Raúl Zibechi
Periodista

América Latina epicentro mundial de la pandemia

Estamos ante una falta casi generalizada de liderazgos legítimos, lo que debilita la lucha contra la pandemia. Sin embargo, los gobiernos de México y Argentina llegan a la pandemia con una elevada popularidad.

La situación es tremenda y empeora de día en día. El número de contagiados supera holgadamente el millón, con casi 700.000 en Brasil, mientras la cantidad de muertos se dispara. Los hospitales están al borde del colapso y "Folha de Sao Paulo", el principal diario del país, sale con fondo negro cuando se alcanzan casi los 1.500 muertos diarios.

El virus llegó a países donde la mayor parte de la población tiene trabajos informales y no puede asumir el quedarse en su casa; donde los Estados no tienen recursos materiales para afrontar la pandemia y la crisis económica; los gobiernos tienen escasa legitimidad y la mayor parte no cuenta con apoyo popular; las políticas para enfrentar la pandemia son erráticas, van y vienen según el bamboleo de las cifras.

Chile ya ha superado al Estado español en infectados por millón de habitantes, siendo uno de los países que cuenta con mayores recursos. Perú está muy cerca de superar esa cifra. Las tremendas escenas de cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil han dado la vuelta al mundo. Presidentes negando la evidencia científica y llamando a no hacer cuarentena, redondean el despropósito de una región sin rumbo, campeona mundial en desigualdad.

Pretendo ordenar y profundizar las principales razones por las cuales el virus se expande de forma exponencial.

La primera es de carácter estructural. Entre el 60 y el 70% de la población tiene trabajos informales, sin salario fijo; dependen de lo que vendan o de las horas que dediquen a estar en mercados, arriba de una bicicleta o moto haciendo reparto, o cualquiera de la actividades informales imaginables.

Este sector de la población no puede guardar cuarentena, porque además de no tener ingresos, ni ahorros, no está siendo asistido por gobiernos que no tienen recursos y que no se les pasa por la cabeza imponer impuestos a los ricos o estatizar sus cuantiosos bienes. La alternativa al «quédate en casa» ha sido, en los barrios populares, «quédate en el barrio».

Una salida necesaria pero insuficiente: si en las viviendas suelen dormir hasta siete personas en la misma cama, en las calles de los barrios el contacto estrecho no puede evitarse. No tienen saneamiento ni agua potable, y a veces ni siquiera agua, por lo tanto es imposible lavarse las manos y limpiar la vivienda.

Dos problemas más de carácter estructural: los sistemas de salud son extremadamente frágiles (en algunas ciudades de Brasil hay menos de un cama hospitalaria cada mil habitantes, cuando la OMS recomienda ocho). Las estadísticas son poco fiables, lo que lleva a desconfiar del recuento de muertos e infectados. Hay países que no hacen tests o no informan sus resultados, lo que agrava la desconfianza.

La segunda razón se relaciona con la escasa legitimidad de los gobiernos. Desde octubre de 2019 se registraron fuertes movilizaciones en Chile, Ecuador, Colombia y Haití, que demandaban un cambio en el sillón presidencial o en las políticas económicas y sociales. En otros casos, como Bolivia y Brasil, los gobiernos tienen su legitimidad cuestionada por políticas erráticas o por el modo como los presidentes accedieron al gobierno.

Estamos ante una falta casi generalizada de liderazgos legítimos, lo que debilita la lucha contra la pandemia. Sin embargo, los gobiernos de México y Argentina llegan a la pandemia con una elevada popularidad. Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador desde el primer momento negó la importancia de la pandemia, mostrando estampitas de la virgen como forma de afrontarla.

El caso de Alberto Fernández en Argentina es diferente. Comenzó con una cuarentena muy rigurosa, consiguió enlentecer la propagación del virus, aún a costa de darle demasiado poder a las policías. Sin embargo, en las últimas semanas se registra un importante crecimiento de infectados, aunque la cantidad de muertos es relativamente pequeña en comparación con los demás países.

A favor del argentino, debe decirse que cuenta con el apoyo logístico y político de la mayor parte de las organizaciones sociales, a las que escucha porque sabe que sus funcionarios no conocen los barrios populares con la misma profundidad que los movimientos. Ahí vemos el extraño caso de militantes sociales colaborando con las Fuerzas Armadas en el reparto de alimentos.

En tercer lugar, por las dos razones anteriores los gobiernos a no han podido diseñar políticas consecuentes ante el coronavirus. Algunos han debido dar marcha atrás a la liberalización de la cuarentena, como el de Chile, mientras el de Brasil pasó de recomendar el no uso de las mascarillas a hacerlas obligatorias en todo el país, en cualquier lugar.

El caso de Brasil merece un comentario aparte, por tener más de la mitad de los casos y ser el país más importante de la región. Bolsonaro ya no tiene ni siquiera partido, realiza concentraciones cada semana en las que confraterniza con sus seguidores, a los que abraza y besa sin utilizar mascarilla. En contra de sus orientaciones, y confrontando con su gabinete, los gobernadores de veinte de los veintiséis estados impusieron cuarentenas no obligatorias sin distanciamiento social.

La inestabilidad política y social se viene agravando en Brasil. Dos ministros de Salud cayeron en apenas un mes, en plena expansión de la pandemia, por no seguir las recomendaciones del presidente. Los militares son el principal sostén de Bolsonaro, ocupan los ministerios más importantes y ya son la mitad del gabinete.

Cuando aún no se ha llegado al pico de la pandemia en la región, sólo pequeños países como Uruguay y Costa Rica (con veintitrés y diez muertos respectivamente) pueden decir que la pandemia está relativamente controlada, entre aquellos cuyas cifras son confiables.

En las próxima semanas, cuando se vaya poniendo fin a la cuarentena, reaparecerá con toda su potencia la protesta social, que encontrará estados militarizados y gobiernos dispuestos a mantener el orden, en base a la misma represión con la que intentaron mantener a la población encerrada durante ya tres meses.

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