Xabier Barber del Río

Concretando: ¿qué hacemos desde abajo y a la izquierda?

En Euskal herria tenemos una herramienta infrautilizada: la Carta de Derechos Sociales. En su seno hay varios sindicatos y multitud de agentes sociales. «Solo» necesitaría mejorar tres cosas para jugar un papel importante en activar una dinámica que nos conduzca hacia ese cambio imprescindible.

Estos días es aún más evidente que cambiando una serie de cosas viviríamos mejor. Quienes queremos un mundo mejor tenemos una ocasión idónea para dar pasos importantes. Están surgiendo reflexiones teóricas al respecto; indispensables. Esta quiere concretar qué hacer.

Estar en condiciones de aportar presupone una situación individual de salud. Cuando la enfermedad nos acomete, bastante tenemos con recuperarnos. Nos lo decía Eneko Landaburu en un folleto inolvidable: "¡Cuídate compa!".

Una alimentación adecuada, una cotidianidad con el mínimo de estrés, reposo suficiente, ejercicio diario, estancia en espacios naturales… nos ayudan a mantener un sistema inmunitario equilibrado y unas capacidades mentales y físicas óptimas.

Hay unos aspectos mínimos que mejorarían nuestra alimentación. Eliminar los azúcares refinados (bollería industrial, aditivos varios, bebidas gaseosas, helados industriales…). Sustituir las harinas blancas (pan, pasta, galletas…) por productos elaborados con harina integral. Reducir la ingesta de proteína animal, carnes especialmente, y sustituirla por legumbres y cereales integrales en grano. Reducir los zumos y tomar la fruta completa. Comer alimentos frescos (hortalizas y frutas) y producidos localmente, en su temporada, eliminando los ultraprocesados, congelados o traídos de lejos.

Cuidemos nuestro entorno humano. Somos interdependientes; no sobreviviríamos mucho tiempo en soledad. El reparto de los trabajos conlleva repartir el doméstico y el de cuidados entre las personas que de un modo u otro convivimos.

Y el entorno natural. Dependemos de la naturaleza. La agroecología está en auge; hay que darle un gran empujón. Comer ecológico (sin abonos inorgánicos, pesticidas y plaguicidas químicos…) redunda en mejorar nuestra salud y también la del medio ambiente, que buena falta le hace. La soberanía alimentaria es un objetivo a medio plazo. Nuestro papel al consumir es fundamental: consumamos productos de cercanía, en circuitos próximos a quienes los producen, en cooperativas de consumidores o tiendas locales. Comprar en las grandes superficies tendría que ser la excepción y su futuro, renovarse o desaparecer.

Actuemos también colectivamente. Vivimos en un sistema (el capitalismo) en el que una minoría acapara los recursos. A la vez que cambiamos nuestro modo de vida (consumista, dilapidador de recursos, gran generador de residuos, individualista…), cuestionemos los poderes: las grandes corporaciones cuyo objetivo es el beneficio; el ámbito financiero, improductivo, dominado por ellas y puesto a su servicio; la mayoría de las instituciones, controladas por partidos afines. Darle la vuelta hacia un sistema donde las personas estén en el centro (sin olvidar cómo tratamos al resto de los seres vivos).

Eso necesita, imperiosamente, organización. Que tú, que yo, que muchas personas nos organicemos. Hay una gran red de grupos activistas; de sindicatos a asociaciones de barrio, pasando por grupos feministas, ecologistas, de acogida, pensionistas, animalistas… En alguno de ellos podemos participar. Y que se coordinen lo mejor posible.

En Euskal herria tenemos una herramienta infrautilizada: la Carta de Derechos Sociales. En su seno hay varios sindicatos y multitud de agentes sociales. «Solo» necesitaría mejorar tres cosas para jugar un papel importante en activar una dinámica que nos conduzca hacia ese cambio imprescindible: actualizar sus objetivos, debatir y poner en marcha una estrategia para ir avanzando en su consecución y repensar su modo de funcionamiento (por un lado, más horizontal, a la vez que no pierde efectividad; por otro, ver cómo relacionarse con los sindicatos y grupos que no forman parte de ella, ofreciéndoles de inicio incorporarse).

Su programa (objetivos) parte de poner a las personas en el centro: inversiones en la sanidad pública (y reflexión abierta sobre su papel, más preventivo que el actual; reducir el espacio de las farmacéuticas…) y en la parte social de los cuidados (más y mejores residencias públicas, apoyo a las viviendas colaborativas, atención a personas dependientes).

Medidas de reparto de la riqueza: reforma de los impuestos, de modo que quienes más tienen, paguen más (patrimonio, grandes fortunas, tramos superiores del IRPF, IVA de los productos de lujo…), tasa Tobin a las transacciones financieras, IVA de las empresas transnacionales, control de los paraísos fiscales y otros modos de fraude fiscal… Instauración de una Renta básica universal, no condicionada, que aporte los mínimos vitales a todas las personas. Pensión mínima de 1.080 euros.

Y medidas de reparto de los trabajos: jornada semanal de 30 horas, promoción de los contratos de relevo, promoción de experiencias de reparto del empleo, jubilación a los 60 años… Formación en igualdad para el reparto de los trabajos domésticos y de los cuidados. Fin de la precariedad laboral.

El modelo productivo (y el de consumo propio, más sobrio) debe cambiar radicalmente: productos necesarios y modos de producción menos contaminantes y con menos residuos. Se promocionará la producción local, previa planificación diversificada; se sancionará la obsolescencia programada. La agricultura y la ganadería intensivas y a gran escala, dañinas para el medio ambiente, perjudiciales para la salud, precisan límites inmediatos y debatir su futuro a medio plazo.

Por nuestro bienestar y por su influencia perniciosa en los países empobrecidos, hay que eliminar lo relacionado con la guerra: polígono de tiro de las Bardenas y fábricas de armas, con compensaciones y reconversiones. Y en los presupuestos públicos, ni un euro para la guerra.

Exigir a las diversas instituciones la no intromisión en los países empobrecidos; solo ver cómo ayudar a recomponer lo que durante años se ha destruido. Y mientras la emigración siga siendo obligatoria (hambrunas, guerras, destrucción de hábitats y culturas de los pueblos en nuestro afán expoliador, catástrofes naturales) y teniendo en cuenta el papel nefasto de los países enriquecidos, invertir en redes de acogida que palien los terribles efectos que sufren las personas desplazadas. Y papeles para todas.

Hay otros asuntos a debatir y desarrollar: creación de empleo en la producción de alimentos (promoción de pequeñas unidades productivas, repartidas por el territorio); otra ordenación territorial que anime a vivir en y del ámbito rural (descentralización de servicios…); creación de empleo en sectores ahorradores de energía (promoción del tren público y social, desechando el TAV y reduciendo el transporte por carretera; aislamiento de edificios…); relocalización de producciones en función de necesidades locales; limitación del turismo depredador, hacia dentro y hacia fuera; replanteamiento de los modelos educativos; nacionalización de la banca o, al menos, reintroducción de bancas públicas; nacionalización de las grandes empresas energéticas y promoción de las cooperativas de producción y consumo de energías renovables.

Ir avanzando en la consecución de estos objetivos precisa debatir y adoptar una estrategia. ¿Cómo acumular fuerzas? ¿Cómo interesar y hacer partícipe a amplias capas de la población? Hoy por hoy, el papel de diversas instituciones es importante en la sociedad; la Carta (y el movimiento social en general) tendría que tener en cuenta con qué partidos políticos interactuar, cuándo y cómo.

En resumen: cuidarnos, cuidar nuestros entornos y profundizar lo más colectivo. Sin prioridades; si alguno de los aspectos falla, los otros retroceden. Hay que hacerlo a la vez.

No es una carta a Olentzero. Solo una aportación incompleta de medidas a implementar; a desarrollar y mejorar (ampliar, ordenar, poner plazos y prioridades). El debate urge; la crisis anterior nos dejó bastante malparadas y esta pandemia y sus efectos nos plantean retos aún mayores. Hagamos caso al aviso; si no, vendrán tiempos peores. También podemos salir mejor; en buena parte, está en nuestras manos.

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