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El embrollo de los aranceles esconde las intenciones de la Administración Trump

Esta semana la guerra comercial alrededor de los aranceles ha afectado a las bolsas, lo que ha disparado la preocupación por las consecuencias en la economía. No está claro hasta dónde llegarán, pero es cada vez más evidente que la Administración Trump está negociando un gran acuerdo a muchas bandas

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, durante una reunión del gabinete en la Casa Blanca (Al DRAGO | POOL vía CNP)

Esta semana EEUU ha comenzado a aplicar aranceles del 25% a la importación de acero y aluminio. Y los países afectados han respondido con medidas similares. Ontario decidió subir un 25% la electricidad que exporta a EEUU. La Unión Europea resolvió imponer aranceles por un valor de 26.000 millones a una amplia gama de productos estadounidenses que van desde el whisky Bourbon a las motos Harley-Davidson. A las contramedidas, Donald Trump respondió con amenazas al vino y otros licores europeos.

Una vez lanzada, la guerra comercial puede dar lugar a consecuencias no esperadas, de ahí que las bolsas lleven una semana en pérdidas, a causa de las crecientes incertidumbres, aunque también puede deberse, en parte, a la intención de imponer aranceles a los movimientos de capital, una idea que está cogiendo fuerza entre los pesos pesados de la nueva administración estadounidense (ver Hemeroteka). Habrá quien haga dinero, pero también serán inevitables e imprevisibles las pérdidas que pueden afectar al empleo, a la inflación e incluso provocar una recesión. En ese sentido, Trump comentó que no esperaba una recesión, sino una corrección, posiblemente en un intento de tranquilizar a los especuladores.

El peso de China

Es de sentido común que las guerras no suelen provocar más que pérdidas, incluso entre los vencedores, por lo que la cuestión es por qué la Administración estadounidense se encamina conscientemente hacia una guerra comercial y qué pretende conseguir.

Una pregunta difícil, especialmente a causa del ruido que rodea a su presidente. En cualquier caso, no se puede intentar responder sin echar un vistazo a China. El pasado mayo, el Banco Mundial actualizó el PIB teniendo en cuenta los precios internos de cada país, lo que se llama el PIB en paridad de poder adquisitivo. No hubo grandes cambios entre las principales economías. En cuanto a China, el organismo concluyó que el PIB de 2022 estaba infravalorado en 1,4 billones de dólares, casi tanto como el PIB del Estado español. En vez del 119% del PIB de EEUU era el 125%, esto es, era un 25% mayor que el estadounidense. ¿Es poco? ¿Mucho? ¿Es una medición acertada?

Si en vez del valor se observa la producción física, entonces la fotografía cambia sustancialmente. En 2023, China generó el doble de electricidad que EEUU, produjo 12,6 veces más acero y 22 veces más cemento. Unos datos que muestran una distancia sustancial en potencial para fabricar elementos que son fundamentales en una sociedad industrial. Y posiblemente ese desfase preocupe mucho a la nueva administración estadounidense, lo que podría explicar, al menos en parte, esa obsesión por los aranceles y el paso firme hacia una guerra comercial con el fin de robustecer su industria. Otra cosa es que hasta qué punto lo puede conseguir.



Pero hay más. Los astilleros chinos representan ya la mitad de la producción mundial (53%), mientras que la producción estadounidense es insignificante, menos del 0,1%. Corea del Sur, con el 29%, y Japón, con el 13% completan el cuadro que muestra que la división internacional de trabajo fue fruto de un reparto de sectores productivos entre potencias en el que se ha colado China y ha roto los equilibrios existentes. Conviene no olvidar que el transporte marítimo representa el 80% del volumen del comercio mundial. Es una arteria fundamental para el movimiento de mercancías en la sociedad industrial y carecer de astilleros puede interpretarse también como una fuente de debilidad.

El dólar sobrevalorado

Casi cualquier dato que se analice ofrece una fotografía similar. El problema no es tanto comprobar que la economía china es mucho más grande que la estadounidense, como constatar la debilidad industrial de esta última. Entre las causas se puede citar la deslocalización de la industria durante la globalización, que trasladó fuera las fases menos rentables –la fabricación en sí– para quedarse con aquellas que ofrecen más valor añadido, como el diseño, las finanzas, la gestión de patentes, etc. También ha tenido un peso importante en el declive la presión por maximizar beneficios que ha llevado a que grandes corporaciones reduzcan aspectos clave, como el control de calidad (el caso de Boeing) o la investigación y el desarrollo, lo que ha minado su capacidad de lograr más beneficios en el futuro.

Stephen Miran defiende que la principal causa del debilitamiento de la industria estadounidense está en que el dólar está sobrevalorado

Sin embargo, la explicación que más debate ha generado ha sido la del recién nombrado jefe del Consejo de Asesores Económicos del presidente de EEUU, Stephen Miran. En un ensayo defiende que la principal causa del debilitamiento de la industria estadounidense está en que el dólar está sobrevalorado y hace que su industria sea poco competitiva, o parafraseando a Trump, que todo el mundo se está aprovechando de EEUU.

Para corregir esta revalorización, plantea un acuerdo, que ya han bautizado como Mar-a-Lago, que sería como una actualización de otro acuerdo político firmado hace cuatro décadas. El 22 de septiembre de 1985, en el exclusivo Hotel Plaza de Nueva York, el gobierno de EEUU «convenció» a los gobiernos de Gran Bretaña, Japón, Alemania y Francia para que devaluaran conjuntamente el dólar con el fin de impulsar la competitividad industrial estadounidense. Entonces ya era patente que la revalorización era una servidumbre que Washington tenía que soportar por mantener el dólar como moneda de reserva internacional. Un estatus que EEUU quería y quiere mantener, pero sin sus inconvenientes.

Moneda de cambio

El acuerdo de Mar-a-Lago se basaría en que los socios comerciales se comprometerían a contribuir a una devaluación del dólar y a proporcionar financiación a bajo coste y a largo plazo a EEUU. Y el palo serían los aranceles y, en su caso, la retirada de las garantías de seguridad a los países que se opongan a cooperar. Sobre este plan no ha habido ninguna declaración oficial, pero los constantes vaivenes en la adopción de aranceles dejan la impresión de que no son más que una pieza para intimidar e intercambiar en una futura negociación.

Los economistas oficiales señalan que el plan no lograría sus objetivos y hablan de que será «desestabilizador», un «desastre comercial autoinfligido», que «socavará el dominio del dólar», etc. Con la teoría económica en la mano, tienen razón. Otra cuestión es que la teoría económica no tiene en cuenta la fuerza del poder en la configuración de las relaciones económicas.
 
Y parece que las negociaciones ya están lanzadas. A principios de marzo, por sorpresa, la OPEP+ anunció que a partir de abril empezará a aumentar la extracción de petróleo. Y ahí también está Rusia. El lío de los aranceles empiezan a parecer un mero entretenimiento.