Narcotráfico de Estado
¿Qué tienen en común los polos opuestos? Pues para empezar, sabemos que se atraen. En la Costa del Sol, por ejemplo, nuestra mirada queda una vez más prendada del magnetismo irresistible de Roschdy Zem, el hombre que más controla la situación. ¿Cuál? La que sea. La cámara sigue a esta presencia desde una posición prudencial, aposentada en un trípode que le permite pivotar sobre su propio eje. Instalados en el centro de una casa impersonal, le vemos yendo de una habitación a otra: paseando calmadamente (no podía ser de otra manera), pero al mismo tiempo mostrando una concentración y una atención total al espacio por el que transita. Y cómo no, hay algo de tranquilizador, en sus andares, pero también amenazante.
Y en efecto, ambas energías confluyen en el mismo personaje. Estamos en Marbella, en el año 2012. La casa impersonal está a tocar del mar; en un punto estratégico, vaya: en cuestión de segundos, unas lanchas motoras han desembarcado ahí mismo, y sus ocupantes han descargado en la arena una cantidad ingente de fardos sospechosos. Tremendamente sospechosos. Roschdy Zem supervisa toda la operación, claro, con la misma seguridad y aplomo con la que cualquier otra persona podría estar ejecutando una rutina laboral: pasar un código de barras por el lector, hornear una barra de pan, escribir una pieza sobre una rueda de prensa.
Mientras, en Marsella, otra presencia indomable (la de de Vincent Lindon) da un discurso, precisamente ante los medios de comunicación. El hombre viste con traje y corbata, y parece que se ha esmerado para dar aún más potencia a su ya de por si poderosa apariencia. No es para menos: le espera una comparecencia crucial ante la opinión pública. Una de las muchas que va a marcar su –importantísima– carrera. Hoy le toca hablar sobre cómo el Gobierno de la República Francesa va a afrontar una de las guerras más cruciales en las que está embarcada: la que debe terminar, de una vez por todas, con la lacra del narcotráfico.
O sea, que en lo poco que llevamos de metraje (y todavía faltan casi dos horas), nos hemos situado en ambos lados de esta lucha. Primero hemos estado con los «malos»; justo después con los «buenos». Solo que, como se ha dicho, los polos opuestos se atraen. Hasta que han difuminado (casi borrado completamente) las barreras que les separaban, que nos ayudaban a nosotros a distinguir un bando del otro. Pero Thierry de Peretti, desde la escritura y desde la dirección, sabe que hay campos de batalla tan embarrados, que este mismo lodo impregna el «uniforme» de los ejércitos que se dejan la vida en él, homogeneizándolos, igualándolos en la misma mugre.
El auténtico telón de fondo lo pone, para entendernos, un Estado que trata de aniquilar un mal… con las mismas herramientas de este mal al que se enfrenta. Y ahí están todos, igual de sucios: los señores de la droga, y los camellos rasos, y los políticos, y los policías… y por encima de todos ellos, la vista supuestamente privilegiada del periodismo, oficio ennoblecido aquí en una clarividencia que cala, para mayor gozo, en el aparato cinematográfico que tenemos enfrente. La nueva película del director corso se titula, en su versión original, ‘Enquête sur un scandale’, lo cual se traduce como «Estudio sobre un escándalo». Y sí, en muchos tramos, la propuesta se comporta como una trabajadísima pieza de investigación, salida de una de las redacciones más exigentes del mundo editorial.
Consciente de la extrema complejidad con la que se envuelve la materia tratada, Thierry de Peretti decide abordarla deteniéndose en cada una de sus capas, teniendo en consideración buena parte de sus frentes. La narración se desdobla, o sea, que el protagonismo es compartido por una serie de personajes de muy distinta condición, origen y estatus. Esto sí, la cámara tiene claro que debe tratarles por igual, en lo que cabe considerar como una encomiable defensa práctica de la objetividad retratística. Por mucho que en ocasiones pueda asomar la tentación del prejuicio, el aparato formal de la película vela porque la pantalla no plasme ninguna de estas distinciones.
El seguimiento de personajes con el que se articula ‘Enquête sur un scandal’ nos habla del rigor y meticulosidad con los que los documentalistas más experimentados aguardan, muy pacientemente, a que el objeto de estudio les dé ese material que tanto les interesa. Esto tiene que conseguirse de manera natural, ni falta hace decirlo; o sea, sin intervenciones externas que perturben la esencia de lo observado. Es por esto que no sorprende el que muchas de las tomas de seguimiento con las que de Peretti marca a sus personajes, se hagan desde una posición que recuerda a la de una atalaya elevada, es decir, ese punto desde el que todo se ve, y con el que no se entra en contacto con nada. Pero este frío distanciamiento se rompe cuando la película decide adoptar otra faceta: la del biopic que sabe que debe llegar hasta la intimidad de los seres en los que se fija.
De repente, seguimos a un periodista hasta una discoteca, donde su cuerpo danza, como si estuviera poseído, por una música que además parece que también quiera tomar posesión de la sala de cine. Aquí, en la adopción de la subjetividad (a partir del tratamiento sensorial y narrativo), es cuando ‘Enquête sur un scandal’ descubre sus verdaderas intenciones: ahondar en las explicaciones con las que cada parte intenta que entendamos sus, en principio, inexplicables actos. La película, basadísima en hechos reales, es esto: un mar de relatos; unas historias que se complementan y se contradicen las unas a las otras. A partir de ahí, nos corresponde a nosotros decidir a quién creemos, a quién salvamos y a quién condenamos.