Andrés Ortíz-Osés (1943-2021)
En "La filosofía de Ortiz-Osés" dice Luis Garagalza: «El interés de la filosofía ortiz-osesiana está en haber planteado la cuestión candente de la identidad personal y humana no de un modo fundamentalista sino hermenéutico y abierto».
Un filósofo extraordinario se nos ha ido. Andrés Ortíz-Osés murió este viernes 18 de junio de 2021. Nacido en 1943 en Tardienta (Huesca), realizó estudios de Teología en la Universidad de Comillas y obtuvo el doctorado en Filosofía en la Universidad de Innsbruck (Austria) en 1971 con una tesis sobre el correlacionismo de Amor Ruibal y la Escuela de Heidegger bajo la dirección de Emerith Cohen y la inspiración de H. G. Gadamer. Fue profesor en el Centro Teológico de Zaragoza y en la Universidad de Zaragoza de 1971 a 1974. También fue profesor durante dos años en la Facultad de Teología de Vitoria. Desde 1975 fue profesor de filosofía en la Universidad de Deusto en Bilbao, de la que era catedrático jubilado. Ha sido colaborador del Círculo Eranos (Suiza) en torno a Mircea Elíade y G. Durand (1979-1983). Escritor prolífico, ha publicado más de cincuenta libros y numerosos artículos. Conferenciante en diversas universidades y congresos ha formado un grupo de investigación hermenéutico-simbólica integrado por Josetxu Beriain, Patxi Lanceros, Luis Garagalza, Celso Sánchez Capdequi...
Ortíz-Osés ha elaborado una hermenéutica simbólica del sentido como coimplicación, definiendo su posición filosófica como «implicacionismo simbólico». En este sentido ha aplicado su hermenéutica simbólica a mitologías culturales como la vasca, elaborando un cuadro de las visiones más significativas existentes: la matriarcal-naturalista (con fuerte pregnancia en el conjunto del País Vasco o Euskal Herria y en otros pueblos), la patriarcal-racionalista (muy dominante en Occidente) y la fratriarcal-personalista (que procedería de la genuina concepción cristiana). La ubicación del autor se define por su tránsito de la hermenéutica del lenguaje a la hermenéutica del lenguaje simbólico, intersectando así la línea Heidegger-Gadamer y la Jung-Eranos primero a través de Ernest Cassirer y finalmente por su propia concepción hermenéutica implicativa o implicacionista. La especificidad de esta hermenéutica simbólica radica en ser un proyecto/proyección de una «razón afectiva», que se distingue netamente de la clásica razón abstractiva.
Andrés Ortíz-Osés entiende por hermenéutica simbólica la interpretación anímica o interpretación-de-sentido de lo real, en donde el sentido no está dado como objeto o cosa substancial, sino como sujeto relacional, es decir está correferido al alma como centro horadado de la persona. Y la razón implicativa queda radicada en una metafísica de la implicación. En esta metafísica de la implicación el ser substancial del pensamiento clásico revierte en ser relacional. La «implicación» es la categoría radical del universo, el cual se define precisamente por su carácter de coimplicación de las realidades en la realidad. La realidad es interpretada fenomenológica-hermenéuticamente como coligación de realidades y coapertenencia de sucesos. Se puede hablar de urdimbre o trama de un universo caracterizado por el entretejimiento, enrollamiento o coimplicación, incluso como coimplicación de los contrarios, dado que la realidad se compone de lo positivo y lo negativo, de las regularidades y de las irregularidades, de la armonía y de la desarmonía, de la vida y de la muerte, del gozo y el dolor, del espíritu y la materia, de lo divino y lo demónico.
Pero el sentido dice también significación interhumana sobre lo real. Situándose básicamente en una perspectiva hermenéutica, él plantea una perspectiva diferenciada en la que el lenguaje está condicionado por el propio hombre que lo habla. El clásico giro lingüístico, que interpreta lo real a través del lenguaje y busca una interpretación dialógico-consensual, experimenta un consciente giro antropológico. El lenguaje es transformado en lenguaje simbólico, el cual no dice meramente algo a alguien, sino que dice algo de y desde alguien. Si la intersubjetividad y el consenso son los baremos de toda racionalidad moderna, el baremo de la racionalidad hermenéutica de Ortíz-Osés son el consentimiento y la interpersonalidad, como baremos de interpretación del sentido en cuanto sentido consentido. Por ello el sentido aparece a modo de eros/amor intérprete o mediador de la conjunción de las personas, ya que el lenguaje consignificante posibilita la conjunción de las almas y el entendimiento humano, es decir el consentimiento y la coligación. El lenguaje no tiene una meta función lingüística, sino relacional, es relato del alma y de sus avatares de sentido. Él es medium de experiencia hermenéutica, por lo que no es meramente individual, sino inter-individual, configurando la cultura y las cosmovisiones, que se articulan en mitos, arquetipos, símbolos e imágenes de sentido.
En "La filosofía de Ortiz-Osés" dice Luis Garagalza: «El interés de la filosofía ortiz-osesiana está en haber planteado la cuestión candente de la identidad personal y humana no de un modo fundamentalista sino hermenéutico y abierto. Como adujera Feuerbach, que según José Manzana inspira a nuestro autor, el hombre es masculino o femenino y, en consecuencia, está en correlación radicada con la otredad femenina o masculina respectivamente. La única corrección de Ortiz-Osés al respecto estaría en afirmar junguianamente que la dualéctica de los contrarios está no sólo fuera, sino también dentro de nosotros mismos. Pero en ambos casos se trata de una identidad herida, una identidad diferida, que nuestro filósofo denomina ‘didentidad’». El sentido de nuestra identidad es pues el sentido de alguien/algo concebido relacionalmente, de una esencia que se hace existencialmente, del ser en devenir. El arquetipo de una tal «didentidad» es el amor, cuya identidad está en afirmarse en otredad.
En este planteamiento se puede observar una intención de recuperación cuasi romántica de las categorías cordiales sobreseídas por la Ilustración, aunque sin renegar de esta como horizonte racional. «La hermenéutica simbólica redefine al corazón como co-razón de toda razón. Ello significa en este cambio de milenio colocar el amor en el centro descentrado del conocimiento humano, lo cual es recuperar renacentistamente a Sócrates y Cristo tratando de sintetizar el eros pagano y la agape cristiana, cuya mediación es la filia, amicitia o amistad». Si la realidad nos muestra implicación de realidades, el órgano de conocimiento metafísico es una razón implicativa, que él señala como razón simbólica, razón aferente o afectiva, razón anímica. La realidad, la implicación de realidades se refracta en el hombre y más concretamente en el alma a modo de espejo cóncavo. «Lo dicho metafísicamente de la realidad como implicación está dicho desde la mirada cómplice del alma humana, la cual representa el gran re(pliege) del ser y la gran verificación o sensificación de la implicación como categoría central. En efecto, el alma señala el re(pliege) radical de la realidad y la interiorización del universo, a modo de inflexión/reflexión del mundo y aferencia relacional significada por el amor que la inhabita». El alma es el ámbito del sentido consentido, es decir del consentimiento o consenso. Pero el consentimiento se verifica o sensifica como amor, pues el amor es el contenido del alma. El amor es autodonación, vaciamiento de sí, pero a la vez se rellena simbólicamente en/con la otredad: de esta manera el amor es pérdida de sí y ganancia del otro, vaciamiento y relleno, entrega y recepción. «El amor comparece entonces como relación dialéctica, como viera el joven Hegel, situándose entre lo divino y lo terrestre a modo de diamon intermedio e intermediario de lo espiritual y lo material».
Por eso frente a una concepción de la divinidad explicativa, en la que el Ser supremo o Dios asume la explicación final del universo de forma abstracta y desimplicada, sobrevolando trascendentemente el mundo humano, reivindica un Dios implicado en el universo, el Dios cristiano-nazareno que se encarna, muere y sufre hominizado, precisamente porque existe el mal en el mundo. «Dios como amor: sólo desde esta potencia sin poder cabe entender la creación como un acto de amor por parte de un Creador enamorado de la creación de la creatura».