Sales Santos Vera y Julio Urdin Elizaga
Coautor de Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca y autor de Encuesta etnográfica de la Villa de Uharte

Antropologías de una vida-en-común (y II)

Continuando con un ejemplo tomado desde visión de la antropóloga Kate Crehan sobre cuestiones que tienen que ver con una cierta idealización promovida por la supuesta ciencia antropológica, la autora reclama la atención sobre una jugosa reflexión tomada de la experiencia del también antropólogo Roger Kreesing cuando trabajando en Melanesia entre los habitantes de Malaita, los kwaio, asumiera su lucha anticolonialista amparado en la defensa, por su restablecimiento, del concepto de «kastom», nuestra ancestral «costumbre». El caso es que tras haberse conseguido la independencia en la década de los setenta del siglo pasado, formando parte del recién constituido Estado de las Islas Salomón, aquella reivindicación que aparentaba cubrir las necesidades, al menos espirituales, culturales, quedó, tal como popularmente se suele decir, en «aguas de borraja». El antropólogo lo recoge de la siguiente guisa:

«El problema de la kastom de los tradicionalistas kwaio es que, aunque los antiguos relatos precoloniales ofrecían interpretaciones perfectamente adecuadas a aquel mundo cerrado, cuando ese mundo quedó incorporado al orden político y económico global, aquellos relatos ya no servían para explicar, aprehender y, sobre todo, controlar las nuevas realidades de las plantaciones o de la vida urbana, por ejemplo. [... ] Para decirlo de otra manera, es posible que las viejas explicaciones fueran capaces de aprehender las vivencias de los kwaio en el seno del nuevo orden –cómo se sentían −, pero no de ofrecer una explicación sistemática y coherente que permitiera a los oprimidos por ese nuevo orden superarlo».

Aquí, el problema radica en la asunción del nuevo marco como normatividad del mundo recibido a la vez querido y rechazado.

Algo parecido puede estar sucediendo con el uso ideológico de conceptos relacionados con el sentido comunitario como los de auzolan, artelan, batzarre, labaki y hasta con el equivalente de este último la más meridional corraliza. Todos ellos, de alguna manera, implicados en la gestión y devenir de la Casa/Etxea. Son muchos los ejemplos tomados de la hemeroteca cuyo «tradicionalismo» aparente se encuentra bajo el camuflaje de una supuesta progresía. Tal y como, por dar con un ejemplo vivido, ilustrara el artículo en su día realizado por el abogado e historiador Tomás Urzainki, con el título de La estética en el derecho de Navarra, para los 3os Coloquios entre la progenie gremial de artistas, organizados por el escultor José Ulibarrena en el Museo de la Escenografía ubicado en el Valle de Ollo del año 1996. Bajo influencia del pensamiento desarrollado por el filósofo y antropólogo Andrés Ortiz Osés, este autor defendía «la centralidad jurídica de la vecindad Hauza» como una fase ya institucionalizada de aquella tierra común de sus habitantes que fuera Amalurra/la Madre Tierra: «Entonces la tierra ya no es amalurra, se ha convertido en hauzalurra, hauzalur, hauzalor, se transfiere de la madre a la comunidad vecinal». En esta primera parte de dicho referenciado artículo, la Casa/Etxea asume prácticamente todo el protagonismo. Relacionada con el «hauzo (vecino), hauza (vecindad)», nos dirá, «la Casa, cuyo significado jurídico, cultural, espiritual, moral, económico, excede al meramente físico, [tiene] un contenido simbólico tan rico, [estando] reflejado en la estética constructiva del inmueble».

Al respecto, el jurista Francisco Salinas Quijada, en su obra de carácter divulgativa y pedagógica, Elementos de Derecho Civil de Navarra, así hubo de confirmarlo, en entrada del vocabulario seleccionado por él mismo como más destacado de nuestra foralidad, cuando contempla el que: «La Casa, sin constituir persona jurídica, tiene su propio nombre y es sujeto de derechos y obligaciones respecto a las relaciones de vecindad, prestaciones de servicios, aprovechamientos comunales, identificación y deslinde de fincas, y otras relaciones establecidas por la costumbre y usos locales (Ley 48)».

(Esta era obra del año 1979, editada por la por entonces Diputación Foral de Navarra y Dirección de Educación tres años antes de que la monarquía española sancionara el vigente Amejoramiento).

En nuestra opinión, la Casa consiste en ser algo más: radica, fundamentalmente, en constituir «la célula base de la sociedad vascona sedentarizada [... ] una comunidad en el seno de la comunidad, dotada de sus representantes con voz y voto [entendido] el término comunidad en su sentido más literal: personas que viven unidas en torno a pautas comunes». (Sales Santos Vera e Itziar Madina Elguezabal, 2012). La Casa en un medio diferenciado del analizado por ambos autores de la Montaña Vasca como el de la Villa de Uharte, también mostraba una honda raigambre agrupando en torno a ella el modo productivo en manos de propietarios y arrendatarios en igualdad de derechos respecto de la propiedad gestionada, tal y como quedara fehacientemente demostrado en su transmisión en "Encuesta etnográfíca de la Villa de Uharte" (Julio Urdin Elizaga, 1999 y 2002).

Finalmente, en un plano imaginario, esbozado en su día por el antropólogo Joseba Zulaika, en Tratado estético-ritual vasco, «la construcción arquitectónica de un Etse/Etxe (casa) o un Itxi (cárcel) es una imagen de cierre» tras afirmar el que «cerrar o limitar es la condición primera pura de la formación de un espacio estético». Pero también, y no menos certeramente, tomar nota de aquel dicho recogido por Angel Goenaga, de los Proverbios... recopilados por Oihenart, constatando a día de hoy que un país sin comunidad es como esa casa vacía en la que tan solo gobierna el puro ruido: «Etxe hutsa, aharra hutsa».

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