INFO

Quién te querrá

Fotograma de ‘La abuela’.

La nueva película de Paco Plaza, fruto de la lujosa combinación de talento junto con Carlos Vermut (como guionista) y Enrique Lavigne (en labores de productor), no tarda en mostrar las credenciales de aquello que se nos ha prometido: uno de los títulos de género más potentes de la temporada. Plano detalle de una manga que se retira, y que nos descubre un brazo que parece más bien un tronco seco. La imagen que impresiona por su propia naturaleza, pero también por la proximidad y nitidez con las que se ha tomado. Las dimensiones gigantescas de la pantalla de cine ponen el resto de magia.

De un hechizo que por supuesto debe manejarse con sumo cuidado, pues viene cargado por los mismísimos diablos, volvemos al plano inicial, a ese fino hilo compuesto por otros finos hilos. Las arrugas parecen olas; las venas parecen ríos… y el tiempo, parece que se ha parado. El tic-tac del reloj que rodea este brazo esquelético se ha detenido de golpe, a lo mejor porque funcionaba con el pulso; con unos latidos que a duras penas se perciben. Hasta que por motivos que escapan a la lógica, el mecanismo se vuelve a activar, y así, parece que el mundo sigue en su inexorable, fatídico, funesto movimiento.

El prólogo de ‘La abuela’ se concreta de manera inmejorable; a partir de un impresionante uso del lenguaje cinematográfico. Sin tener que recurrir a ninguna palabra, la película nos pone en situación y marca, sin confusión posible, el tono de un cuento tan oscuro, que al poco rato nos queda claro que detrás de la negrura invocada en prácticamente cada uno de sus planos, puede estar acechando un horror que jamás hubiéramos sido capaces de imaginar. El fantastique sirve, en parte, para esto: para dar forma a los monstruos que, sin nosotros saberlo, campan en lo más profundo de nuestra mente.

Y es que todas las imágenes que conjura ‘La abuela’ se suceden mediante una lógica que, por muy retorcida que pueda parecer (y en efecto), no deja de hablarnos, en términos muy comprensibles (universales, se podría decir), sobre cómo nos acercamos a algunos de los grandes temas de la vida. Esas inquietudes que, mal tratadas, pueden muy fácilmente degenerar en esos terrores que no nos permitirán pegar ojo por la noche. Todo empieza, cómo no, con un espejo; con ese cristal que nos devuelve una imagen indeseada. Ahí va otro plano detalle con el que de ninguna de las maneras podemos estar de acuerdo.

Algo se agita en el cuero cabelludo, y rebuscamos en él, y parece que era una falsa alarma, que allí no había nada… solo que no. Ahí está: tan insolente, tan asquerosa. Esa cana, esa fina línea grisácea que se ríe de aquello que tanto valoramos; que tanto tememos perder. De repente, alguien afirma que los 25 son la nueva tercera edad, y todo empieza a caer, como en un efecto dominó infernal: aquel gran éxito de los Estopa despierta recuerdos cada vez más lejanos, más confusos. Y ya nada parece lo que es; ya nadie parece lo que era hasta hará unos pocos segundos. El filtro con el que opera ‘La abuela’ lanza otra pregunta insoportable:

¿Y si ese ser querido es en realidad el repulsivo futuro que te espera? El mismo año que Gaspar Noé dejó las bromas aparte para hablar de la tragedia de los padres que se van (y que no se puede hacer nada para que se queden), Paco Plaza aborda el mismo drama con las formas de un horror refinado en las formas, pero con alma orgullosamente salvaje. Es por esto que, más allá de alguna concesión a los códigos coloristas del giallo, cabe situar a ‘La abuela’ en la ahora concurridísima liga del terror esteta, el mismo que recientemente ha alumbrado la carrera de genios del calibre de Robert Eggers, Trey Edward Shults o Ari Aster.

Aquí tenemos la cara de Almudena Amor en primer plano, y la de Vera Valdez en segundo… y a los pocos segundos, ambas se funden por la introducción de un espejo de mano colocado, con una precisión milimétrica, en la posición adecuada. A través de un audaz sentido de la coreografía, Paco Plaza vuelve a comportarse como una imparable máquina creadora de imágenes con potencial icónico y perturbador. ‘La abuela’ está construida a partir de sombras y reflejos; de repeticiones visuales que parecen llamar a un ritual que, como tal, deforma y da nuevo sentido a cada elemento con el que juega.

Una muñeca rusa que se abre, una sábana que se desliza misteriosamente en plena noche, una pieza de ropa que cae y desvela la corrupción de la carne, ese infierno. Está todo relacionado, y de hecho, está todo comprimido en esa magistral apertura. Ahí está parte del problema, en que todo lo que viene a continuación (hora y media de metraje) parece una repetición temática de lo insinuado al principio. O a lo mejor el genio perverso de la historia consiste en plantearla toda como el espantoso recorrido hacia esa línea de meta que detestamos, que intentamos evitar por todos los medios… pero a la que tenemos que llegar, sí o sí.