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La patera en la que viajaban los familiares de Zakaria no ha llegado

Zakaria esperaba la llegada de su hermano, hermana, cuñado y sobrina. Embarcaron en una patera el 23 de setiembre y, desde entonces, no sabe nada de ellos. Él también viajó en patera y sabe que es muy difícil sobrevivir después de más de veinte días en la mar.

Zakaria no sabe nada de sus familiares desde que embarcaron hace más de veinte días. (Gorka RUBIO/FOKU)

Hay algunas pateras que llegan y hay otras que naufragan. Hay algunas que derivan. Las hay de goma o de madera, las hay malas y aún peores. Hay quien sobrevive y a quien muere en ellas. A veces llevan muertos que pesan y los supervivientes los lanzan a la mar para poder así aligerar el peso. Y como en el mar, las muertes pesan en la tierra, pesan a quienes los esperaban vivos.

Zakaria llegó a Euskal Herria hace apenas diez meses, el 8 de diciembre. Estaba esperando la llegada al Estado español de su hermano, hermana, cuñado y sobrina. Partieron el 23 de setiembre hacia las Islas Canarias desde el puerto de Dakhla, en Sáhara. Pero no han llegado aún. Y Zakaria no sabe nada de ellos. Solo sabe que lo más normal cuando viajas en patera es alcanzar la costa canaria en tres o cuatro días. Y sabe que veinte días de naufragio en una patera con más de treinta personas significa, casi seguro, la muerte.

Porque Zakaria sabe lo que es viajar en patera. Decidió embarcar en una porque quería «avanzar en la vida», porque nada más dejar la escuela tuvo que trabajar para ayudar a su familia y, donde vivía, un pequeño pueblo cercano a Casablanca, en Marruecos, no había oportunidades. «No tenía un trabajo estable», recuerda. Y podía ver cómo algunos de sus conocidos volvían a casa tras pasar unos cuantos años en la prometida Europa con un coche, trabajo y dinero ahorrado. Era, al fin y al cabo, lo que le aseguraban los que volvían: que en Europa había trabajo, que podías tener mejores condiciones de vida, que la atención médica, los estudios, las oportunidades en general, serían mejores. «Cuentan que mejoras, que avanzas», dice Zakaria.

Y él veía la diferencia. Porque mientras unos volvían «con buena cara», pasaban los años y «yo seguía igual».

Mohamed, Zakaria, Guarnidos y Youssef posan ante la cámara. (Gorka RUBIO/FOKU)

Zakaria ha venido acompañado a su cita con NAIZ en Hernani. Entiende y habla español, pero su primo Youssef hace de traductor cuando lo necesita. También están Yanire Guarnido, integrante de Harrera Sarea y pareja de Youssef, y su otro primo, Mohamed. Han decidido hablar con la prensa por dos razones: la primera, «si alguien encuentra su rastro, sus cuerpos, para que ayude». Y la segunda, «para que la gente sepa lo que hay, porque la gente no sabe», dice Zakaria.

La otra Europa

Zakaria zafó de la inmanencia y zarpó hacia Canarias. Él, al menos, no naufragó, ni flotó a la deriva. No lo hizo hasta llegar a tierra, después de tres duros días en la mar. Sin embargo, la quimera que perseguía, la Europa de las oportunidades, no la ha encontrado aún. La que ha conocido parece ser otra Europa. «Llevo diez meses aquí y todavía no he visto nada de lo que me han contado», señala.

Después de pasar por Madrid, estuvo un tiempo trabajando como jornalero en el campo en Almería, en la llamada ‘huerta de Europa’. «Trabajaba el día entero para ganar una porquería», apunta Guarnido. Y dormía en una chabola hecha de palés, plásticos y cartones. Alguien provocó un incendio y se quemó la chabola de Zakaria. Lo perdió todo, la ropa, sus enseres, incluyendo lo más importante: el pasaporte.

Tuvo que salir de allí y vino a Euskal Herria, donde residen sus primos Youssef y Mohamed. Tenía la intención de quedarse aquí, trabajar, formar una familia, crear un futuro e ir a Marruecos solamente de viaje. Pero el joven de 27 años tampoco ha encontrado lo que buscaba en Gipuzkoa y ahora mismo vive en la calle.

«Come en un sitio, duerme en otro. Estar en la calle supone que no tienes un sitio para centrarte y pensar bien las cosas. No tienes una estabilidad en la vida, ni para conseguir una habitación. Tienes derecho a una ayuda, pero no te la dan porque no tienes una vivienda», explica Yanire Guarnido.

Busca un techo y, de hecho, el Ayuntamiento de Donostia le ofreció una ayuda del 60% del alquiler, pero para conseguirla debe tener un contrato. Los tres primos cuentan que es muy difícil que alguien en Euskal Herria te alquile un piso o una habitación si eres extranjero. Mohamed dice que él tuvo que pagar porque le hicieran un contrato, además de los gastos del alquiler.

«Si una persona que sabe hablar español, con papeles, con su casa, no puede conseguir un piso con contrato, ¿cómo lo va a conseguir una persona que no habla el idioma y que no tiene recursos? Y encima siendo de fuera. Además, cuando consigues los papeles estás obligado a trabajar, porque si no trabajas te los quitan», añade Youssef. E insiste: «Hay personas que son de aquí y no consiguen un contrato de trabajo de un año. Te contratan dos meses, tres, te echan, y luego te contratan otra vez. ¿Cómo te van a contratar para un año si no tienes papeles?» Además, a todo ello se suma el juicio que la población en general construye sobre una persona «en clandestinidad», dicen, que vive en la calle. «La gente no sabe que él también quiere lo mejor, pero no puede. Si no tienes papeles no eres nada», dice Mohamed.

La apuesta

Zakaria ha mantenido el contacto con su familia en Marruecos durante todos estos meses desde que salió de su país. Cuando hablaba con ellos, les decía que todo iba bien, «para que no sufrieran». «Ellos no sabían nada, porque yo estaba en la calle», dice el joven.

Supo cómo estaban sus cuatro familiares hasta el día que montaron en la patera el 23 de setiembre. Como cuando Zakaria dejó su país, ellos también tenían planes. Alguno se quería quedar en Madrid con otro hermano, otros querían ir a Italia. Como Zakaria, pagaron «mucho dinero» para emprender un viaje donde sabes que puedes morir.

«El otro día me explicaba [Zakaria] –cuenta Guarnido–. Lo primero, pagan por venir mucho dinero. Tú apuestas ese dinero y cuando montas en el barco sabes que puedes ganar o perder. Todos piensan que pueden no llegar, pero arriesgan su vida».

Zakaria, sus primos y Yanire Guarnido han tratado por todos los medios conseguir alguna información sobre los cuatro familiares desaparecidos. Han hecho todas las llamadas posibles: abogados, Cruz Roja, autoridades canarias, Policía, trabajadores de centros. Y «nadie sabe nada». «La patera no ha llegado».

Denuncian que los familiares de desaparecidos tienen que estar «tocando todas las puertas» para intentar saber si sus parientes están «vivos o muertos». «Solo hemos encontrado el apoyo de colectivos, pero ninguno institucional», han recalcado. Por ello, reclaman la creación de «un servicio de atención a familiares de desaparecidos, que centralice la información que manejan distintos organismos como los hospitales, las ONGs y extranjería, entre otros».

Una pequeña esperanza

El pasado 9 de octubre Salvamento Marítimo rescató a un total de 24 migrantes cuando se encontraban a unas 80 millas al sur de Gran Canaria. Diez de los ocupantes de la patera murieron y los supervivientes arrojaron sus cadáveres al mar, según contaron tras ser rescatados a los servicios de emergencia en la isla. Fue el buque Occitan Sky quien alertó de la patera a la deriva.

Youssef cuenta que esta patera salió justo un día antes que la embarcación donde viajaban el hermano, la hermana, el cuñado y la sobrina de Zakaria, el 22 de setiembre. Sorprendentemente, salvo diez personas, los demás ocupantes de la barca consiguieron sobrevivir a un naufragio de casi veinte días.

Zakaria y sus primos dicen que les queda una pequeña esperanza, que quizás, como ocurrió con la patera que zarpó un día antes, pueda haber supervivientes. «En realidad pensamos que están muertos, pero no lo aceptamos, porque no hemos visto nada», recula Zakaria.

Veinte días en el mar, sin comida y sin gasolina, «son muchos días», añade su primo Youssef. «Encima es una patera de madera. Si fuera de goma quizás…» En esa patera de madera viajaban 31 hombres, dos mujeres y una niña, la sobrina de Zakaria. Ninguno de los familiares de estas personas tiene información sobre su paradero. Oscilan entre la desesperanza de no poder hacer nada más y la esperanza que también hiere.

«Solo queda esperar», dicen.