INFO

Stefan Zweig, anónimos momentos estelares

Respetando el formato original con que fue publicado en 1929, ‘Pequeña crónica’ recoge cuatro relatos escritos por el autor austríaco donde condensa su excepcional aptitud para convertir a sus personajes en portadores tanto de pasiones universales como del rastro depositado por su contexto social.

Stefan Zweig. (WIKIMEDIA)

Cuando Stefan Zweig se suicidó en la ciudad brasileña de Petrópolis, última estación de un exilio que pretendía huir del terror autoritario que recorría Europa, lo que estaba haciendo en verdad era apartar la vista definitivamente de la expresión más monstruosa en la que se habían encarnado todas aquellas actitudes contra las que había luchado en vida. Un final que catapultaba su –ya por entonces– reconocida firma a la zona más ilustre de la historia de la literatura en virtud de su estiloso trazo pero también por su facultad para conquistar diversos formatos. La poesía, el ensayo o la novela eran diferentes paradas de un mismo idioma artístico enunciado con un sutil y natural sentido de la complejidad.

Que algunas de sus hojas más memorables hayan cedido su espacio a retratar la biografía de grandes artistas, desde Honoré de Balzac a Charles Dickens o Fiódor Dostoyevski han pasado por su análisis, no significa que exista en ellos mayor trascendencia o enjundia emocional que la emanada por quienes moran estos relatos, porque aunque su recorrido vital no dejará rastro alguno en el imaginario colectivo, como la mayoría de los seres que habitamos el planeta, sin embargo sus huellas, parafraseando al poeta Walt Whitman, contienen multitudes.

Individuos sociales

Fiel a su tradición por rastrear en los seres engendrados por su imaginación la eclosión de su faceta más pasional, aunque esta deba de ser descubierta en ocasiones tras una tediosa coraza, y a tejer un hilo conceptual entorno al que se aglutinen los escritos reunidos en este tipo de volúmenes, los integrados en ‘Pequeña crónica’ guardan en común el enfrentamiento producido entre el entusiasmo despertado por lo intangible, aquello que desprecia lo material en pos de lo espiritual,  y la obstinada y dramática realidad, una colisión de la que suele salir magullada, en el mejor de los casos, la sustancia que tiene como función primordial alimentar el alma.

Pero esa inmersión en la psique de estos personajes, por otro lado situados en los márgenes de lo convencional, no excluye señalar el papel decisivo que en ella tienen los condicionantes sociales a los que es sometida. Un entorno en este caso especialmente trágico y que enlaza la llegada de la I Guerra Mundial y el auge del nazismo, dos elementos imposibles de convertir en ajenos a cualquier relato con aspiración realista. Aspectos políticos especialmente explícitos en la narración más reducida de todas, ‘Episodio en el lago de Ginebra’, convertida en el lamento humanista entonado por un náufrago rescatado de las aguas que en su condición de ‘extranjero enemigo’, una calificación aplicada por la ilógica bélica, se ve sometido al desprecio y a la intransigencia. Expresiones de crueldad que convivirán a lo largo de toda esta compilación con presencias repletas de bondad; ángeles y demonios, como cantaba el tango, revolcados sobre un mismo espacio.

Retirados y olvidados

Si los campos de batalla, y la configuración fronteriza derivada de ellos, son los culpables de marginar a ese individuo salvado de los mares, y posteriormente ‘devuelto’ a ellos, los dos protagonistas de ‘La colección invisible’ y ‘Mendel el Librero’, a la que solo puede referirse como una obra maestra ya desde su inaugural despliegue descriptivo, son conducidos a un cierto  aislamiento social como consecuencia de su propia elección intelectual. Una compartida conducta contemplativa y coleccionista, naturaleza que les emparenta a su vez al autor, ávido cazador y recolector de prestigiosos autógrafos, ensalzada por el tono elegíaco de sendos textos que, en paralelo a un desarrollo intimista, también se detienen en los condicionantes colectivos y externos. Habilidoso escorzo, practicado con tal excelencia por Zweig que solo encuentra posiblemente parangón en su compatriota y coetáneo Arthur Schnitzler, capaz de reunir en un mismo camino las sendas que transitan lo más particular y aquellas que perfilan las fronteras de todo un tiempo y lugar.

Más allá de su filia bibliotecaria, no son pocos los aspectos que unen a un veterano coleccionista de grabados y a un circunspecto librero convertido en oráculo de buscadores de tesoros literarios. Porque si el recuerdo de ambos ha sucumbido al fragor del paso de las hojas del calendario, mientras que el primero es requerido por la acuciante crisis económica que golpea a un vendedor  que anhela a su mejor cliente, búsqueda que destapa una relación familiar donde, como si de un guion rubricado por Rafael Azcona se tratase, convive la tragedia y la ternura, la historia de aquel eremita que hacía de la sombría mesa de un bar su oficina, es desempolvada de la memoria al recordar el trágico episodio en que por primera vez fue obligado –tras recibir la visita de tenebrosos uniformes– a observar la realidad más allá de las páginas de ficción. Fascinantes perfiles enhebrados por una común destino sacudido y derribado cuando son conminados sin remisión a abandonar su ensimismado habitar, perdiendo el único sustento que les mantenía en pie dignamente.

Ilustres desconocidos

Aunque ‘Leporella’ pueda significar la quiebra estilística y conceptual del libro, con sus ademanes terroríficos, tan cerca de Guy de Maupassant como de la malsana ‘Las criadas’, de Jean Genet, sin embargo la joven y desarraigada sirvienta que únicamente se dedica a sus laboras domésticas y a acumular bajo el colchón fajos de billetes, también sufre su propia demolición anímica cuando destapa unas bajas pasiones que le conducen a descubrir la naturaleza sombría del individuo.

Admirar la escritura de Zweig como si de una portentosa estructura de mármol, cincelada y manejada con perfecta precisión, se tratase sería despojarle de algo tan trascendental para su obra como representa su calidad humana. Su estiloso discurrir, convertido en todo un canon  para la sapiencia literaria, cobija con aparente naturalidad aquello que concierne al despertar pasional y a la no menos relevante exploración del entorno en que éste discurre. Estos cuatro relatos, y sus respectivos pobladores, logran a su vez ser un reflejo global de dichas actitudes y alojar su propio acento identificativo, escogiendo a personajes ajenos por completo a cualquier atisbo de notoriedad para trasformarlos en vehículos de esa desatada tormenta emocional producida al asomarse a un inédito paisaje existencial. Porque tan escabroso como inevitable resulta emprender ese recorrido alejado del cobijo de nuestras certidumbres que define al hecho de vivir.