Patricia Abad, Iñigo Rudi y Olga Risueño
Portavoces de Batzarre

Cataluña: el camino es el diálogo

El PP, haciendo de bombero pirómano con barrabasadas jurídicas y la Generalitat cabalgando sobre una caricatura de referéndum sin garantías, sin la necesaria legitimidad democrática, buscando más el choque de trenes que sume apoyos al independentismo que una salida pactada y votada por la sociedad catalana.



Todo el mundo sitúa la «ruptura» de una gran parte de la sociedad catalana con España entre el año 2006, año del recurso del PP al nuevo Estatut y 2010 con la sentencia contra el mismo. No es hasta esos años cuando todos los estudios sociológicos concluían que solo una minoría en Cataluña apostaba claramente por la independencia. 


Una cuestión tan importante como el marco de autogobierno de una nación como la catalana, tras arduos debates y su aprobación tanto por el Parlamento catalán, el Congreso de los Diputados y tras el refrendo de la propia sociedad catalana, es «cepillado» que diría Alfonso Guerra, por el Tribunal Constitucional. La indignación lógica por este hecho que rompe con el acuerdo entre las mayorías políticas de Cataluña y España, y con la propia sociedad catalana, sumada al nefasto papel del PP y sus satélites mediático/jurídicos, junto a sectores del PSOE, todo hay que decirlo, alimentan unas movilizaciones históricas en torno a la Diada que a las élites nacionalistas de la derecha, siempre tan pragmáticas, no pasan desapercibidas. 

Y llega la crisis. Caen los ingresos públicos, comienzan los duros recortes sociales también de la derecha catalana, se abre el melón de la financiación autonómica, se agrava el desprestigio de las élites políticas, a la corrupción del PP se une la de CIU, y ya tenemos un cóctel inmejorable para alimentar el «España nos roba» y la huida hacia delante como modo de la derecha catalana de parar su propia decadencia política. La combinación de la «cacicada» constitucional impulsada por el PP, y un buen número de agravios del peor centralismo-nacionalismo españolista del PP (con la mira siempre puesta en la pesca de votos en el resto de España, no lo olvidemos) junto al victimismo económico y político exacerbado de las élites catalanas, también por interés electoral, componen el cóctel explosivo. Lo que podría haber sido un nuevo Estatuto con más autogobierno para unos cuantos años, acaba como el «rosario de la aurora». Eso sí, mientras tanto, la derecha catalana mantiene su conflicto permanente con el PP salvo para la agenda «neoliberal» de los recortes, reforma laboral...

 Con todo ello, no sin conflictos internos, las élites nacionalistas comienzan a trazar la hoja de ruta de la «desconexión», sabiendo que nunca habían contado con tanto apoyo popular a la independencia, en torno al 40-50% de la sociedad según la mayoría de estudios, y con cierta prisa ventajista, pues saben que la crisis social y económica y tener al cerril PP en frente alimenta la suma de apoyos sociales, parte de los cuales en otro contexto de mejora económica y social y un gobierno central dialogante, seguramente optarían por vías intermedias. 

De hecho, la combinación de diálogo entre un nacionalismo dialogante con un gobierno central sensato, un nuevo acuerdo para profundizar en el autogobierno, el reconocimiento de Cataluña como nación y la apertura a un futuro referéndum sobre el estatus de Cataluña, podrían ser elementos clave para salir del actual bloqueo de posiciones. Y podría tener la combinación que la haría más democrática; acuerdo entre las «dos mitades» de Cataluña o al menos con una parte importante de la no nacionalista, acuerdo con el Gobierno central y la mayoría del Congreso, aprobación del mismo por referéndum en Cataluña y, probablemente, apertura del melón constitucional para que si un día una parte claramente mayoritaria de la sociedad catalana desea la «desconexión», se pueda realizar un referéndum pactado y con garantías legales siguiendo uno de los modelos más democrático y respetuoso con las mayorías y minorías como el de Canadá-Quebec. 

En el haber de los nacionalistas está el apoyo social que se traduce en una mayoría en el Parlament, la exigencia razonable de que se reconozca a Cataluña como nación, la reivindicación de más respeto, en general, a los elementos centrales de la identidad catalana por parte del Estado, y su legítima pretensión de realizar una consulta con garantías sobre el futuro de Cataluña.

En su debe; un uso interesado y «egoísta» de un victimismo económico respecto a España, cuanto menos discutible, a veces teñido de tintes «xenófobos», falta de una parte de la legitimidad democrática (se presentaron a unas elecciones «plebiscitarias» y, mal que les pese, obtuvieron un 48% del voto) y la «cacicada» en la forma de convocar el referéndum sin pactar, no ya con el Estado, cosa razonable si se quiere llegar a buen puerto, pasando por alto la otra mitad de la ciudadanía catalana y sus representantes legítimos, o una parte importante de los mismos. 

En el debe del Estado-PP y mayoría de medios de comunicación estatales, su cerril centralismo, su nula voluntad de diálogo, su desprecio a la identidad catalana, el uso político de todo ello para captar voto en «España» y su negativa a pactar cualquier vía de consulta a la ciudadanía de Cataluña. En el haber, la defensa de una legalidad que, en todo caso, debería ser posible cambiar si una mayoría clara de Cataluña lo está reclamando.

 Para los próximos días, hasta el 1-O, donde todo indica que será una jornada importante de movilización social, lo razonable sería «templar gaitas», un respeto exquisito a los derechos de la ciudadanía, nula actitud provocadora y ofrecimiento de diálogo sincero. Un diálogo que, si el choque de trenes no provoca un descarrilamiento, debería comenzar al día siguiente, el 2-O.

Pero, tal como se van desencadenando los hechos, vamos justo en dirección contraria. El PP, haciendo de bombero pirómano con barrabasadas jurídicas y la Generalitat cabalgando sobre una caricatura de referéndum sin garantías, sin la necesaria legitimidad democrática, buscando más el choque de trenes que sume apoyos al independentismo que una salida pactada y votada por la sociedad catalana.

Mientras tanto, desde la izquierda tanto catalana como del resto del Estado, haríamos bien en interpelar al diálogo, rechazar claramente las provocaciones y cacicadas de unos y otros, y ofrecer una vía en torno a las premisas expuestas más arriba, que creemos conectan con la mayoría social catalana. La iniciativa anunciada por Unidos Podemos para convocar una «mesa de partidos» está en esa vía que desde Batzarre consideramos absolutamente necesaria.

Según muestran la mayor parte de sondeos y estudios sociológicos, la inmensa mayoría de la sociedad catalana opta por un referéndum, pero también es verdad que una parte mayoritaria expresa que una opción intermedia entre la independencia y seguir como hasta ahora, concitaría más apoyo que la opción independentista a palo seco.

Tres premisas son, a nuestro juicio, imprescindibles: acuerdo interno en Cataluña, pacto entre ambos gobiernos y una salida que sea ratificada en referéndum por la ciudadanía catalana. Vistos los antecedentes, será deseable también una actitud más dialogante por parte del nacionalismo catalán. Y por último, y en primer lugar, ese escenario pasa por desbancar del Gobierno al Partido Popular.

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