Patxi Zabaleta
Abogado

C's, nacionalismo de reacción

Lluch definió o etiqueto al nacionalismo vasco, como identitario; al nacionalismo catalán como integrador o de acopio y al nacionalismo español como de «reacción» o rechazo a los otros nacionalismos.

El nacionalismo desde el punto de vista subjetivo no es una ideología. El nacionalismo es la adscripción de la persona a un pueblo o nación, como colectivo social que perdura en el tiempo. Hay nacionalistas que son de derecha y otros que tiene ideología de izquierda, sean nacionalistas vascos, españoles, escoceses, etc…

Identificar o confundir el nacionalismo con una ideología constituye un fraude intelectual muy habitual, pero interesado. La evidencia indiscutible de la existencia de ideologías políticas de derecha e izquierda en cada uno de los nacionalismos que analicemos, deja en evidencia el fraude del interesado encasillamiento ideológico de cualquier nacionalismo.

Habitualmente interesa la falsa identificación de nacionalismo con ideología a quienes tratan de desacreditar o desautorizar determinadas posturas nacionalistas desde el punto de vista democrático. Así por ejemplo, la socialdemocracia española, que participa en gobierno de derecha, ha tratado siempre de negar, con evidente falsedad, la condición de izquierda a cualquier organización política que se proclame nacionalista. La derecha abertzale ha pretendido históricamente por su lado relegar o dejar en segundo plano los debates sociales o ideológicos; Consiguientemente sus propias denominaciones internas, como EBB o los nombres que utiliza –«Grupo Vasco»– y sus estrategias de confundir partido y pueblo no son ajenas al descrito interés e intento falsario.

El debate democrático que plantea el nacionalismo progresista moderno, sea nacionalismo de derecha o sea nacionalismo de izquierda, es el del derecho a decidir. Más específicamente si el derecho a decidir forma parte imprescindible o no de la democracia; y ello aunque este o no este en las proclamas constitucionales. Más de la mitad de las naciones independientes de la actual Europa se han creado o modificado en el siglo XX y XXI en base a la aplicación del derecho a decidir que solamente en algunas constituciones, como la de la URSS figuraba. Es cierto que la derecha abertzale, concretamente el PNV, no se posicionaba expresamente hasta la época de Ibarretxe a favor del derecho a decidir, sino que definía sus reivindicaciones en las obsoletas y anticuadas reclamaciones de reintegración foral. Obviamente desde un punto de vista democrático moderno, la actualización de los derechos históricos –que son políticos y nacionales– solo se puede llevar a efecto en el marco del ejercicio de dicho derecho a decidir, el cual forma parte indispensable del acervo democrático.

Pero no todos los nacionalismos son iguales ni tienen las mismas características objetivas ni tampoco subjetivas. Hay naciones como Vasconia o Euskal Herria que aspiran a ser estado y que incluso en su día tuvieron estado, como fue durante ocho siglos nada menos el Reino de Navarra. Quienes quieran discutir esta afirmación, que empiecen por discutírsela a los historiadores árabes omeyas que reconocían a Eneko Aritza «Caudillo de los Vascones». Pero hay también estados que aspiran a ser naciones, como es el caso de España. En tiempos del imperio en el que no se ponía el sol y hasta las Cortes de Cádiz a nadie se le ocurría manifestar que la España del imperio en la que cabían Buenos Aires, Manila, Casablanca y Toledo, fuese una nación y así lo proclamo la primera constitución española, la Pepa de 1812 en Cádiz. Por lo tanto Sánchez no debiera dejar en el olvido lo de «plurinacional», pero teniendo la valentía de reconocer que la democracia ordena y manda que a toda nación corresponde derecho a decidir.

Hace más de dos décadas compartí en una ocasión mesa redonda con Ernest Lluch en Donostia con el tema de las diferencias entre los nacionalismos. La mesa redonda había sido organizada por la juventudes de Eusko Alkartasuna y Lluch hizo una exposición muy brillante mi parecer, que sigue teniendo vigencia en la actualidad y que yo no he visto publicada, ni siquiera en sus obras completas. En aquella ocasión Lluch definió o etiqueto al nacionalismo vasco, como identitario; al nacionalismo catalán como integrador o de acopio y al nacionalismo español como de «reacción» o rechazo a los otros nacionalismos.

Un abertzale se siente vasco –decía Lluch en aquella ocasión– en cualquier circunstancia y a todos los efectos, esté donde esté y le convenga o le perjudique, e incluso, aunque haya nacido en Filipinas o en Donostia. Por ello el nacionalismo vasco es difícil de compatibilizar con otros nacionalismos.

En cambio, el nacionalismo catalán –decía entonces Lluch, aunque ahora habrá quien lo discuta– tiene un carácter mucho más compatible o «de acopio»; es decir, de enriquecimiento subjetivo y de identidad mucho más compatible. Defendía Lluch la posibilidad de existencia de nacionalistas catalanes en partidos no propiamente nacionalistas, y esa reflexión resulta correlativa con las teorizaciones del independentismo catalán, como superador del concepto de nacionalismo.

El nacionalismo español es «de reacción». Puso el ejemplo de que un agricultor de Guadalajara puede pasar la vida entera sin tener que afirmar «yo soy español»; en cambio un españolista de Hernani, antes de meter en la boca la primera galleta del desayuno afirma, ratifica y reitera lo de «yo soy español». Por eso cuando se trata de poner un ejemplo de españolismo se recurre a los vascos que han dejado de afirmarse españoles; y con más razón aún, si se trata de personas que han militado en ETA o en sus aledaños. Y a continuación Ernest Lluch dio varios nombres de vascos españolistas militantes en los confines de la extrema derecha, que pastoreó Mayor Oreja.

La agudización del problema catalán de los últimos tiempos ha originado que en Cataluña tome cuerpo la imagen de los españolistas anticatalanes. Se trata de los catalanes que invocan la aplicación del artículo 155 de la constitución en la propia Cataluña como maniobra de liquidación de la propia autonomía; o sea: C's. Son los catalanas que afirman su españolidad antes de tomar el café con leche del desayuno. Son nacionalistas españoles «de reacción». Es C's.

El nacionalismo «de reacción» (cuyo objetivo es hacer del residuo del imperio español una nación), está abocado por su propia naturaleza reaccionaria a deslizarse a la extrema derecha, y a adoptar actitudes contrarias no solo al independentismo y al nacionalismo, sino también al autonomismo. No pueden dejar de atacar cualquier autonomía y hasta los movimientos más moderados como los regionalistas, como UPN. Sus propuestas de legislación electoral estableciendo límites del 3% o 5% (primero en las europeas, luego en las generales y luego en todas) no solo pretenden liquidar los nacionalismos o independentismos, sino incluso también a partidos como UPN que con la mayor estupidez imaginable los impulsa.

El nacionalismo «de reacción» en constante e inevitable deslizamiento hacia la extrema derecha, constituye una realidad ante la que los más débiles son precisamente los modelos políticos intermedios o ideológicamente poco asentados. Así como UPyD, mientras tuvo representación institucional en la CAV, practicaba o pretendía practicar una política de tierra quemada y así como cada vez que el PP en Navarra se desliza a la extrema derecha, desequilibra a UPN, los movimientos reaccionarios son profundamente peligrosos, por ejemplo en el tema de la xenofobia, porque parten de la endofobia. ¿Quién podía prever que en un país con tanta cultura como Italia los xenófobos iban a campar a sus anchas como lo están haciendo asquerosamente? Seguramente la explicación está en que han recogido la endofobia del fascismo. ¿Qué hacen en C's personas con una historia tan normal como Carlos? C's es reacción.

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