Iñaki Egaña
Historiador

Chino cudeiro

El amarillo es un color subversivo, pero en el País Vasco, antes que su uso sea monopolizado por grupos también subversivos, el Ejército español quiere propagar y protagonizar su uso.

En la década de 1990 la telebasura tuvo uno de sus picos de altura con la emisión de un show en el que se recogían diversos acontecimientos, desgraciados todos ellos, que afectaban a concursantes japoneses. Ya se sabe eso de que la desgracia ajena puede provocar el regocijo propio. El personaje ficticio de aquel programa era un tal Cudeiro, en realidad un becario gallego al que pusieron el nombre de «Chino». Y de aquellas emisiones, quedó la nefasta expresión de «humor amarillo».

Hace unos días, mientras acariciaba la brisa mañanera por las riberas del Urumea, sentí una especie de terremoto de baja intensidad en mi cogote. Instintivamente giré el semblante para despejar el origen: una manada de corredores todos ellos con camisas agresivamente amarillas, galopaba por la orilla del rio donostiarra. ¿Una avanzadilla catalana a catequizar a los capitalinos guipuzcoanos?

Los rezagados resoplaban y atrasaban el ritmo. Hecho que me permitió identificar, sin grandes dificultades, el texto incorporado a la parte trasera de las camisetas: «Regimiento de Infantería». La improvisación automática, fruto de nuestro pasado estrictamente animal que nos permite afrontar instintivamente el peligro, me hizo saltar, como un resorte, a la acera más próxima. Pasados unos segundos, el raciocinio humano me hizo recobrar la tranquilidad. Se trataba de los soldados del Tercio Sicilia acantonados en el cuartel de Loiola, en ejercicio mañanero. Acontecimiento habitual en Donostia, aunque los corredores ataviados con otros colores. Eran inofensivos, al menos ese día.

De inmediato me atrapó aquello del humor amarillo.

En territorio español, lo que en un lugar posee un significado, en otro puede traducir el contrario. Para Madrid, el amarillo es símbolo independentista, demócrata, y por eso es prohibido en partidos de fútbol, baloncesto, sucesos institucionales… hasta el punto de que el Trío de Atapuerca realiza una campaña pública y sistemática para eliminarlo de cualquier escenario, del arco iris si hiciera falta.

Por eso me resultó llamativo el uso del color amarillo por parte de la Fuerza Armada en un acto trivial como es el del ejercicio matutino para mantener en forma a la tropa. Hasta que llegué a la conclusión acertada, tras caer en mis manos algunos documentos confidenciales. Efectivamente, el amarillo es un color subversivo en Cataluña y en Madrid (especialmente en los alrededores del Tribunal Supremo). Pero en el País Vasco, antes que su uso sea monopolizado por grupos también subversivos, el Ejército español quiere propagar y protagonizar su uso. Una especie de confraternización para evitar males mayores.

La confraternización con la población autóctona es un hecho histórico ya desde aquellos manuales como el de la “Pacificación de las Provincias Vascongadas” del siglo XIX, hasta el Plan Zen de finales del XX y el Plan Zene (Zona Especial del Noreste) del XXI. Por las buenas o por las malas. Desfilando amigablemente entre la población capturada o sojuzgada, o juzgándola en tribuna pública como si se tratara de peligrosos delincuentes.

Y así es, aunque parezca una ironía. Eso es lo que tienen los ejércitos de ocupación. Que, al intentar sintonizar con la población autóctona, a veces no pillan en su justa medida el valor simbólico de colores, banderas o himnos. Que a veces no aciertan a la hora de transmitir sus propios valores a la población del territorio ocupado. Porque, efectivamente, usos y costumbres de unos y otros son diferentes, en ocasiones radicalmente diferentes. Por eso, salté a la acera contraria cuando recibí en mi cogote el aliento de la tropa, aunque el color de su uniforme deportivo fuera amarillo.

Una sensación similar, esa del intento de confraternización, me había llegado un mes antes con diversos movimientos de los animadores del Memorial de Gasteiz, esos que incitan a hacernos creer que la violencia ha sido una herramienta única de la disidencia vasca y que el resto (la del Estado) es mentira. Han traducido algunos de sus textos al euskara, también para confraternizar con los autóctonos, y han regalado algunos de sus libros a las bibliotecas de la Comunidad Autónoma, para extender unas ideas que a pesar del esfuerzo que hacen, en especial a través de Vocento, apenas tienen eco entre los humanos de esta región de la Europa occidental.

En el fondo de la cuestión catalana, y vasca por extensión, se encuentra el hecho de que el problema identitario no tiene que ver en absoluto con las llamadas naciones periféricas, sino que es un problema español. Conceptual. No acabo de encontrar textos bíblicos o coránicos, ni cartas internacionales, ni documentos universales, ni ninguna traza en la secuencia del genoma humano, ni siquiera restos arqueológicos, en los que se cuente categóricamente que España es una y no veintiuna como avivan los seguidores del Trío de Atapuerca. Que España es una entidad indivisible, en definitiva.

Y esa contrariedad está en el origen de un proceso que se antoja, al margen de cualquier gesto antidemocrático definido en los sistemas políticos al uso, fuera de toda la lógica que impone nuestro cerebro de 1.200 centímetros cúbicos de capacidad craneal. No tiene lógica que, por ejercer el voto, es decir expresar una opinión, estén siendo juzgados 12 políticos catalanes.

No tiene lógica que el amarillo sea declarado color subversivo. No tiene lógica que unos agentes que pegaron a diestro y siniestro a quienes ejercían su opinión, sean presentados ahora como víctimas de una conspiración violenta. No tiene lógica que unas cuadrillas de desalmados impriman su cohesión gritando el «A por ellos» para condicionar el voto futuro.

Eso es lo que tiene España. Que a quienes hemos seguido los cambios evolutivos de una manera racional, tal y como marca la genética, seguimos sin entender su humor amarillo. Seguimos sin comprender que el desarrollo político y argumental del España Una sea tan escueto como un «porque sí».

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