Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Cajas de resonancia

Aunque las circunstancias sean diferentes, es el poder económico el que prima sobre las personas

Los acontecimientos se solapan y confunden en este devenir mediático de paradoja y desconcierto. Suceden y discurren impetuosos, con prisa de entre semana. Lentamente, sin embargo –a modo de espirales volátiles de olvido–, van difuminándose en estelas de tiempo, imponderable e inmenso, tras la huella que deja todo espacio que precede. Es menester de todas conservar el juicio e indagar en lo encubierto; tarea del pueblo, recordar responsabilidades a quienes poseen licencia de gestión.

Cuando la falta de honestidad política y/o económica encadena sucesos controvertidos, estos ejercen de indicador social, en el sentido de poner a prueba la salud reflexiva y la capacidad de análisis de la población, con independencia de que el punto de mira en cuestión sea afín o no. Determinación, sería el concepto que mejor encaja en este puzzle –imposible de resolver sin transparencia institucional–, para deducir y establecer inferencias sobre el hecho, sin que la manipulación nos nuble la voluntad de llegar a la verdad.

Fue una tarde aciaga. El sexto día de febrero de 2020 formará parte de la heméroteca vasca como un jueves fatídico; lleno de angustia. El desasosiego se instauró en los pliegues de la memoria, férreo y cruel. Toneladas de basura cayeron en alud sobre el asfalto de la AP-8, en Zaldibar, destapando conciencias y algún que otro vómito de cínicas oratorias. Toneladas de residuos tóxicos y biológicos sepultaron a Joaquín y Alberto. En varias ocasiones, uno de ellos había puesto en conocimiento de la empresa la situación preocupante del terreno: importantes grietas en la estructura de bancadas sobre las que se depositaban los vertidos de diferente morfología y procedencia.

Una sucesión amarga de imágenes sobre el accidente sacudió la rutina social y entro de facto en cada una de nuestras casas, evocando «la patada en la puerta» de otros días. El affaire del vertedero de Eitzaga inició, entonces, un periplo difícil de explicar, que, aún hoy, la opacidad continúa vistiendo de duelo.

Dio comienzo el baile dantesco: humo denso emponzoñando la luz durante días, llamas y cenizas desvirtuando el paisaje: naturaleza muerta, dispersa en un cuadro demasiado real para poder soportarlo. El mal hacer campó a la sombra de hectáreas de desechos. Información sesgada al borde de la montaña y, ante los micrófonos, voces que pretendían ser creíbles sin conseguirlo. Bodegón surrealista enmarcado por demasiadas dudas, «mecanismos de control insuficientes», puntos de acción injustificables y, tal vez, permisividad en ciertos estadios del proceso global.

El caso omiso a los ruidos procedentes de las entrañas del vertedero fue una señal más de desidia, que no hizo sino aumentar la negligencia de la empresa Verter Recycling. Junto con otras variables –de origen presumible, sin dilucidar–, se propició la horma adecuada; mientras la tierra indicaba anomalías, su negocio continuó sin alterar dividendos, y esta sincronía de factores de riesgo caminó directa a la desgracia.

Amianto; irregularidades varias (graves e irreversibles); mentiras y ocultación; partículas volátiles nocivas, como dioxinas y furanos, desperdigadas en núcleos rurales y urbanos, conviviendo con el miedo, la indignación y el dolor; luto riguroso desgarrando la vida; aguas contaminadas… que cada cual teorice y continúe a su medida…

Consciente de la gravedad que iba alcanzando la situación, mi preocupación e impotencia crecían a partes iguales. También mi empatía hacia la población, desinformada. Aun así, durante estos 12 meses de noticias sobre el caso, y la bochornosa gestión de los residuos que los gobiernos al cargo han hecho legislatura tras legislatura, no era mi intención escribir mencionando este tema, en la creencia de que mis palabras no iban a aportar nada relevante.

Pese a no haber cambiado de opinión, si hoy me decido a dar el paso, es porque yo también me asomo al mundo a través de cortinas de aire enfermo. Vivo, desde hace más de 50 años, en un polvorín, con siglas poderosas y firma otorgada en despachos, que subestima nuestra vida. De ahí mi empatía, y –sin ánimo pretencioso– entiendo con mayor dosis de inquietud que las habitantes de otros municipios/comarcas de Euskal Herria, la situación dramática de Zaldibar y su entorno. Aunque las circunstancias sean diferentes, es el poder económico el que prima sobre las personas.

Articulamos el mundo a través de una cierta resonancia emocional. La información recibida recorre las vértebras del pensamiento en un intento de escudriñar la raíz y despojarla de lo fortuito. Vibramos en relación a lo que sentimos, y lo que percibimos establece una correlación directa con el estímulo emisor precisamente a través de las emociones. Son activadoras de energía y consecuente mecanismo de conducta hacia un fin determinado.
 
Mi expectativa no es otra que crear resonancia en las demás observadoras de la escena. Amplificadores de la realidad, modulamos la información, en un acto casi reflejo, construyendo las ventanas que nos muestran el medio que habitamos.

Como epílogo, me permito una licencia prestada (sin permiso) de alguien que conocí hace ya varias décadas… si topa con este artículo, espero el guiño del recuerdo: «…eta gure lana boterea biluztea da»; en efecto, debemos desnudar al poder, sin paliativos, despojarlo de oropeles y restregarlo en su propio barrizal de hipocresía.

Es por ello que, entre sueños, precisamos de intervalos lúcidos, donde recapacitar sobre quiénes merecen ser las figuras gestoras de la política de proximidad; de esa a la que no podemos ni debemos sustraer nuestras cajas de resonancia particular. Para esto también hay que tener arrestos…

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