Txema García, periodista y escritor

¿Catalunya: cambio climático?

Con muy poca agua en sus pantanos, Catalunya afronta otra sequía de signo bien distinto: el independentismo ha llegado a una situación complicada, por no decir crítica, y ha perdido parte de ese otro líquido tan necesario para llevar a buen puerto sus objetivos, como es un buen caudal de votos de esa ciudadanía que desde hace ya dos décadas, elección tras elección, llenaban sus embalses de votantes.

Los resultados electorales del 12-M lo muestran bien a las claras. La suma de todas las formaciones independentistas (desde la extrema derecha a la extrema izquierda) solo alcanzan 61 de los 135 diputados electos, es decir, un 45% de los escaños y, en votos, aun menos, un 43,1%, con una diferencia de más de 300.000 votos del bloque estatalista sobre el independentista. En solo siete años el independentismo ha dilapidado 850.000 votos, pasando de 2.079.340 a tan solo 1.224.689, y alcanzando los peores resultados desde antes incluso del inicio del Procés.

¿Cambio climático? ¿O será que hay nubes sobre el cielo pero no sueltan agua? Las lecturas sobre este fenómeno «meteorológico» se multiplican. Analistas, tertulianos, agoreros y «aves rapaces» a la caza de cadáveres políticos comienzan ya a disparar sus previsiones atmosféricas en tribunas, estudios de radio y platos televisivos.

Hace ya unos años, junto con Ramón Zallo, catedrático de Comunicación Audiovisual de la UPV-EHU, escribíamos un libro titulado "Miradas en torno al Procés - Del tablero catalán a la encrucijada vasca" (Txertoa – 2018). En él que entrevistábamos a destacados representantes no solo del mundo de la política, la mayoría catalanes y vascos, entre los que se encontraban David Fernández, Teresa Forcades, Jordi Sánchez, Joan Subirats, Joan Manuel Tresserras, Javier Pérez Royo, María Eugenia Rodríguez Palop, Garbiñe Biurrun, Juan José Ibarretxe, Daniel Innerarity, Arnaldo Otegi, Adolfo «Txiki» Muñoz y Mikel Zurbano, ninguno de ellos sospechoso de sentir animadversión por los derechos de una comunidad nacional.

No es momento ni espacio para explicar de forma prolija lo que aquella publicación trató de recoger, pero si traer a colación algunos elementos que, a modo de «hilos argumentales, incluimos entonces y que quizá puedan servir para situarnos en este inclemente clima actual tan tormentoso y plagado de incertidumbres.

La primera cuestión a significar es que, descienda poco o mucho el apoyo a las posiciones independentistas, el Estado español sigue sin resolver su problema territorial... y así lleva cientos de años. Bien sea la conciencia nacional catalana, la vasca o la galega, es innegable que esta situación va a seguir persistiendo mientras no se agarre al toro, nunca mejor dicho, por los cuernos. La gobernabilidad del Estado español ha dependido, depende y seguirá dependiendo, en buena medida, de esta cuestión, para la que no sirven parches o recetas para salir del paso, por mucho que «los médicos malos» apliquen el 155 o «los médicos buenos» impulsen un indulto o una amnistía, como ocurre ahora. En este tema no sirven las terapias radicales «de castigo» ni tampoco las homeopáticas con unas gotas de consuelo, a modo de futuras promesas siempre postergadas de reformular el modelo competencial, la financiación de las comunidades, así como tampoco ofertas de un nuevo café para todos que genera otros agravios comparativos. Lo que no se resuelva ahora volverá a salir como un Guadiana irredento y su cauce se desbordará de nuevo. Sin arreglar la problemática de Catalunya, Euskadi-Nafarroa y Galiza... el Estado español está condenado a ser un territorio en continuo quebranto y litigio.

Ya nada será como antes, se decía en tiempos del Referéndum en octubre del 2017 Claro, tampoco ahora tras las últimas elecciones del domingo. La historia cambia a diario, aunque lo haga con movimientos imperceptibles. Y saber leer los tiempos políticos (también los atmosféricos) es imprescindible para no calarnos hasta los huesos.

Unos pocos apuntes. Esta última derrota del independentismo no es únicamente producto de una cita electoral como la del pasado domingo 12 de mayo. Es la suma de numerosos errores que comenzaron, hace años ya, con la minusvaloración de un enemigo que cuenta con un vasto arsenal de poderes: los fácticos, los represivos, los económicos, los mass media, la judicatura, «el médico bueno», el «médico malo»... También es la suma de aquella otra gran sobrevaloración que tuvieron las élites que condujeron el Procés sobre el comportamiento de una Unión Europea que pensaban les iba a recibir con los brazos abiertos. Ni se la esperaba ni se la espera.

Minusvaloración, por un lado, y sobrevaloración por otro. Un cóctel muy peligroso que suele inducir a graves errores en la lectura de las «condiciones climáticas» y los tiempos atmósféricos en todos los procesos de transformación social y de cambio.

Más allá de esto aparece un elemento central, decisivo: la lucha encarnizada entre la antigua Convergencia (actual Junts per Catalunya) contra Esquerra Republicana (ERC) por hacerse con el control del procés. Es decir, la derecha y la izquierda soberanistas catalanas luchando no frente a un enemigo común sino entre ellas mismas, algo que se ha ido acentuando en los últimos años.

Esta lucha partidista tuvo y sigue teniendo otro efecto muy pernicioso sobre la acumulación de fuerzas independentistas. Si bien en 2017 la sociedad civil organizada de Catalunya mostraba un gran vigor, dinamismo, transversalidad, autonomía y una gran capacidad de convocatoria, con el paso de los años, las luchas por ver quien lideraba el procés entre CiU-Junts contra ERC y viceversa, la fueron esclerotizando y dejando en una posición meramente subordinada a las estrategias de esos partidos. Sin bases con capacidad de autonomía no llega oxígeno a las alturas y prácticamente todo se decide de arriba hacia abajo y todos sabemos que para que llueva tiene que haber evaporación desde el suelo.

Otro elemento que ya se advertía en aquel libro lo comentaba Joan Subirats: «La única gran fuerza del procés es el apoyo de una gran parte de la población catalana y la reacción represiva del Estado que sigue alimentando una dinámica de acción-reacción de la que no logramos salir» y que María Eugenia Rodríguez Palop también interpretaba así: «Los mejores momentos del proceso soberanista en Catalunya han sido aquellos en los que se ha sostenido una movilización social constante».

Las preguntas eran y son obligadas. ¿Durante cuánto tiempo puede una sociedad sostener una movilización social de largo aliento? ¿Indefinidamente? ¿Había interés en las élites políticas independentistas en preparar a la sociedad para una desobediencia civil organizada? ¿Es compatible eso con la verticalidad que asume cualquier poder instituido del ordeno y mando? ¿Sin una unidad real entre todas las fuerzas soberanistas, más allá de sus posiciones de clase, se puede alcanzar la independencia?

Otro apunte más para el recuerdo. Decía también en aquel tiempo Joan Manuel Tresserras que «es evidente que el independentismo únicamente avanzará haciéndose más social» y añadía que «el campo de crecimiento fundamental del soberanismo se va a producir en las grandes áreas metropolitanas». Pues nada más lejos de la realidad porque quien verdaderamente creció en esas áreas fue la opción electoral anti-procés de Ciudadanos que ahora, a pesar de haber desaparecido, no ha significado en absoluto que las formaciones soberanistas hayan podido entrar con fuerza en el gran cinturón industrial de Barcelona, que sigue teniendo una posición abiertamente contraria a la independencia.

Podríamos seguir con el recuento de errores y, también, de aciertos, sobre todo de esa resistencia natural y perseverante que muestran los pueblos. Pero una cosa se presenta meridianamente clara en estos momentos. Se aleja sine die el horizonte de la unilateralidad, del derecho a decir y de un posible referéndum, de una reforma confederal del Estado o, incluso, de una posible revisión del Estatut de Catalunya, perdido ya entre las brumas e isobaras de una tormenta que pasó ya hace tiempo.

Es decir, todo lleva a pensar que con esta granizada de la última noche electoral, las fuerzas independentistas catalanas van a tener que revisar muy a fondo la lectura de los futuros tiempos y, ante todo, leer con detenimiento y más allá de los resultados actuales si el suelo de su proyecto está drenado y es fértil o, por el contrario, aparece con muestras de aridez y sequedad.

Y una última cuestión aludiendo a aquel subtítulo que decía: «Del tablero catalán a la encrucijada vasca». Aquí también, en esta parte del país que es Hego Euskal Herria, más nos convendría aprender de los errores de quienes quieren asaltar los cielos sin pisar la superficie de un suelo que hay que trabajar día a día, sin triunfalismos de ninguna clase, para que llegue el día de una buena cosecha que traiga no solo la independencia, sino, sobre todo, una sociedad más justa e igualitaria.

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