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Merecido reposo

Orchestre Philharmonique de Radio France. Mikko Franck, director. Sol Gabetta, violonchelo. “Preludio a la siesta de un fauno” de C.Debussy, Concierto para violonchelo y orquesta en re menor de E. Lalo, “Shéhérazade”, ouverture de féerie de M.Ravel y Suite de “El pájaro de fuego” de I.Stravinsky.

Sol Gabetta y su violonchelo lucieron junto a la Orchestre Philharmonique Radio France. (Kurssal)

La violonchelista Sol Gabetta confesaba hace unos días que, cada vez más, le interesan aquellos conciertos donde obra, orquesta y director encajen de tal modo que le resulten sugerentes y, al parecer, este fue el caso del concierto de clausura de la 85ª edición de la Quincena Musical, donde parecía que la violonchelista franco-argentina de origen ruso fuese el engranaje maestro sobre el que giraba todo el repertorio –y no solo el concierto de Lalo– escogido por el director finés Mikko Franck y la Orchestre Philharmonique de Radio France.

Comenzó el concierto con la obra de Debussy “Preludio a la siesta de un fauno”, que no por conocida resulta menos deliciosa. Con ese lenguaje completamente moderno, de atmósfera impresionista, donde la melodía va cambiando tan sutilmente de timbre –flauta, oboe, trompa…– y color, Debussy crea un mundo sonoro de sensaciones y ensoñaciones que la orquesta supo evocar con nitidez, haciendo gala de ese carácter tan francés que define tanto a la obra como a la formación.

Tras esta breve y casi mágica presentación, el concierto de Lalo ofreció un sonido completamente diferente. Si la pieza anterior era etérea, volátil y onírica, el concierto sonó presente, tangible y corpóreo, donde el violonchelo de Sol Gabetta tuvo un papel absolutamente protagonista, con melodías románticas y extremadamente líricas, con un enunciado completo en sí mismas, donde la orquesta se convirtió en un mero soporte para los desarrollos melódicos del instrumento solista y que, eventualmente, ofreció una reafirmación de las exposiciones del chelo.

Gabetta tocó de una forma absolutamente embriagadora, con una voz, un fraseo, un dominio del legato, una direccionalidad en su discurso musical y una expresividad totalmente hipnóticas y carismáticas, que consiguieron enlazar el carácter melancólico con otro más enérgico y otro más alegre y liviano en un mismo hilo discursivo con naturalidad y fluidez, sin perder en ningún instante su sonido cálido, redondo y expresivamente personal.

En el segundo movimiento, más dulce y sentimental, Mikko Franck supo sostener y dejar en suspenso el sonido orquestal con delicadeza y exquisitez para que el violonchelo de Gabetta pudiera bailar con libertad y ligereza sobre ellos en un juguetón ritmo de danza, antes de volver momentáneamente a la exótica melancolía de la melodía inicial para acabar en un grácil paso de baile.

El último movimiento, mucho más enérgico y virtuosístico, mostró mucha más presencia orquestal y juegos rítmicos, con destacados acentos y articulaciones que el director finlandés marcó con claridad y atención, siguiendo la irrefrenable energía de Sol Gabetta, deslumbrante en toda su ejecución, así como en la peculiar propina, un arreglo de La Malagueña de Lecuona tocado con mucho brío.

Sonoridad total y relax

Tras la pausa, un repertorio franco-ruso permitió escuchar a la orquesta de Radio France en toda su sonoridad. La obertura de cuento de hadas “Shéhérazade”, como la llamó Ravel, con esos tintes exóticos y orientales tan del gusto de la época, sin ser la obra más lucida del de Ziboure, conjuga maravillosamente la potente influencia rusa con esa evanescente reminiscencia impresionista, menos líquida que la de Debussy, pero presente en la partitura.

Muy bien Franck, con gesto muy comedido pero absoluto control –tal vez demasiado firme–, manejando con mucha mesura rubati y expresiones en una orquesta de sonido muy trabajado que, salvo por un poquito más de brillantez en los metales, ha conseguido el equilibrio perfecto entre secciones, con un conjunto sólido, empastado y uniforme, que le permite un amplio abanico armónico y mucha flexibilidad en planos sonoros y texturas.

De forma complementaria, la suite de 1919 del ballet “El pájaro de fuego” de Stravinsky, combina las inconfundibles cualidades de la música rusa con un palpable espíritu parisino. Enérgica, contrastante e intensa, pero también inquietante y melancólica, la versión de Franck fue contenida, dejando que fuera la propia música la que hiciera su propio camino expresivo sin su ayuda, hasta llegar al vibrante y apoteósico final.

Este peculiar estilo de dirección –además de la costumbre del director finés de dirigir sentado o sin subirse al podio, que no por conocida deja de sorprender– pudo parecer algo fría y coartar en cierto modo la expresividad y sonoridad orquestal, pero, después de tantas –extraordinarias– orquestas en Quincena con el volumen sobredimensionado y directores carismáticos, un conductor discreto y mesurado y una orquesta que disfruta de los momentos en piano y una gama dinámica más rica en matices fueron un placentero remanso de paz.

Como regalo, una pieza del también finlandés Sibelius, “Nocturne”, donde la flauta tuvo un papel muy destacado que tocó con absoluta maestría, y que, más allá de cualquier otra consideración, cerró la octogésima quinta edición de la Quincena Musical con una muy agradable sensación de relax, satisfacción y merecido reposo.