron a la sala de cine en busca de otra ración de épica medieval, pero no, el propósito aquí era hacer justicia histórica. Junto a Nicole Holofcener, Matt Damon y Ben Affleck participaron también en la escritura del guion, adaptación de una novela de Eric Jager en forma de sofisticado dispositivo narrativo. La misión consistía en saber qué había llevado esos personajes a querer destruirse.
Para entenderlo, ‘El último duelo’ emprendió una infatigable búsqueda de la verdad, teniendo en cuenta que cada ficha en el tablero tendría su propia versión de los hechos. O sea, que escuchamos lo que quería contarnos Matt Damon, y luego lo que opinaba Adam Driver… pero no paramos hasta atender a las razones de Jodie Comer; las de ella. Porque estas eran las que más pesaban; las únicas que importaban. Ridley Scott se coronó con magistral uso del foco para arrojar luz, desde el pasado, hacia los caballos de batalla de la era #MeToo. Por desgracia, está todo conectado; por fortuna, ahí está el arte para exponerlo.