José Luis Úriz Iglesias
Exparlamentario y concejal de PSN-PSOE

Cayetana y la democracia interna en los partidos políticos

¿Por qué no abrir un proceso de reflexión para conseguir que los partidos dejen de ser una maquinaria al servicio de sus dirigentes, una fuente de empleo que genera dependencia y sumisión a quien tiene el poder de repartirlo?

El pasado lunes se produjo un terremoto en el seno de uno de los partidos clásicos de nuestro país, el PP.

El cese fulminante por parte de su líder Pablo Casado de su portavoz parlamentaria Cayetana Álvarez de Toledo, provocó su contundente reacción a través de una larga rueda de prensa, donde no sólo dejó al desnudo el funcionamiento de este partido, sino que por extensión el de todos los que componen el arco parlamentario de este país.

Unos partidos que han evolucionado muy poco desde su aparición en el siglo XIX y cuyo funcionamiento resulta cada vez más obsoleto y alejado de los nuevos tiempos.

Cada vez con más frecuencia, quizás porque mi «tema» dentro del PSOE me ha hecho estar más atento a estas cuestiones, he tenido conocimiento de casos de respuestas pura y duramente disciplinarias, a lo que debiera ser exclusivamente un debate político claro, libre y transparente en un partido político. Este es otro de ellos.

Resulta curioso que hace apenas unos meses este problema surgió de nuevo, con el abandono de ese mismo grupo de alguien tan alejado de ella como Borja Sémper, asfixiado por la falta de espacio a la disidencia interna y externa, desde otro extremo ideológico del propio PP.

Analizando con objetividad las razones que ambos han expuesto, podremos asegurar que resultan ser muy parecidas, por no decir iguales.

Me consta que esta situación de mano dura, se extiende como otra gran epidemia por el funcionamiento interno de todos los partido políticos sin excepción, sean de derechas o de izquierdas, nacionalistas de un tipo o del otro, pro sistema e incluso anti sistema.

Desde VOX a Bildu pasando por PSOE y Podemos, las normas de funcionamiento se parecen como una gota de agua a otra.

Debo reconocer que a pesar de las inmensas diferencias ideológicas que me puedan separar de Cayetana Álvarez de Toledo, coincido casi milimétricamente del análisis que hace sobre el funcionamiento interno de los partidos, así como con sus críticas al mismo.

Quizás la frase con la que más me puedo sentir identificado, sea la que mejor define la pobreza intelectual de los partidos actuales: «el señor Casado considera que mi concepción de la libertad es incompatible con su autoridad».

En ella resume una parte importante de mi larga experiencia de militancia (curiosa definición de la afiliación política) primero en el PCE y posteriormente en el PSOE.

En ambos experimenté la misma dosis de cruel realidad que Cayetana el pasado lunes. Probablemente con la misma conclusión; la libertad es incompatible con ese hecho. Dicho de otro modo; la libertad intelectual es incompatible con la pertenencia a un partido político.

Las siguientes frases que pronunció no hacen sino confirmar esa lamentable experiencia; «un partido político no es un ejército en el que se pueda funcionar con ordeno y mando, ni una secta», «es una forma de esclavitud formar parte de un partido en el que no te puedas expresar con libertad».

Bienvenida al club Cayetana, bienvenida a la cruda realidad. Los partidos actuales, todos ellos, sí son un ejército férreo y disciplinado sin ningún resquicio para la discrepancia, donde se funciona con ordeno y mando. Sí son sectas Cayetana, sí lo son.

Siempre he denunciado, con nulo éxito, la situación en el interior de esos partidos políticos en lo que se refiere a esa falta de democracia interna, incluso he trasladado estas tesis a mis aportaciones en los diferentes congresos del PSOE, cuando aún militaba en él. Lógicamente siempre derrotadas.

Los partidos amiga Cayetana por si no lo sabías aún, ahora ya sí, se han convertido en una inmensa maquinaria electoral desideologizada, en la que prima exclusivamente la disciplina –sumisión en mi opinión y parece que también en la tuya–, cercenando cualquier debate, cualquier disidencia que pueda suponer un peligro para las élites que los dirigen, aunque generalmente la intenten disfrazar con el ropaje de que esa praxis debilita al partido y por ello puede ser castigado electoralmente.

Porque lo normal debiera ser que un afiliado tuviera los mismos derechos de libre expresión como ciudadano que como militante, que las normas básicas que rigen la vida fuera de los partidos se aplicaran también dentro.

Lamentablemente en muchos casos eso no es así, por eso en los últimos tiempos esos conflictos que debieran ser solucionados en clave interna trascienden al ámbito judicial. El último ejemplo se está dando  en el seno de Podemos.

Quizás sea este el momento, aunque sólo sea para recuperar la confianza perdida en el seno de nuestra sociedad que percibe a esos partidos como un peligro, de poner fin a esta situación y emprender una profunda transformación de los mismos. Podría ocurrir que el primero que tenga el valor de hacerlo acabe teniendo un plus electoral inesperado.

Quizás si Cayetana sigue implicada en esa lucha pueda suscitar apoyos complejos. ¿Por qué no crear un grupo de debate y de alguna manera de presión, que lidere ese cambio independientemente de las ideas que en otros aspectos se puedan tener?

¿Por qué no abrir un proceso de reflexión para conseguir que los partidos dejen de ser una maquinaria al servicio de sus dirigentes, una fuente de empleo –curiosamente para los sectores más jóvenes que acceden a ellos y que debieran ser precisamente por eso los más rebeldes y críticos–, que genera dependencia y sumisión a quien tiene el poder de repartirlo?

También deberíamos ser capaces de convertir sus paredes ahora de cemento opaco en cristales transparentes, fomentando la libertad de expresión, los debates activos públicos, rotación constante en su dirección y en sus cargos públicos, incompatibilidad de estos, límite de mandatos, listas electorales abiertas, etc., etc.

Que se conviertan realmente en una maquinaria al servicio de la sociedad, en los que acceder a cualquier cargo suponga un esfuerzo de dedicación a ello  y no una prebenda. En instrumentos que no se limiten a interpretar a la sociedad de manera electoralista, sino que tengan el valor de intentar transformarla, cada cual en su línea ideológica, aunque para conseguirlo pongan en peligro esos éxitos electorales.

De ahí la frase de Cayetana; «Casado me dejó claro que no le interesa la batalla cultural, para mí sí lo es». Ni a Casado, ni a Sánchez, ni a Iglesias, ni siquiera a Otegi o Rufián. Porque a todos ellos solo les interesa ganar votos a cualquier precio.

Por eso a la hora de enfrentarse a esta terrible crisis que nos invade, sería necesario romper con ese corsé electoral que nos obliga al cortoplacismo y tener el valor de afrontar la toma de decisiones con una mirada estratégica.

Ser más imaginativos, audaces, innovadores. Ahora que se habla tanto de este concepto en el campo de la tecnología, de la investigación, de la ciencia en general surge la pregunta: ¿por qué no serlo también en la política?

En estos oscuros momentos que nos está tocando vivir socialmente y en el seno de esos partidos, quienes intentan ser imaginativos, audaces, innovadores, acaban siendo pasto de las llamas de las hogueras preparadas por los nuevos Torquemada.

La Santa Inquisición que pensábamos era propia del pasado, se impone con fuerza en esta época en su interior, como en una segunda Edad Media. Seamos capaces de romper esa inercia y llevarlos al Renacimiento.

Quizás sea éste el momento de abrir el debate con valentía, dentro y fuera de los mismos.

Poner en marcha una revolución pacífica, ideológica, intelectual, democrática, imbuida de libertad.

Ahí estamos, ahí estaremos, ahora sólo falta que más se unan a esta cruzada. La política y la sociedad necesitan esta revolución, porque necesitan otro modelo de partidos políticos.

Cayetana ha vuelto a abrir el debate y muchos aunque pertenezcamos a otras orillas ideológicas coincidimos en estos aspectos. ¿Por qué no actuar juntos? ¿Por qué no dejar a un lado lo que nos separa y centrarnos en lo que nos une? Sería una inmensa aportación al bien común.

Eso sí sería verdaderamente algo revolucionario, gentes de derechas y de izquierdas, nacionalistas y centralistas unidas con un mismo fin: la transformación profunda del sistema de partidos, de la manera en que se comportan y funcionan en nuestro país.

Veremos…

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