Floren Aoiz
Director de la Fundación Iratzar

1986-2016, Euskal Herriak NATOri ez

El 12 de marzo de 1986 Euskal Herria expresó un sonoro rechazo a la OTAN. Aquello fue muy importante porque la mayor parte de los partidos apostó a favor de la OTAN.

Algunos, como el PNV, temerosos de la opinión popular, dieron libertad de voto, pero sus líderes Ardanza, Arzalluz y otros hicieron público que votarían sí. Los datos mostraron la distancia entre la fotografía oficial y la voluntad explícita de la ciudadanía y pusieron en cuestión la narrativa que pretendía legitimar la Reforma posfranquista en base a los votos de los partidos.

En Euskal Herria dos fueron las plataformas principales que impulsaron el «No», el Manifiesto, que lo hacía desde la defensa de nuestra soberanía, y la Movida Anti-OTAN, que agrupaba a otras gentes de la izquierda y movimientos sociales. Junto a ellos el Colectivo por la Paz y el Desarme y otros muchos grupos activos en la campaña: Jarrai, el movimiento obrero, estudiantil, feminista, ecologista…

El «No» tenía un significado político y se expresó con claridad en los cuatro territorios de la Euskal Herria peninsular. La denuncia del Polígono de Tiro de las Bardenas tuvo un lugar destacado en las iniciativas de sensibilización y las movilizaciones y esto reforzó la dimensión nacional en un momento en el que las fuerzas de la Reforma estaban potenciando la partición con todas sus fuerzas.

Lo que triunfó en 1986 fue la apuesta por una articulación hegemónica, es decir, una interrelación entre demandas y críticas que delimitaba el campo político en dos espacios. En aquella articulación quedaron alineadas de un lado la soberanía, el desarme, el antimilitarismo y las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la población, mientras al otro se encadenaban el elitismo, el militarismo, la crisis, la negación de la soberanía, el terrorismo de estado y un régimen que cada vez generaba más indignación. El «No» A LA OTAN era el lema principal de la articulación, si bien tenía significados diferentes para unas y otros.

Los resultados pusieron de manifiesto que la rebelión vasca contra la dictadura y la reforma había sedimentado en nuestra sociedad. La reforma, pese a haberse impuesto materialmente, tenía grandes problemas para lograr la adhesión de la gente.

El ensamblaje en las redes internacionales capitalista-atlantistas era uno de los principales retos de la reforma. La CE y la OTAN constituían los soportes principales de aquella inserción, cuyo objetivo era mantener al Estado español en la geoestrategia del imperialismo capitalista. El PSOE, que en otro tiempo había mantenido una posición pública contraria (su lema fue «OTAN, de entrada no»), cambió de postura al llegar al Gobierno. El referéndum pretendía aligerar tensiones y legitimar aquella apuesta apuntalando la propia Reforma.

Conviene recordar que la rebelión vasca fue el principal escollo de la reforma. Al llegar al Gobierno de Madrid en 1982, el PSOE recrudeció la estrategia para liquidar la lucha y las ansias de libertad de la sociedad vasca. Antes de 1986 los GAL ya habían matado a más de 25 personas, se implantó el Plan ZEN, las torturas siguieron…

Paralelamente, el PSOE llevó a cabo desde el Gobierno una bestial reconversión económica, sobre todo en el ámbito industrial, que supuso una masiva destrucción de empleo y una drástica caída de las condiciones laborales de miles y miles de trabajadoras y trabajadores. En 1986 había muerto ya la ilusión de un PSOE transformador y había quedado claro su alineamiento con el capital y contra el trabajo. Eso es lo que una CE convertida en laboratorio gigante del neoliberalismo le pidió al Estado español, y el PSOE se empleó en esa tarea con todas sus fuerzas.

Asustado por los resultados en Euskal Herria, el Estado español llegó a la conclusión de que debía aplicarse con más brío en la represión hacia la izquierda abertzale y todos los sectores rupturistas. El PNV, por su parte, también vio con miedo lo sucedido, tanto más ante la escisión que dio lugar a EA. Estaba claro, por tanto, que la Reforma debía acelerar su ofensiva para evitar que la crisis de adhesión que mostraban aquellos resultados tomara cuerpo en una alternativa viable.

El rechazo de Euskal Herria se convirtió, pasados unos años, en abono para la rebelión de la insumisión, y la defensa de la soberanía y el rechazo del belicismo de la OTAN se convertirían en elementos del sentido común del país: el militarismo atlantista ha tenido grandes problemas para lograr apoyos aquí.

El «No» a la OTAN y las numerosas movilizaciones de la época dieron un importante espaldarazo a la izquierda independentista, especialmente a Herri Batasuna. Tras el referéndum llegaron varias citas electorales y en ellas la izquierda abertzale obtuvo resultados históricos mientras el PNV sufría un duro varapalo. Más tarde vendrían las conversaciones de Argel, poniendo de manifiesto el alcance de la acumulación de fuerzas lograda; pero como sabemos, aquello no llegó a buen puerto y el Estado español logró endosar el grueso de la factura del fracaso a la izquierda abertzale.

30 años después de aquel referéndum las razones para decir «No» a la OTAN se han multiplicado. El Polígono de Tiro de las Bardenas sigue en manos del Ejército español y al servicio de la OTAN, pese a las expresiones de rechazo y movilizaciones populares. La OTAN es un instrumento agresivo del imperialismo neoliberal atlantista, una organización criminal que arrasa pueblos e impone los intereses de una minoría, como estamos comprobando en todo el planeta.

Dejada atrás la polarización llamada Guerra Fría, la OTAN se vio sin su principal coartada, pero no tardó en encontrar otras dos. La «lucha contra el terrorismo», que ya venía usando antes, narrativa en la que terrorismo es todo aquello que cuestiona su predominio. La segunda, el «humanitarismo», según el cual las intervenciones militares imperialistas se presentan como acciones en defensa de los derechos humanos. La OTAN quiere responder a la multipolaridad de nuestro mundo impidiendo el surgimiento o fortalecimiento de agentes autónomos. En última instancia, es un mecanismo para asegurar la dependencia, una fuerza armada para imponer las relaciones que interesan al imperialismo.

Este aniversario es una oportunidad para potenciar el debate, fortalecer la apuesta contra el militarismo y recordar el espíritu de aquella gran movilización social. No podemos quedarnos en el mero recuerdo de la victoria: es hora de conformar mensajes y líneas de actuación acordes a nuestro tiempo, hay que buscar nuevas fórmulas para esta vieja batalla.

En esta pugna, el referéndum contra la OTAN, la insumisión y el Polígono de las Bardenas son tres grandes referencias, pero el horizonte debe apuntar a la total desmilitarización de Euskal Herria. Nuestro pueblo debe decidir qué relaciones quiere tener con los otros pueblos y debe poder organizarse sin supeditarse a ningún agente externo y sin ser cómplice de la supeditación de ningún otro pueblo.

La elección que hizo nuestro pueblo en 1986 aparece como pionera contra el neoliberalismo imperialista y belicista: cada vez es más evidente que la soberanía de los pueblos es clave para la construcción de un mundo diferente. Euskal Herria dio un gran paso soberano el 12 de marzo de 1986. No fue una simple proclamación, pues nuestro pueblo fue soberano al decidir, por más que esa decisión no haya sido respetada.

Euskal Herria respondió como pueblo a aquel desafío y ahora también debemos responder como pueblo a las agresiones del neoliberalismo, tomando nuestro propio camino y haciendo respetar la voluntad popular. En 1986 demostramos capacidad para sumar fuerzas y actuar en común desde la diversidad. Ahora también la defensa de la soberanía es necesaria porque representa a la vez el cambio social, la igualdad y la democracia. En definitiva, porque para ser libres necesitamos serlo en un pueblo libre.

Buscar