Iñaki Egaña
Historiador

Arena y agua

La pasante de metro donostiarra fue una permuta de cromos en el intercambio negociador entre el PNV y el PSOE, con motivo de sus acuerdos estratégicos para la gobernabilidad municipal y regional.

El consejero del Gobierno regional vasco de Planificación Territorial, Vivienda y Transportes, que esta semana ha celebrado su cumpleaños, es un fenómeno. Ha descubierto que en los bajos de una playa hay arena y agua en las profundidades del mar. Una arena de origen fluvial, sedimentada después de centenares de siglos, un océano arcaico con varios millones de años de antigüedad. La noticia no es de ayer, pero el descubrimiento, por el contrario, es reciente. Muy reciente.

A Hemingway le dieron el Pulitzer por “El viejo y el mar” en 1953, el Nobel de Literatura un año después por su obra completa. A Iñaki Arriola, el consejero citado, le espera al fin de esta legislatura una jubilación de lujo. Pronto va a concluir cuarenta años de político «profesional» desde que en 1983 hizo sus primeras incursiones institucionales como concejal en el Ayuntamiento de Eibar.

Arriola es de los que infantiliza a la población a la que trata como «populacho». Hace bien poco, cuando era consejero de Medio Ambiente, toreó al más puro estilo castizo el derrumbe del vertedero gestionado por Verter Recycling en Zaldibar. La sobreexplotación del vertedero, el accidente y las consecuencias posteriores, según su versión, fueron producto de la fatalidad, la misma que la de un rayo en un prado de Aralar que sacrifica a una oveja del rebaño.

El consejero es un fenómeno que también entiende y puede gestionar de un día para otro, como otros tantos políticos, áreas dispares. Tal y como Jonan Fernández que, de «experto» en derechos humanos, se ha convertido en perito de ciencia ficción, con su nombramiento como secretario de Agenda 2030. Recordarán que hace cinco años Naciones Unidas declaró a 2030 como el año del «desarrollo sostenible», con diecisiete objetivos. Entre ellos algunos que afectan al Arriola del 2020. Recordaremos entonces nuevamente su gestión. Y la de Fernández.

Las declaraciones de Arriola y su equipo sobre arenales y corrientes submarinas han sido realizadas después de que las obras de la llamada «pasante de metro» de Donostia, la elongación del topo hasta la orilla cantábrica, sufrieran el crujido de las viviendas frente al mar, la inundación del túnel y el parón de los trabajos. Según Arriola, este tipo de obras complejas siempre tiene «incidencias», de lo que se deduce que no han sido sino una anécdota. Tal y como la «incidencia» de Zaldibar.

La pasante de metro donostiarra fue una permuta de cromos en el intercambio negociador entre el PNV y el PSOE, con motivo de sus acuerdos estratégicos para la gobernabilidad municipal y regional. Previamente, el PSOE, de la mano de Ernesto Gasco, hoy en Madrid Alto Comisionado para la Pobreza Infantil, había manifestado públicamente que Donostia debería tener metro, como Bilbao, aunque fuera más modesto. Complejo histórico el suyo. El PNV se opuso.
Los jeltzales, por su parte vieron el gran negocio que se abría con la ubicación de una incineradora en Zubieta. El PSOE, por razones ambientales, mostró su rechazo. Pero las alianzas y el pragmatismo de supervivencia destrozan ideologías. El PSOE apoyó Zubieta y el PNV la pasante de metro, hasta el punto que el tridente Gasco-Olano-Tapia se apresuró a poner la primera piedra de un proyecto sin sentido: 181 millones de euros, la ciudad patas arriba durante al menos cinco años... todo por acercar unos cientos de metros la salida del topo a la playa y a un centro comercial liderado por la quinta fortuna mundial, según Forbes (58.000 millones de dólares).

La operación tuvo un móvil anexo, al margen de la alianza en intereses y el apoyo a las empresas respectivas. La futura urbanización y construcción en el suelo liberado por el soterramiento del topo. Una jugada habitual, desprenderse de lo público para que el sector privado pueda ganar decenas de millones en un tiempo récord. Y como las habas están contadas, podemos suponer de antemano quienes se harán con el trozo de la tarta.

Pero la crónica no acaba en este punto, sino que desgraciadamente continúa. Arriola ya ha anunciado que el «descubrimiento» de agua y arena en un lugar en el que previamente ya había agua y arena va a encarecer las obras en 28 millones de euros. Al parecer una nimiedad. La misma cantidad que el Gobierno vasco, con su programa Gauzatu, va a destinar para este año al desarrollo de pymes de base tecnológica e innovadora. La misma atención a una inversión estratégica frente a la de un «imprevisto».

El secretismo sobre los costes y sobre costes se ha convertido en un clásico. Según el proyecto original, en 2020 la pasante de metro donostiarra tenía asignada una inversión de 50,6 millones de euros. Para 2021 que era previsto fuera el año de su finalización, 65,2 millones. La mayor parte de la inversión aún está por realizar.

El sindicato ELA, que ya denunció en tiempos de confinamiento total que las obras del topo no sufrieron parón, llegándose incluso a producirse un grave accidente laboral, acaba de señalar que el sobre coste de la obra va a ser superior al 80% de lo presupuestado. Nos vamos a acercar, por seguir con la comparación anterior, a la cantidad que la Agencia Estatal de Investigación española donará a cerca de 3.000 proyectos de I+D+i durante 2020. Nuevamente lo estratégico (I+D), compitiendo con lo frívolo (el cosmopaletismo de Gasco convertido en proyecto).

En tiempos de la pandemia, con unas previsiones económicas y en el caso de Donostia también turísticas que se desmoronan, semejantes gastos públicos para fomentar negocios privados son un sinsentido. Contrarios a la lógica humana. E incidir en la técnica del avestruz, como si nada hubiera o estuviera sucediendo, nos aboca al desastre.

La penúltima noticia de la inversión de la mitad de los fondos europeos a Petronor, el TAV e Iberdrola es de una insensibilidad mayúscula. El sobre coste, acumulado y de futuro de la pasante donostiarra, viene a incidir en esa política que cierra el círculo de la ignominia. Por eso, y sin ser adivino, doy por sentado el fracaso de la Agenda 2030.

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