A propósito de Ion Ruiz Imaz, la última víctima mortal en un accidente laboral
No hay duda que una muerte en el trabajo no tiene nada de accidental. Lo pienso y escribo ahora que he leído la noticia de la muerte de un vecino de Alsasua de 32 años en un accidente laboral en Cementos Portland, en Olazagutia, ayer 15 de febrero. Su nombre era Ion Ruiz Imaz. Descanse en Paz. Hoy es portada y noticia en nuestros medios de comunicación. Mañana o pasado mañana, en el mejor de los casos, todo quedará en el silencio del ángulo oscuro de las estadísticas y porcentajes de las muertes en el lugar de trabajo durante el presente año 2024.
No pasa un día sin que aparezcan en los medios de comunicación noticias de que hay heridos en el trabajo, incluso graves, y que también ha habido muertos, todos ellos víctimas de los así llamados «accidentes laborales». Y esta es la noticia que congela los nervios, incluso de los espectadores más empedernidos. El accidente es un suceso eventual que altera del orden regular de las cosas. El accidente es un suceso eventual o acción de que resulta daño involuntario para las personas o las cosas. El accidente en el trabajo El accidente laboral es la lesión corporal o enfermedad que sufre el trabajador con ocasión o a consecuencia del trabajo que ejecuta. La muerte, en este caso, ha ocurrido... ¿Simplemente porque el azar, el destino, la mala suerte así lo quiso? ¿No hay nadie responsable del trágico suceso?
No es raro que tengamos noticias sobre accidentes graves o muy graves en los que las formas en que se produjeron son tan increíbles que dejan perplejos a quienes se enteran, porque deberían incluirse bajo el epígrafe «realidad ficticia», cuando, es un decir, lo verdadero tiende a superar lo falso en la fantasía. Pareciera que no se pudiera hacer nada, porque tal vez desde hace un tiempo no se producen accidentes laborales, el trabajador tiende a calmarse y es precisamente ese silencio el que resulta sumamente peligroso, ya que lleva a bajar la guardia. Todo se queda en el camino y olvidamos que podemos lastimarnos mientras trabajamos, hasta que ocurre un imprevisto −pero solo aparentemente, porque podría haber sido previsto−. No sé cuántos accidentes o incidentes se presentan como invitados no deseados, sin invitación alguna, cuando así lo deciden. No sé cuántos accidentes o incidentes, con mayor o menor claridad, son siempre predecibles.
Las formas en que ocurren los accidentes parecen increíbles, pero con la atención adecuada son en su mayoría predecibles y, por lo tanto, evitables. No podemos fingir que no ha pasado nada, sin darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, tal vez reflexionando que lo que le ocurrido a Ion Ruiz Imaz ciertamente nunca me sucederá a mí. Bueno, tomémoslo con calma, porque no es muy inteligente confiar en «nunca» y su significado. Por ello, intentamos entender qué está pasando.
La primera causa, que es la más grave, suele deberse a la presunta falta de información y sobre todo a una formación insuficiente sobre los aspectos nuevos y antiguos del puesto de trabajo, especialmente de los nuevos empleados, que suelen ser muy jóvenes e inexpertos y carecen a menudo de los conocimientos más elementales. La falta de experiencia, si los trabajadores se quedan solos consigo mismos, puede afectar negativamente el principio de autoconservación, con posibles consecuencias negativas. Puede suceder con bastante frecuencia que trabajadores recién contratados, quizás con pocos conocimientos técnico-operativos, sean asignados a ciertos trabajos de los cuales, quizás, pero no es seguro, conocen los conceptos básicos, pero no todas las implicaciones ligadas a la inefable aleatoriedad. Aquí, en cuanto sucede algo fuera de la normalidad, los problemas pueden pasar factura.
La segunda causa es la más sutil, porque tiene un doble nudo vinculado a la repetibilidad del trabajo, que acaba privando al trabajador de la justa y necesaria concentración en el desempeño de su tarea, realizando las maniobras de forma mecánica y automática, sin prestarle la atención que exige. Y es un instante, por lo que sucede en un instante que puede tener consecuencias ilimitadas en el futuro, si no la muerte.
Las soluciones no serían difíciles de implementar, ya que bastaría con que el empresario aplicara servil y rigurosamente lo que prevén los protocolos de prevención de accidentes, garantizando los criterios de seguridad. El trabajo nunca debe realizarse de forma casual, sino con extrema concentración, sin bajar nunca la guardia, porque la repetitividad y la falta de atención siempre están a punto de atacar. El trabajo es trabajo, por eso hay que abordarlo con atención, porque las desgracias siempre están listas y debemos protegernos de ellas. La prevención, ante todo, también por temor a lo que la razón dice que es imposible (los casos de la vida enseñan que muchas veces lo que se considera imposible sucede en realidad: «¿quién lo hubiera pensado?»).
Yo creo que habría que se podría volver a la antigua usanza, juntando al «maestro» y al «aprendiz», de tal manera que la experiencia de uno salvaguarde la salud del otro. Y juntos puedan proceder sin distraerse jamás, defendiéndose de todo lo que pueda suceder, previniéndolo y así evitándolo. Solo cuando sucede algo verdaderamente impredecible no hay remedio. Pero por lo demás, algo se puede hacer y, en consecuencia, hay que actuar.
Espero no equivocarme, pero he entendido que en un año y medio ha habido dos muertos en accidente laboral en esa misma empresa en la que se ha producido la última de sus víctimas, Ion Ruiz Imaz. En lo que va del presente año 2024 seis personas han muerto en su puesto de trabajo en nuestra Comunidad Foral de Navarra. Es decir, prácticamente una por semana.
Ya no pasa un día sin que haya muertes en el trabajo. Es un boletín de guerra, una masacre diaria. Los medios de comunicación seguramente tratan de ir más allá de la fría contabilidad de las muertes en el trabajo. Es una manera de devolver algo de dignidad a los trabajadores. Siempre hablamos de números, pero nunca de que detrás de un trabajador desaparecido hay padres, madres, hijos, hermanos, hermanas... Que casi siempre permanecen solos, abandonados por todos, lidiando muchas veces con la dichosa burocracia. Y muy a menudo los responsables de estas muertes en el trabajo salen impunes con sentencias insignificantes o, peor aún, los juicios terminan prescribiendo.
Les llaman «accidentes laborales» incluso cuando el accidente ocurre con sangre.
Les llaman «accidentes laborales», porque el término accidente alude a la ausencia de una mano directamente responsable de lo ocurrido, mientras que la mano responsable siempre está ahí, a veces más de una.
Les llaman «accidentes laborales», como si se debieran al azar, a la fatalidad, a la mala suerte.
Les llaman «accidentes laborales» pero el dolor que las rodea podría requerir un sustantivo muy diferente.
Les llaman «accidentes laborales» para que parezcan sinceros, inmaculados e inocentes.
Les llaman «accidentes laborales», provocan una protesta que dura lo suficiente como para ocupar la primera plana. Entonces las víctimas y sus familias suelen acabar en el olvido.
Les llaman «accidentes laborales», para evitar hablar de asesinatos laborales.
Les llaman «accidentes laborales», como la indiferencia que llevan consigo.
Les llaman «accidentes laborales», pero casi siempre dependen de que en una empresa no se respetaban ni siquiera los estándares mínimos de seguridad en el trabajo.
Les llaman «accidentes laborales», una manera irónicamente abstracta y neutra de decirlo, sobre todo cuando la muerte del trabajador es la consecuencia.
Les llaman «accidentes laborales», tan inmaculadamente blanca como la sábana que cubre el cuerpo muerto del trabajador y las conciencias de los culpables.
Les llaman «accidentes laborales», pero son tragedias inaceptables para una Comunidad Foral que se define civilizada y a la vanguardia del desarrollo más progresista, que no puede permitirse el lujo de tener todas estas muertes en el trabajo.
Les llaman «accidentes laborales», pero causan muertes, arruinan familias y dejan a su mundo más huérfano y solo.
Les llaman «accidentes laborales», buenismo educado eufemístico que debería ser abolido cuando hay una muerte de por medio porque es un insulto a los familiares y a las víctimas mortales del trabajo.
Les llaman «accidentes laborales», son las tragedias subestimadas en los datos, estadísticas y porcentajes oficiales.
Descansad en la Paz, Ion Ruiz Imaz y compañeros muertos en los así llamados «accidentes laborales».