Miren Harizmendi González
UPV y Bakeola

Altsasu y la imagen del «enemigo»

En el Congreso Europeo de Justicia Restaurativa y Terapéutica celebrado el pasado junio en Donostia, la Catedrática en Derecho Esther Giménez-Salinas i Colomer lo resumió de una manera muy clarificadora: «En la sociedad en la que vivimos se encarcela por cultura, no por delito. Hay una política penal que castiga. Aumenta la población reclusa pero no el número de delitos». La exvocal del Consejo General del Poder Judicial destaca que vivimos inmersos e inmersas en la cultura del castigo, una cultura con un fondo coercitivo y violento. Entre todos, existe un concepto que predomina: el de peligrosidad social. Heredado de la época franquista, éste promulga el endurecimiento de las penas impuestas al «enemigo».

Durante siglos, la imagen del «enemigo» ha contribuido a justificar todo tipo de excesos a escala mundial. Cuando nos situamos en esa perspectiva, resulta relativamente fácil deshumanizar a quien tenemos delante y desproveerlo/a de cualquier derecho esencial o capacidad de sentir. En pos de «protegernos de una posible amenaza» podemos llegar a ser capaces de, casi, cualquier cosa.

Tristemente, llevamos demasiados años mirando a través de las lentes del castigo, el rencor y la venganza (mal llamada justicia). Es demasiado tiempo ya de dolor y sufrimiento en vano. Pareciera, incluso, que tuviéramos serias dificultades para ofrecer a las generaciones venideras una opción más constructiva. Necesitamos urgentemente del desarrollo de una cultura mucho más respetuosa, que contemple la interconexión entre las personas y crea en la capacidad del ser humano para desarrollarse y para gestionar de manera positiva los conflictos.

En las últimas semanas los medios de comunicación se han hecho eco de una noticia situada en la localidad navarra de Altsasu. Aunque ésta ha captado la atención de muchas miradas, al comentar con la gente, parece que no queda claro qué ocurrió exactamente. Lo que no da lugar a duda es que una persona (de profesión guardia civil) tuvo que ser atendida en el hospital por las agresiones sufridas. Evidentemente, cualquier acción de este tipo sólo contribuye a generar más dolor y sufrimiento y no ayuda, en absoluto, a la construcción de una convivencia en paz.

Imagino que cada una de las personas participantes en el suceso encontrará argumentos más que suficientes para justificar su comportamiento. Por lo general, solemos tener una gran habilidad para minimizar y adornar nuestras propias faltas y, sin embargo, nos falta tiempo para magnificar las ajenas. Para poder darle la vuelta a la situación, necesitamos, como insiste el relator y conciliador Kristian Herbolzheimer, «salir de nuestra esfera de confort» y empezar a ensayar nuevas maneras de acercamiento y entendimiento.

En este sentido, resulta ultrajante que a día de hoy aún se produzcan detenciones como las llevadas a cabo en los últimos días. Son muchas las voces que ven claro que ha sido una medida desproporcionada. La cultura de paz ha de calar hondo en cada uno de nosotros y en cada una de nosotras, para que pueda desarrollarse una convivencia respetuosa e integradora. Entiendo que las instituciones han de ser referentes en la materia, ofreciendo a la sociedad alternativas enriquecedoras que favorezcan la creación y el mantenimiento de relaciones nutritivas y constructivas.

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