La podredumbre tras ‘Hondar ahoak’

Lo apuntaba la escritora Laura Fernández para referir al estupendo euskal noir ‘Hondar ahoak’, del que ‘Zeru ahoak’ es una continuación autónoma: ni dentro ni fuera de la pantalla, a nadie le interesa de veras el caso que trata de resolver Nerea (Aranburu), sino que es el whodunit (el «quién lo hizo») la zanahoria para construir un mundo interesante en el que jugar a polis buenos y malos.

Algo parecido ocurre en ‘Zeru ahoak’, donde las razones del asesinato de una joven se disponen, resuelven y olvidan al segundo capítulo. Queda lo bueno, observar cómo va cayendo el dominó tras el primer chapoteo argumental, estudiar cómo Nerea y los demás repiten las dinámicas y los errores que les llevaron al desastre cuatro años atrás.

A veces, la serie peca de explicativa (falta finura al desplegar la elección del final de la temporada), otras de maniquea (los momentos de más luz, con Carmen, son algo saltones), pero lo aguanta todo el cuerpo rígido de Nagore Aranburu, maestra del stillness o minimalismo interpretativo. Si en la temporada anterior la de Azpeitia trabajaba sobre el cabreo mal disimulado, aquí se expande entre la sorpresa, la rabia y la pena; emociones muy grandes para el cuerpo pequeño de la exinspectora. Agrava el caso que Koldo Almandoz haya optado por rodar un thriller de cámara, que se escribe casi toda en interiores penumbrosos, como los seriales de Brad Ingelsby o la quality TV británica (‘Time’), lo cual saca luz a sus réplicas y reparto.

Al mismo tiempo, la serie abandona el verdecino genérico nordic noir y, con fotografía de Txarli Argiñano (‘Intimidad’), opta por replicar los contrastes entre el cetrino profundo, el rojo podrido y el amarillo tóxico de las series malsanas de la BBC. Las heridas que ‘Zeru ahoak’ abrió hoy se ven infectadas de pus y se cuentan sin remedio