Calles de Bilbo: Por Dios, por la Patria y el Rey…
El consistorio presidido por Castañares, en los primeros años ochenta, eliminó del callejero a casi todos los falangistas y militares sublevados en 1936, pero no así a los monárquicos, tanto dinásticos como carlistas (jaimistas); desde entonces apenas si se ha corregido algo.
De pasada y a vuela pluma voy a resumir el elenco formado por quienes fueron tan gratos al Régimen franquista, que merecieron ser perpetuados con placas en nuestras calles.
Marcelino Oreja, Diputado y dirigente de la Comunión Tradicionalista (carlista), fue uno de los llamados «protomártires de la Cruzada». En Leioa, Basauri, Galdakao y otras localidades, también tuvo calle, pero Bilbo es la única que le mantiene.
Por cierto, su tocayo, el erudito y pensador reaccionario español, Menéndez y Pelayo (Santander, 1856-1912), uno de los pilares ideológicos del nacional-catolicismo franquista, tampoco debería pintar nada en el nomenclátor de la villa.
Severo Unzue (1871-1940) fue «mártir de la Cruzada» por el estómago. Aunque murió en la cama, le dieron este título, y su nombre figuraba en el pedestal del monumento al Sagrado Corazón. Este navarro, propietario del «Café Iruña», era un conocido carlistón y adicto al Requeté, al que sus hijos se alistaron. Durante la guerra llevó comida a los presos franquistas de los establecimientos carcelarios de Bilbao, que la prensa fascista valoró en 175.000 pesetas.
El médico municipal Pedro Cortés y Temiño, resultó muerto junto a su hermano Ángel durante el asalto a los Ángeles Custodios, el 4 de enero de 1937. Ambos habían sido detenidos por ser carlistas y partidarios del Alzamiento.
A Hermógenes Rojo Barona le pusieron la calle el 27 de julio de 1938; fue dirigente de un sindicato derechista católico, de los llamados «amarillos», y candidato monárquico en las elecciones generales de noviembre de 1933.
Eliseo Migoya (1881-1954) fue nombrado Director de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao bajo la Dictadura de Primo de Rivera, en 1925. Durante la República y la guerra le mantuvieron en el puesto, pese a que todo el mundo sabía que era de derechas. Después calumnió al alcalde Ercoreca, y a los nacionalistas, que habían sido sus valedores. El Régimen franquista le premió nombrándole Director General de la Deuda y Clases Pasivas en 1939. Dirigió la Caja hasta jubilación, en 1951.
Al doctor Enrique Ornilla (1907-1975) le puso la calle el último consistorio franquista. Antes de la guerra, y durante la misma, el Dr. Luis Larrinaga era el director del Sanatorio Marino de Gorliz y del Sanatorio Marítimo de Plentzia, que el propio Larrinaga había fundado. En 1937 los franquistas le destituyeron y nombraron director de Gorliz y, en 1941, director de Plentzia, al Dr. Ornilla, que se había casado con la hija del carlista Arrola, quien junto a Llaguno mangoneaba la Diputación designada por los franquistas en 1937.
La calle zaguera del Ayuntamiento está dedicada al Guardia Bernardino Alonso Pérez (1892-1936), policía municipal de Bilbao. Monárquico y activista de derechas, obviamente contrario al régimen republicano. Al inicio de la guerra fue detenido y encarcelado. Le mataron el 2 de octubre de 1936, en el asalto al barco-prisión «Cabo Quilates».
A la tradicional plaza Elíptica le impusieron el nombre de Federico Moyua (1873-1939), miembro asimismo del Consejo Consultivo de la Liga de Acción Monárquica; fue alcalde en dos periodos (1909-1913) y durante la Dictadura de Primo de Rivera, de quien era amigo. Le adjudicaron esta plaza –en vida– el 5 de agosto de 1937, por unos «méritos» que indignarían al más españolista de los afiliados al PNV. La plaza de Indautxu estuvo dedicada desde 1937 a 1983 a Adolfo González Careaga; constituyó un «agravio comparativo» que se la quitasen a uno y mantuvieran la del otro; ambos eran igual de franquistas. Quizá detrás del afán por mantener a esos antiguos alcaldes por parte de los actuales se halla la oculta aspiración de que algún día les dediquen también a ellos al menos una placita en el futuro.
También hay varios presidentes de la Diputación, como Luis Echevarria, que «supo seguir la línea tradicional, manteniendo ante todo el más ardiente entusiasmo para con la unidad nacional de la querida España», escribió en elogio suyo Javier de Ybarra y Bergé; o Luis Salazar Zubia (1859-1936). Junto a Ramón Bergé y Gregorio Balparda integró el primer Directorio de la Liga de Acción Monárquica, surgida para combatir el independentismo vasco. Empeño al que dedicó buena parte de vida Gregorio Balparda (1874-1936), que también fue alcalde de la villa.
Salazar era cuñado de Víctor Chavarri, que también tiene una plaza impuesta por los franquistas. Chavarri murió el 29 de marzo de 1900. Cuando la Diputación acordó asociarse protocolariamente al duelo, Sabino de Arana –entonces diputado provincial– hizo constar su enérgica protesta por considerar al difunto cacique «hombre funestísimo para Bizkaya», que «se felicita [Bizkaya] porque ha desaparecido de su seno su más cruel enemigo [Chavarri]».
Alfonso Churruca, conde de El Abra, monárquico y miembro de la Unión Patriótica durante la Dictadura de Primo de Rivera, y después franquista —fue nombrado por el «Caudillo» procurador en Cortes en 1942—, aún tiene calle en Olabeaga.
La plaza situada en la intersección de Elcano con Rodríguez Arias lleva el nombre de Pedro Eguillor, que presidió la tertulia del café «Lion d’Or», en la Gran Vía. «Toda la moderna corriente de pensamiento reaccionario de Europa (…) era conocida y expuesta por Eguillor desde antes de la guerra del 14»; furibundo enemigo del sistema democrático, «desde 1917, por lo menos, ya venía tronando desde su escaño cafeteril sobre la necesidad de que un grupo de coroneles se hiciera cargo de la gobernación del Estado», según José Mª. de Areilza, a quien enseñó el primer ejemplar llegado a Bilbao de La Conquista del Estado, de Ramiro Ledesma, el fascista zamorano fundador de las JONS, ideólogo de la España «Una Grande y Libre», al que ayudó económicamente. En 1952 se colocó una placa en el entonces llamado «León de Oro» en la que se leía: «Desde este rincón, Pedro Eguillor hablaba todos los días de España».
A esta tertulia asistía Juan Antonio Zunzunegui. Los munícipes de 1983 hicieron un estúpido enroque cuando le quitaron la calle a Joaquín Zuazagoitia para dársela al académico portugalujo, que había sido más falangista y más antinacionalista vasco que el antiguo alcalde y director de El Correo Español, pues antes de la guerra civil asistía en Madrid al cenáculo de «La Ballena Alegre», el «Conservatorio de Estilo de la Falange», como lo definió su amigo Miquelarena. Zunzunegui ya tiene una calle, y monumento, en su villa natal; una calle en Bilbao me parece excesivo para este «autor de novelas de gran tonelaje», como él mismo se definía, o simplemente pesadas como creemos sus escasos lectores.
Una curiosa paradoja, que diría el otro, se da también con la calle Alto de Somosierra; quitaron la del Alto de los Leones –ahora Bergara– y dejaron su «gemela», también dedicada a enaltecer, en este caso, a la columna enviada por el general Mola –al mando de García Escámez– compuesta por requetés, falangistas y soldados de reemplazo, que tomó esta posición estratégica en julio de 1936, tras cometer numerosas tropelías. Franco le concedió a García Escámez el título de marqués de Somosierra.
El jesuita Remigio Vilariño (1865-1939), integrista donde los haya, y autor de ‘Mujeres guardad modestia’ (1926), ‘Devocionario militar’ (1937), etc., o el carlistón Bernardino de Garaizar, al que en Bermeo —donde estuvo de párroco— conocían por «Potorrue», y otros clérigos de la misma cuerda, también accedieron al callejero cuando imperaba el nacional-catolicismo franquista.
Lamentablemente no dispongo de espacio. Quedan por «reseñar» más de veinte franquistas o pancistas (Celso Negueruela, Celestino María del Arenal, Juan Irigoyen, etc.), a quienes por su actuación durante la Dictadura se les puede encuadrar en lo que Hannah Arendt calificó de “terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”; pero de ahí a asumirla y laurear con una calle a los citados, debiera haber un trecho inabordable para «los demócratas», como dicen ahora.