Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Alves y los pobres hombres

La sentencia por violación contra el jugador Dani Alves ha sido objeto de múltiples análisis y, también, como no podía ser de otra manera, de comentarios absolutamente dispares en las redes, conscientes todas las personas de lo mucho que estaba en juego y del precedente que podría suponer de cara a validar o no el consentimiento como un concepto con aplicación jurídica. También, para algunas suponía una reválida a una ley que ha sido objeto de enjuiciamiento y, a su vez, de linchamiento mediático. Como ya sabemos, las leyes no sufren; por lo tanto, ese linchamiento político iba dirigido contra las personas que han dado sentido legal al consentimiento y a la demanda feminista del «solo sí es sí». Parecía difícil que una sentencia, de carácter penal, pudiera generar pedagogía sobre la libertad sexual y esta lo hace. Creo que la sentencia explica el consentimiento con claridad. Si no han leído los extractos, les invito a hacerlo. Es más, deberían de estar tatuados en los baños, las lonjas, lugares de ocio e incluso en los portales de cada casa, para aquellos que todavía no saben cómo tratar y relacionarse con una mujer o qué es la libertad sexual.

Quiero hacer un breve paréntesis para quien crea que renunciamos a viejos eslóganes, como «no es no». No se trata de renunciar, sino de enriquecer y complejizar nuestra mirada frente a la violencia machista. Igual que no renunciamos al análisis de cada contexto concreto en que se pudiera pronunciar el consentimiento, porque sabemos que el consentimiento afirmativo puede carecer de veracidad y que para que el mismo tenga sentido se debe dar en unas condiciones concretas.

Me gustaría incidir en algunos aspectos que me parecen importantes, por aquello de que con cada juicio estamos apostando por un cambio de paradigma al que le acompañan, como es lógico, resistencias en la disputa cultural sobre lo que es la libertad sexual. Lo primero que quiero señalar es que la rebaja de penas, en los casos de violencia patriarcal, no es un hecho aislado ni puede achacarse a la ley del «solo sí es sí». Es una práctica en las sentencias por este tipo de violencia. No sería justo ni ético aludir a que la ley es la causante de la rebaja de penas. En esta ocasión, la ley ofrecía una horquilla de entre 4 a 8 años y, por diferentes razones, los jueces han optado, prácticamente, por imponer la pena mínima. El elemento que, según los jueces, es una atenuante y, por tanto, conlleva una rebaja de la pena, es que consideran que existe una mínima reparación del exjugador a la víctima al indemnizar a esta, previo al juicio, con el pago de 150.000 euros. La indemnización económica difícilmente puede ser una atenuante o un acto de reparación en este tipo de delitos. Me resulta un tanto paradójica la claridad del consentimiento que se revela en la sentencia y, sin embargo, su falta de atención a la justicia restaurativa. Dicha atenuante manda un mensaje un tanto contradictorio con el propio espíritu de la ley, que busca, sobre todo, la reparación de las víctimas y que, sin lugar a dudas, tiene diferentes ámbitos. También el económico, pero el primer requisito es el reconocimiento del daño por parte del victimario, acto que no se ha producido ni antes, ni durante, ni después. Es más, la víctima sufrió numerosos intentos de descrédito por parte del entorno de Alves, mientras él, como buen hombre, callaba. Desde que se tuvo conocimiento de la agresión, Alves y su círculo, especialmente mujeres vinculadas con él, han buscado desacreditar a la víctima, por aquello de que si es una mujer la que cuestiona a otra, la carga de descrédito es mayor. Cuando el entorno afectivo de los agresores niega la agresión e intenta eximirle de cualquier atisbo de machismo es como cuando los nietos de Franco alababan la figura de su abuelo. A Franco no se le juzga por abuelo, sino por ser un dictador y los crímenes que cometió durante su mandato, pues lo mismo a toreros, jugadores, escritores, actores, directores... Cuando ejercen violencia patriarcal se les juzga por ello y no por sus vínculos afectivos con otras mujeres o su desarrollo profesional. En el patriarcado, para su mantenimiento, se da una perversa circunstancia y no es otra que el deseo, genérico, de las mujeres de salvar a los hombres. No creo que haya ninguna otra opresión donde las oprimidas agiten con tanta frecuencia el «pobre de los hombres». ¿Se imaginan un «pobres blancas», «pobres banqueros», «pobres empresarios»? A los hombres se les exculpa incluso de su propia violencia porque, desde una postura patriarcal, siempre tan llena de contradicciones, se les considera racionales, pero esclavos de sus instintos; fuertes, pero analfabetos emocionales; poderosos, pero seres acomplejados. Y que es por eso, ante el temor de que sus propias incapacidades queden al descubierto, por lo que descargan su violencia contra las mujeres. En Alves, como en tantos machirulos poderosos, se evidencia bien la alianza entre poder y violencia, aunque ya no parece que ello les vaya a permitir la absoluta impunidad a la que estaban acostumbrados ni el disfraz de pobres ingenuos.

La sentencia contra Alves supone un hito por diferentes razones, entre ellas, que puede servir para reparar a muchas víctimas que, o bien nunca fueron creídas o incluso no llegaron a percibir una violencia que, casi siempre, se expresa en lugares y formas no esperados. Considero que el debate no se puede centrar en el número de años de la pena, sino en desgranar lo que aporta la sentencia, en positivo y en negativo. Que en el Código Penal se haya separado la atenuante de reparación del daño de la atenuante de confesión resulta un tanto paradójico desde un punto de vista restaurativo y manda el mensaje de que, si eres un hombre rico, podrás pagar por tu libertad.

Para quien crea que las feministas estamos contentas, solo señalarles que nuestra alegría será desbordante cuando no tengamos que acompañar ni reparar a ninguna víctima. Por eso, este 8M y cada día saldremos a reivindicar que «solo sí es sí», sin olvidarnos de que la noche, la calle y los baños también son nuestros.

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