Mikel Casado
Licenciado en Filosofía

Cambio de lenguaje y discurso

«Si en vez de decir «crisis» constante y machaconamente dijéramos «estafa» no solo estaríamos utilizando el término adecuado y oponiéndonos al poder, sino que estaríamos estimulando y provocando al tertuliano u oyente, tanto de derechas como de izquierdas, a mo- verse nervioso en el asiento».

A menudo nos lamentamos por la escasa capacidad movilizadora que mostramos al ser víctimas de un cambio social y político neoliberal que venía dándose desde mucho antes de la debacle financiera, claro caso de deuda privada, y que se ha acrecentado de forma dramática al poner en marcha una serie de recortes de derechos civiles y sociales con la excusa de ser las únicas medidas posibles para poder pagar esa deuda privada que, engañosa y fraudulentamente, se ha convertido en pública y que, engañosa y fraudulentamente, nos imponen pagar más a las víctimas que a los responsables.


Por ello sugiero un cambio en el uso del lenguaje en el discurso de izquierdas. Pues creo que, si las palabras son estímulos que causan reacciones, los líderes y teóricos de izquierdas no están aprovechando su capacidad para provocar más indignación y, por ende, su potencial movilizador. Aquí me voy a referir, básicamente, a un término y a dos ideas.


En primer lugar, el término al que me refiero es «crisis», término utilizado principalmente por el poder financiero, económico y político para denominar el parón económico consecuencia de la orgía bancaria e intentar justificar (conseguirlo es otra cosa) el proceso de saqueo (adelgazamiento de lo público, como les gusta decir a los neoliberales) de derechos sociales que estamos viviendo, por no mencionar también el recorte de derechos civiles fundamentales (que como dice Naomi Klein, es cosustancial a la imposición del capitalismo).


Es indudable que el término «crisis» es neutro, débil, flojo, ni estimula, ni mueve, ni conmueve, pues se recibe como una palabra que denomina una desgracia económica de la cual nadie es culpable o responsable, como algo natural que nos acontece, como si fuera una enfermedad o un temporal. Por ello, cada vez que se utiliza se está haciendo el juego al poder y no impacta al oyente, sino que lo deja totalmente frío, si acaso triste, compungido, paralizado. Sin embargo, si en vez de decir «crisis» constante y machaconamente dijéramos «estafa» (p.e. «Esta estafa que estamos sufriendo»… «debido a la estafa…», etc.), no solo estaríamos utilizando el término adecuado y oponiéndonos al poder, sino que estaríamos estimulando y provocando al tertuliano u oyente, tanto de derechas como de izquierdas, a mo- verse nervioso en el asiento, quizá el primero por sentirse interpelado y obligado a defenderse mediante una contraargumentación y el segundo para asentir e indignarse más de lo que ya estaba. Desde luego que ello ocurre porque el término «estafa» tiene una carga moral y penal indudable, pues está preñada de significado fraudulento, injusto, y por lo tanto enoja, indigna. Y lo que estamos sufriendo no es otra cosa que una estafa en su origen y en su solución.


En segundo lugar, una de las ideas que creo sería conveniente cambiar es la de que es una injusticia que se recorten derechos sociales porque son algo que costaron mucho conseguir a través de luchas, dolor y sinsabores. Que costaron mucho conseguir es cierto, pero no creo que ello sea lo que se debe utilizar para mostrar la injusticia de su desaparición. Costó mucho conseguir algo que era justo, y hubiera sido igualmente justo si no hubiera costado nada conseguirlo. Es una injusticia e ilegítimo eliminarlos porque esos derechos sociales son condición sine qua non para la consecución de la paz social que se persigue mediante el supuesto contrato social que fundamenta la democracia, el contrato social que compromete al cumplimiento de las leyes justas. Es decir, la eliminación de esos derechos sociales (condiciones materiales de existencia) no es otra cosa que el incumplimiento del contrato social y, por lo tanto, invitación a desobedecer las leyes y a tomar, como sea, lo que a todo ciudadano le es propio. Decir esto en cada discurso, creo, sería más movilizador.


Por último, otra idea que creo debería ser parte del lenguaje y discurso de izquierda es la de la «deslegitimación» del Estado, idea que se sigue, como corolario, de lo dicho anteriormente. Pues creo que el Estado neoliberal, magro en derechos sociales y civiles, es un Estado deslegitimado. No me refiero a una deslegitimación sociológica, que también, sino que es una deslegitimación teórica, a priori, por no cumplir el contrato, por no cumplir la función propia del Estado, cual es la de la persecución del mínimo bien común digno, para que pueda mantenerse la paz social.
Repito que creo que hablar con más valentía por parte de la izquierda que con la que se viene haciendo sería mucho más provocador, más movilizador, más clarificador e, incluso, más pedagógico.

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