Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Bilbao, capital Vista Alegre

La tragedia está en el aire. Se respira. Huele a traje de luces y rezos a la santísima de cada cuál, antes de partir hacia la conquista de Vista Alegre. Más tarde, se abre el portón de toriles.

Pienso en la iconografía que inició la antesala de la fiesta grande bilbaína y se me hiela la palabra. Caminar estos días por la villa de Diego López de Haro es regresar a los lances entre gladiadores y animales, objeto de diversión inhumana en la Antigua Roma. Retroceder a la caverna y la oscuridad de la mente; vivir el destiempo de los instintos primitivos; mutar hacia la última glaciación: imaginar la gran bola de fuego chocando contra el planeta Tierra. El cataclismo de la razón.


A poco que conozcamos la trayectoria de Aste Nagusia en materia taurina, es fácil calcular el número total de víctimas ocasionadas por el vespertino trajín anual de diestros y cuadrilla. La cifra espanta si pensamos que es una práctica establecida desde el siglo XVIII. Entonces, ante los miles de animales asesinados para espectáculo enfervorecido, prevalece el juicio de arremeter contra la imposición. Querer descomponer la materia e inventariar la dignidad humana. Deslegitimar el argumento en el que la mezquindad envuelve su relato y la subvención oficial hace el resto.

La realidad visual agrede y distorsiona los sentidos. Carteles en ocre y negro lucen su estilismo macabro, ondeando la tortura animal sobre alguno de los edificios más modernos de la ciudad. Cuelgan de farolas, mostrando con orgullo vetusto las señas de identidad del agosto festivo bilbaíno. Autobuses urbanos pasean la metáfora sangrienta que protagonizarán veintisiete figuras del arte de matar entre el sábado diecisiete y el domingo veinticinco de agosto en la Plaza de toros de Vista Alegre, por los rincones de la capital bizkaitarra. Metro Bilbao, difunde el engendro creativo –mezcla de arquitectura y mal gusto–, y en su reverso, el calendario taurino. Exposición en marquesinas de transporte público, para desgaste emocional de la sensibilidad mayoritaria. Todos los soportes publicitarios invitan a disfrutar la depravación, el maltrato animal y su agonía institucionalizada.

El glamour elitista de las Torres Isozaki... Iberdrola del monopolio extendiendo su sombra al botxo... San Mamés barria de las arcas públicas… el polémico puente Zubizuri... el sexto centenario y las doscientas toneladas de la Grúa Carola... solo faltan la impresionante arquitectura del internacional Guggenheim, el Palacio Euskalduna y la reconvertida Alhóndiga.

Dejando a un lado dudas y recelos (supondría una cadena ilimitada de artículos), sobre la validez del Plan Estratégico para la Reconversión Urbanística y Mercantil de la villa; sus connotaciones territoriales y de identidad; la tendencia gubernamental a potenciar iniciativas de índole macrofinanciera –en detrimento de la economía circular y el pequeño comercio de proximidad–; su modelo de ciudad actual como parte de una evidente estrategia neoliberal, desvitalizando la autogestión del tejido asociacionista juvenil de barrio, desfavoreciendo a la periferia para converger sinergias de fortaleza en los núcleos centrales –donde el poder adquisitivo de la población es mayor, y menor su incertidumbre laboral–, las últimas tres décadas han sido decisivas en su nueva estructura económico-política.

Bilbao, ciudad moderna: capital cultural de servicios. Bilbao, «sostenible» y de turismo. Bilbao, icono pretendido del buen hacer en gestión urbana y medio ambiental… y entre tanta apuesta por renovar su imagen y transformar su época de actividad industrial, sobrevuelan –como vestigios de pájaro feudal aliado–, estelas de la tradición del siglo XII español. El anacronismo de la Edad de Bronce: la lidia del toro bravo, para que su excepcional vida en las praderas tenga el final glorioso de la puntilla atravesando músculos, órganos internos y nervios en honor a la barbarie.


La tragedia está en el aire. Se respira. Huele a traje de luces y rezos a la santísima de cada cuál, antes de partir hacia la conquista de Vista Alegre. Más tarde, se abre el portón de toriles. El toro (herbívoro) sale a la plaza asustado, por el dolor y oscuridad padecidas previamente, debilitado y atemorizado, ojos vidriosos (la grasa de petróleo hace efecto). Agitado, acorralado en un nudo de angustia, desconcertado, no hay huida posible. Es obligado a pelear por sobrevivir; no lo hará. Fue seleccionado y alimentado para doblegar el alma y la vida ante el estoque (88 centímetros de empuñadura a punta).


Juego de espadas. Vítores al capote. Siniestros colores encendidos. Ensortijadas banderillas con arpón de «castigo». Borrachera de aplausos (también infantiles), alimentando la atrocidad. Vómitos de sangre. Arterias que circulan sin cauce la premonición del final. Sacrificio del caballo (ojos y oídos vendados), fustigado por el caballero de lanza figura en tres tiempos. Regocijo de culto al sufrimiento animal. Ritual indigno: la adrenalina alcanza el clímax y nada puede ya superar la euforia.


Se acerca la oscuridad total. Aún dibujan la tarde los últimos alientos. El toro llora en la asfixia, por obra y gracia humana. Último paroxismo del matador procura derroche «artístico» (sin riesgo) a la plebe. Animal exhausto bajo la cruz de los designios mortales. El tránsito en lentitud agónica. No hay dehesa prometida...

Estertores y masacre han empezado. Tenemos por delante días infinitos; paseíllo de alcalde y ediles; pavoneo, en el desfile de machos alfa; imbéciles betas secundarias en el teatrillo de Satán; tendidos de sol y sombra. La arena romana de los Césares vizcaínos será enrojecida sin escrúpulos durante nueve atardeceres de agosto. Dar pábulo a la mediocridad humana tiene un precio, como siempre, y este se abastece de la contribución municipal. Manifiesto mi horror, mi condena al contubernio político. Reivindico la abolición de la tauromaquia.

Bilbao, capital europea del siglo XXI: vergüenza de estío en sus baldosas. Añejo regusto amargo de mantilla y abanico, con olés a la muerte. Oscuro relato de verano y entrada al circo de los tormentos, cortesía del impuesto ciudadano.

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