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Las reencarnaciones del mito

Descubierta de manera póstuma entre las pertenencias de Günter Grass, ‘La estatua’ es una breve novela que superpone estilos, desde una imaginativa ficción al relato biográfico, para convertirse en una herramienta con la que reflexionar sobre el arte, el paso del tiempo y la memoria.

Imagen de archivo de Günter Grass. (Hans GRUNERT)

Toda publicación de una obra inédita, y más sobre todo si está vinculada a algún nombre ilustre, siempre tiende a debatirse entre su lógico valor informativo y su posible significación creativa. Un formato póstumo que si bien está indisolublemente ligado a una innegable trascendencia histórica, en su labor completista, su papel artístico, tal y como hemos comprobado reiteradamente a lo largo de los años, no necesariamente resulta tan determinante. Una incógnita que, lejos de aceleradas y apriorísticas loas, solo puede quedar resuelta tras enfrentarnos al contenido de sus páginas.

Descubierta entre los enseres personales de Günter Grass (1927-2015), ‘La estatua’ (Alfaguara, 2025) ve por primera vez la luz en castellano a modo de coda respecto a la biografía narrativa de quien fuera galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1999. Un reconocimiento que no hizo sino refrendar la valía de una imponente voz ácida y crítica, expresada a través de novelas como ‘El tambor de hojalata’, ‘El gato y el ratón’ o ‘Malos presagios’, que retumbaba alrededor de un continente perfilado por el sonido de las bombas y ahogado entre el polvo de las ruinas.

El poder de una imagen La breve extensión de esta obra delata su primigenio cometido, integrar uno de los capítulos de sus memorias, ‘Pelando la cebolla’. Una tarea en la que estuvo inmerso durante aquellos primeros instantes del siglo XXI mientras compartía dedicación con otra de sus pasiones, el dibujo, de ahí los esbozos pictóricos que ilustran esta publicación.

Tomando como punto de partida la fascinación causada al observar in situ, durante uno de sus viajes a la antigua República Democrática Alemana, la estatua de Uta de Naumburgo, una atracción compartida por Umberto Eco y que además sirvió como canon estético al nazismo e inspiración para la pérfida bruja retratada por Walt Disney en ‘Blancanieves y los siete enanitos’, dicha representación tomará diversas reencarnaciones para perseguir al escritor a lo largo de sus viajes alrededor del mundo.

«Descubierta entre los enseres personales de Günter Grass, ‘La estatua’ ve la luz en castellano a modo de coda respecto a la biografía narrativa del Premio Nobel de Literatura de 1999»

No hay en dicha contemplación, y su derivada obsesión, un aspecto que quede exento de su carga metafórica y lúcida. Desde el iniciático desencanto por su reducido tamaño, nada que ver con las programadas fotografías que la muestran majestuosa, hasta una recreación literaria de la, sin embargo, más que contrastada duda de que su imagen no fuera el reflejo real de ninguna noble, dada las incoherencias estilísiticas que alberga, sino el retrato de una modelo anónima escogida por el maestro orfebre. Alteraciones que, si bien no impiden que sus rasgos y trazos obnubilen al observador, sustentan parte de la fábula que esconde este relato, una interpelación a cuestionar la monolítica lectura que sobre los acontecimientos despliega interesadamente el discurso oficial.

Portada de ‘La estatua’, novela inédita de Günter Grass. (ALFAGUARA)

Las diversas apariciones de dicha obra escultórica, plasmada entre la elegante ironía y un sigiloso pero perceptible erotismo, es la excusa para imbricar pinceladas biográficas con un recorrido fulgurante por diversos episodios históricos. Itinerarios que acogen tanto periodos vividos en primera persona por el alemán como virtuales traslaciones temporales. Una anarquía en su discurrir por el calendario que a la vez supone la enseñanza de que también nuestro presente será el pasado sobre el que alguien dará testimonio, y como tal, está en nuestro deber resguardar su fisionomía. Asumiendo esa indeterminación cronológica que desemboca en una lógica ambigüedad genérica, el libro abarcará desde aspectos ensayísticos, instruidos bajo un acento de ficción, a otros de carácter fantástico, climas narrativos aparentemente contrapuestos pero hilvanados de manera tan absolutamente convincente que son capaces de engendrar el propio espacio identificativo de la novela.

Repensar la historia La aparente ligereza de ‘La estatua’, consecuencia de su breve extensión y de un tono casi caricaturesco –que no banal– extendido sobre el mantel de una sorprendente cena de invitados, detallismo culinario ya demostrado en obras como ‘El rodaballo’, no debe alejarnos de la persistencia del característico aguijonazo reflexivo con el que siempre está cargado el verbo del alemán. Porque la aparición de esa bella obra ante su presencia, transmutada a través de diferentes episodios en empedernida bebedora de Coca-Cola, explotada por proxenetas, enojada viandante o desafiante figura ante la bolsa de Fráncfort, no es sino la escenificación de ese continuum bélico con el que la historia de la humanidad, ya sea dividida por un muro o por la diferenciación entre nobles y plebeyos en el Imperio Romano, ha sido dictada.

La vindicación y sublimación del hecho artístico, observado no como mero elemento decorativo sino consustancial a la pulsión más íntima del individuo, que recorren estas páginas no impide que éstas también le señalen como instrumento propiciatorio para perpetuar la imagen de aquellos que se han investido, habitualmente por la fuerza, como divulgadores de la única verdad existente. Iconografía que Césares, Führers o cualquier especie dominante ha pretendido propulsar hasta la eternidad con el propósito de hacer pervivir su legado. Una huella, casi siempre indecorosa, residente en toda una arquitectura que debe estar supeditada a ser descifrada -y enmendada en su valor simbólico- por las generaciones venideras.

«Las virtudes de ‘La estatua’, sustentadas por una prosa que es capaz de deslizarse irónica, libidinosa o reflexiva por un terreno de talentosa elegancia, la convierten en una nueva extensión del creador»

Con todos estos jugosos condicionantes, ‘La estatua’ no es un mero ejercicio supeditado únicamente al empuje que supone la noticia de una nueva muesca en el currículum literario de Günter Grass. Sus muchas virtudes, sustentadas por una prosa que es capaz de deslizarse irónica, libidinosa o reflexiva por un terreno de talentosa elegancia, la convierten en una nueva extensión del creador a la que su reducido tamaño no limita bajo ningún concepto a la hora de cobijar un nuevo asalto a las conciencias individuales y colectivas.

Como sucedía en la exitosa canción de los Rolling Stones, ‘Sympathy for the Devil’, donde esa presencia luciferina se presentaba como elemento insubordinado frente a las diversas manifestaciones del poder, nuestra memoria y mirada al pasado no puede permanecer impávida ante lo que han significado las épocas pretéritas. Contemplar sus restos, por muy colmados de arte que se encuentren y nos lancen cantos de sirena para abducirnos con sus esbeltas figuras, no debe alejarnos de interpretar unos hechos que, si damos marchamo de validez sin intención de confrontarlos, acabarán por convertirnos en las verdaderas estatuas de la historia.