Gonzalo Fernández
Paz con Dignidad-OMAL

AfCFTA, ¿bienestar y soberanía para África?

¿Quién se beneficia en este río revuelto? Con toda seguridad, las empresas transnacionales que hegemonizan la economía del continente

El pasado 30 de mayo muchos medios se hicieron eco de la puesta en marcha del AfCFTA, principal acuerdo comercial africano. Son ya 23 países los que lo han ratificado, aunque su ambicioso plan aspira a incluir a los 55 Estados que conforman la Unión Africana (UA). Daría lugar así al mayor mercado internacional en función del número de países implicados, para un total de 1.200 millones de personas (más del doble que la Unión Europea).

El AfCFTA aspira a medio plazo a facilitar la movilidad humana a través de un pasaporte único y a incidir en favor de la unidad monetaria en el continente pero, sobre todo, pretende avanzar en la construcción de un gran mercado común. En este sentido, propone ya la eliminación del 90% de los aranceles y contingentes aduaneros en una primera etapa para, en una posterior, regular también el conjunto de barreras no arancelarias, así como sectores clave como inversiones, servicios o propiedad intelectual.

La magnitud de la propuesta ha provocado que, a pesar de lo realmente aprobado –solamente aranceles, y con un grado de excepcionalidad por país del 10%–, afloren como champiñones voces y estudios supuestamente científicos que, cómo no, ya anticipan los enormes beneficios para África. Bajo la incuestionable premisa de que a mayor comercio mayor bienestar, se pronostica un incremento del 20% al 50% en el comercio intraafricano; se apuesta a un aumento de 1,6% en el PIB; se insiste en la mejora en el empleo, especialmente de mujeres y jóvenes; se proclama su sintonía con los ODS y, como guinda, se reivindica como ejercicio de panafricanismo y soberanía continental, ¡Vinculando AfCFTA con figuras como Nasser, Lumumba o Fanon!

No obstante este relato no se sostiene, desde la simple evidencia histórica. El caso de México tras el acuerdo con Estados Unidos, o el de Colombia con la UE son solo dos ejemplos en este sentido. Pero si profundizamos específicamente en este acuerdo el AfCFTA aspira, en primer lugar, a incrementar el escaso comercio continental únicamente mediante reducción de aranceles, sin análisis sistémicos ni planes en torno a otras razones de mayor calado que lo limitan (deuda externa, infraestructuras de transporte, dependencia de las potencias económicas, escasa demanda de los mercados interiores, precariedad, etc.). Además, la reserva del 10% para cada país, si se concreta en los productos de menor valor añadido –básicos para la mayoría de economías de la región–, puede desactivar incluso ese objetivo de bajada de aranceles.

En segundo término, y aún con mayor comercio, las enormes asimetrías entre países –Sudáfrica nada tiene que ver con Sudán– no harían sino incrementarse, destrozando las muy vulnerables economías locales –no es extraño que Nigeria se replantee su entrada en defensa de su industrialización–, beneficiando a las economías con menores costes o más potentes, tanto africanas como extranjeras, y sin mecanismos de compensación social viables.

¿Quién se beneficia en este río revuelto? Con toda seguridad, las empresas transnacionales que hegemonizan la economía del continente –chinas, europeas, americanas–. Verían así reducido sus costes de operación, aumentada su capacidad de captura de mercados, y darían un paso más en la instauración de la nueva oleada de tratados comerciales a nivel global, verdadera constitución vigente que blinda sus intereses. No sabemos qué resultará finalmente, pero el AfCFTA parece situarse en las antípodas de Franz Fanon.

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