Julio Urdin Elizaga
Escritor

Arche-Telos-Idianos

Esta idea loca de que el hombre es una máquina, o al menos participa de los principios de aquella, hunde sus raíces en el pensamiento moderno, poscartesiano y actual. Forma parte de esa idea de progreso que en apariencia predica el preponderante papel ejercido por el individuo que cuenta tan solo en cuanto a la acumulación de cualquier beneficio sea referido. Un materialismo de condición intersubjetiva basada en las reglas de juego que nos hemos dado y cuyo origen en más mítico que real, aunque no por ello deje de condicionar la realidad en que nos desenvolvemos. No en vano, Jacques Rueff (economista de la vieja guardia liberal y asesor en su día de De Gaulle) afirmaba el que «somos individuos porque todo lo que nos constituye, nuestro pasado, nuestro eventual porvenir, son nuestros, provienen de una entidad indefinida, pero real, que es precisamente la persona cuyo soporte somos. Esta unidad de pertenencia es la que vincula a una misma historia, a pesar de su dispersión espacial o temporal, todos los elementos constitutivos de la individualidad».

Somos, fuimos y seremos individuos, al menos en el plano de lo existente, por la simple autoconsideración que tenemos de nosotros como personas a las que, si se les quitase una o muchas de las cualidades que hacen del individuo considerarse como tal, en la simplificación reductora de la combinatoria de innumerables elementos psico-físicos discernibles tan solo por separado, a buen seguro desapareceríamos. Un universo de manifiesta complejidad que determinara la opinión de este autor de que «en las diversas escalas de la estratificación social la individualidad aparece como un verdadero quantum de existencia», viniendo este a estar condicionado en su propia identidad por la interacción con los y lo demás.

La máquina humana es, por demás, en el pensamiento del francés, al menos desde La Mettrie, instrumento de transformación dentro de un orden incuestionable: aquel del estricto cumplimiento de lo que se le ordena. Los humanos ejercen, así como presumibles máquinas, no tanto debido a su capacidad de idear los objetivos cuanto de hacerlos cumplir, a veces formando parte ellos mismos del complejo engranaje puesto en función y marcha. La analogía que toma como referencia el proceso maquinal ha tenido un gran éxito, indudablemente. Pero como bien matiza Harold E. Hatt, en "Cibernética e imagen del hombre", cuando se sugiere la imago machinae, se alude no solo al desarrollo de una emergente Inteligencia Artificial, «sino también [... ] a la relación entre este último y el modelo de la máquina del universo en su conjunto, así como al desarrollo del modelo de la máquina desde que la argumentación teológica fuera sustituida por el razonamiento mecanicista en el siglo XVI». Incluso, en el pensamiento de Rueff, se da como ejemplo a seguir en el campo de la biología aquel de las «moléculas-máquina», siendo así por su efecto catalítico transformador de una realidad en otra. Baste decir, sin ir más lejos, que destacados biólogos como los chilenos Maturana y Varela insisten en formular la tesis de la «máquina viviente» para dar respuesta al porqué del funcionamiento de las estructuras orgánicas que somos y nos constituyen. Y en esas, tras décadas, seguimos estando.

Como hacedor-de-cosas, el humano prometeico es un «creador», es un fabricante. Lo que en modo alguno implica que el mundo sea una fábrica o se rija bajo los principios empresariales a los que ha lugar. Se trata, en todo caso, de una analogía más o menos bien traída de por qué funcionamos de la forma en que lo hacemos. Rueff, escribió esta obra de síntesis del universo vivido en un intento desmedido por conciliar los intereses individuales, granulares, con los de la compacta masa, bajo la atrevida creencia de haber desempeñado un papel histórico más o menos relevante; en francés titulada de una forma muy diferente a la edición española publicada por Guadarrama con el título de "Visión quántica del universo en el año de 1968: Les dieux et les rois. Regards sur le pouvoir créateur" (Los dioses y los reyes. Opiniones sobre el poder creativo).

Ahora bien, si continuando con la analogía propuesta por los fabriles productivistas de todo tipo, el mundo (multiversos o universos cuánticos recogidos como alternativa del mismo, y también como «ámbito objetual delas ciencias naturales, experimentalmente deducible», en glosario de la obra del alemán Markus Gabriel), estructurado orgánicamente a partir de la «célula máquina» hacia la societaria organización contando con el previo biológico necesario para garantizar su continuidad y permanencia mediante la reproducción, así como del imprescindible supuesto jerárquico constitutivo de todo dominio entre quienes dirigen con un fin y el de quienes obedecen sin fin alguno, en una visión temporaria de lo ancestral con lo futurible dando lugar el presente como resultado de su constatación. Bien pudiera intuirse que la intencionalidad de este imaginario en manos de los primeros nos lleva hacia un modo de predeterminación: de hacer que las cosas vayan por donde alcanza nuestro conocimiento, que en modo alguno habla de realidad, sino de aquello que nuestra cognición alcanza ver.

Somos en este sentido, porque no podemos ser otra cosa diferente, arche-telos-idianos. Pertenecemos a un planeta que no hace falta ser buscado en el exterior, puesto que se encuentra al interior de toda conciencia humana. Por ello, un ferviente defensor de la visión liberal del mundo económico bajo el paradigma emergente de la ciencia física y el conocimiento matemático, como fuera Jacques Rueff, al final de su obra termina evaluando los ámbitos del conocimiento de la siguiente guisa o manera:

«La ciencia es un instrumento ad hoc, válido solamente en el terreno para cuya explicación ha sido creado. Claro está que da poder, porque permite explicar y prever no solo en la zona de donde extrae las enseñanzas que resume, sino también, aunque de manera incierta y siempre revocable, en el margen que la rodea. Pero, a pesar de este carácter, no considero que sea exhaustiva de la realidad. [... ] Fuera del conocimiento científico, no tengo ningún inconveniente en admitir otros modos de conocimiento, válidos para otras series de percepciones, no menos reales que las observaciones científicas, las cuales tienden también a «explicar». Junto al espíritu del sabio, observo el del poeta, del músico, del pintor o del filósofo. Ellos también, para traducir las experiencias propias, crean sistemas de causas eficaces, ya que, mediante el verso, la música, la pintura o la filosofía, esas experiencias son comunicables a terceros y pueden hacer nacer en estos emociones parecidas a aquellas de donde han sido extraídas».

He aquí, por tanto, la respuesta a la pregunta que anteriormente hiciera sobre los porqués del uso de la ficción para el conocimiento de la realidad, puesto que estas formas de conocer también participan de la nuestra.

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