Juan Carlos Pérez

A su debido tiempo

No ponen reparos en lanzar cualesquiera exabrupto en la creencia que va a desaparecer como los estornudos que esparcen aerosoles, pero no cargues contra ellos ni la centésima parte porque lo pagarás y muy caro.

Es realmente sencillo tirar el balón a las alturas. Cuanto más alto mejor. Patadón para arriba y que remate el delantero de pase directo desde la portería. Y así ganar los partidos. ¿Les parece una chorrada? Pues es lo que se hace de continuo. Todos los días. Y es que cada persona se hace su propia plantilla de lo que han de ser las cosas.

Son los auténticos arquitectos del universo. Conocen todo al dedillo, son los más listos, los más guapos, los más resultones, y los demás son unos mierdecillas que sólo ocupan espacio y consumen oxígeno. Son infraseres prescindibles por completo. Y esa es la base de todo lo demás, deshumanizando al prójimo como medio para justificar todo lo que se quiera hacer, más que decir.

Pero vamos a asuntos más terrenales. Porque es tan fácil decir lo que el presidente, el obispo o el seleccionador debiera hacer en su puesto, todos parecen ser dueños de la verdad absoluta. Y como dicen las sagradas escrituras, como es arriba es abajo. Es decir, las alturas vienen determinadas por lo que la base de la que son extraídas dictamina en sus nutrientes, es decir, en su composición, o, dentro de ello, su descomposición y detritus.

Cuando se habla de que tal o cual de las alturas es neoliberal o privatizador, hay que bajar la mirada a los próximos. ¿Un ejemplo? Un frontón público en un espacio diáfano como elemento de soportal de un antiguo ayuntamiento en una plaza céntrica de un pueblo. Y se hacen un grupo de Whattsapp para gestionar los turnos de uso de ese frontón. Eso es privatización del espacio público, no hay que ir a las alturas respecto a una gran empresa. Y los que hacen esta memorable conducta para con sus vecinos son en su mayoría gente que se autodenomina de izquierdas, incluso rayanos en el comunismo, pero eso es de boquilla, para el discurso.

Para todo lo demás, cuando la gente no ve, aparentemente, no juzga, queda debajo del manto de la mesa camilla, entonces son los más neoliberales del barrio. Como esos progenitores de apariencia progresista que cuando se trata de los interiores de su hogar, un día elogian la tremenda labor familiar de sus hijos, pero al cuarto de hora siguiente o a la mañana de la siguiente jornada, lo del día anterior está completamente olvidado.

Es pasado, y este ya no cuenta. Nunca existió. Pudiste deslomarte recogiendo o haciendo, pero lo único que vale es lo de ese mismo día. ¿Como se te queda el cuerpo? Pero luego esos mismos son los que reproducen los 2 minutos de odio en media hora de exabruptos en la sobremesa con los informativos del mediodía. Una forma un tanto pintoresca de acción social, de relacionarse con los congéneres humanos. Y pudiera haber más ejemplos, pero que cada cual haga la exégesis de mirar su propio espejo y buscar su propia sombra. Introspección. Dijo un sabio que hasta no poner en orden la propia casa no se puede ir a procurar arreglar la de los demás.

Son los de la piel fina, que antes de la conversión a euros era lo popularmente conocido como la ley del embudo. No ponen reparos en lanzar cualesquiera exabrupto en la creencia que va a desaparecer como los estornudos que esparcen aerosoles, pero no cargues contra ellos ni la centésima parte porque lo pagarás y muy caro. Y por supuesto lo que ellos hacen es lo que piensan los demás harán, por eso son tan precavidos y procaces en sus pronósticos.

Pero nunca, ni decir ni hacer, caerán en el craso error de reconocerse en el especulum, en la imagen por ellos proyectados, revelando una deseada diglosia en el discurso, una disonancia cognitiva entre el nosotros, más bien el yo, y el ellos. Y es que la falacia del hombre de paja, esa que construye una realidad alterna, se adjudica como si fuera real, y se empiezan a lanzar salvas de cañón a mansalva como si fuera el 2 de mayo o el 14 de julio, es tan real como la falacia ad-hominen y tantas otras.

Son realidades que se reconocen en los demás, pero no en uno propio, y siempre mirando a las estrellas, hacia las alturas. Son ellos los culpables de todo, porque si ellos no existiera, sería todo dicha y alegría, dado que el hombre de a pie es el epítome de la grandeza y disposición de gran corazón y noble alma.

Si, damas y caballeros, hay que ser más prudente en las afirmaciones, y ante todo y sobre todo en las acciones, que son más importantes. Porque las declaraciones nos posicionan, pero las actuaciones nos definen, quienes somos, y para qué estamos en este mundo, con la oportunidad que se nos ha dado para interactuar con el medio y el resto de unidades animales, que es lo que, en definitiva somos los seres humanos, unos animales un tanto raritos. Es nuestro desafío, uno que ha sido objeto de polémicas de siglos y milenarias, por ejemplo, para los filósofos, elemento que debiera recuperarse, porque ahora pareciera que no tiene cabida, y está pasada de moda.

La Filosofía y la Historia fueron cruciales para dar sentido a mi paso por el bachillerato, antes de la universidad, y no en etéreo, sino las personas que dieron rienda a ese conocimiento para que pudiera cogerlo al vuelo. Gracias, sin duda. Y como colofón, vuelta al principio, como es arriba, es abajo.

La sociedad es la que da significado a cualquier grupo que se signifique, en pequeño, el conjunto mayor, por lo que las virtudes y defectos identificados, como simplificación, al conjunto, responde a lo que una buena parte de los de abajo tiene. Mírese al espejo, porque descubrirá muchas cosas. De su gusto y no tanto. Ying y yang. Acéptelo. Será lo mejor. Un saludo y abrazos.

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