Contestando a Zabaleta
En cuanto a las argumentaciones y hechos que utilizamos en nuestro artículo, objeto de su réplica en NAIZ, comprobamos que se ha limitado a negarlas sin aportar hechos e ideas que las rebatan. Se refería genéricamente a cantidad de edificios que, como los Caídos, en su día fueron resignificados, pero no cita ninguno. Tampoco apoyaba su afirmación con esculturas de fascistas o golpistas, mostrando que fueran resignificadas en alguna ocasión. Se le propuso resignificar el símbolo de ETA como mensaje de paz, pero ni lo citó. Vale. Le ofrecemos otra oportunidad. Siguiendo la técnica de resignificación de los ready-made de Duchamp, podría resignificar una ikurriña. Quizás, consiga convencer a los de Vox, al PP, a Jiménez Losantos, a H. Tertsch y demás galopines del discurso negacionista, de que la ikurriña es una enseña que invoca la paz y la reconciliación.
En la parte que rechazábamos la injusta equidistancia en su tratamiento de las víctimas en Navarra, diremos que se limitó a calificar nuestras reflexiones de forma despectiva como lucubraciones. No nos sentimos ofendidos. Debe saber que la raíz etimológica de «lucubrar» viene de luz.
La parte central de nuestra reflexión la ha descontextualizado de tal modo que desvirtúa su contenido y significado. Se limitó a reproducir nuestras palabras, sacadas de su contexto, presentando como corolario de nuestro argumento la siguiente cita: «En fin. Reconozcamos que en la defensa de la demolición del monumento no nos olvidamos de nuestros familiares asesinados. ¿Cómo no hacerlo? El edificio evoca la exaltación de quienes fueron sus asesinos, los golpistas, y, por tanto, la humillación permanente de sus víctimas. ¿Es a esto a lo que llama Zabaleta prostitución? Si es así, no tenemos ningún problema en aceptarlo».
Olvidó conscientemente la reproducción de la premisa de este fragmento, la cual, siguiendo la injusta lógica equidistante entre las víctimas que Zabaleta defiende, afirmaba: «Lo que significa que quienes defendemos la memoria y la verdad de nuestros familiares asesinados somos unos proxenetas que explotamos sus asesinatos para defender la demolición del monumento». Desde luego, la coletilla irónica final ni siquiera la olió: «¡Quién fuera a decirlo!».
Conviene dejar claro que no fuimos nosotros quienes tuvimos el mal gusto de asociar la palabra «prostitución» con el de las víctimas. Fue él quien sostuvo que quienes defendíamos la demolición de los Caídos éramos unos proxenetas, porque estábamos utilizando la memoria de las víctimas de nuestras familias asesinadas como argumento fundamental de su derribo. Y de este tipo de prostitución nos hacía participar a quienes defendemos la memoria de los asesinados por los carlistas con la de quienes defienden la memoria de los sublevados carlistas en el frente bélico.
En su último artículo, publicado en este medio, ha terminado por reconocer que «la verdadera prostitución fue el golpe y la dictadura». Volvemos a disentir. El golpe y la dictadura fueron una fábrica carlista de crímenes en serie en Navarra. Y no se puede olvidar que el edificio de los Caídos siguió siendo protagonista de actos y celebraciones habituales de los golpistas hasta entrados los setenta, sin olvidar sus ceremonias mensuales de la Hermandad hasta hace bien poco.
Reivindicaba también «la dignidad de la memoria democrática». Nos gustaría saber −no que la explicase Zabaleta−, en qué consiste dicha memoria y cómo funciona si se aplica al debate del monumento a los Caídos. Porque mucho nos tememos que dicha calificación terminará por convertirse en un nuevo maniqueísmo terminológico que clasifique a quienes defienden el mantenimiento resignificado del monumento y, por tanto, poseedores de una memoria democrática y digna, mientras que los que defienden su demolición seguirán recibiendo la calificación de proxenetas o talibanes, que es la opinión que tiene la derecha y que, paradójicamente, no parece ser gran animadora de la defensa de tan digna democracia. Ni de la memoria a secas. Sabido es que la derecha es más partidaria del olvido o de la memoria equidistante entre todas las víctimas. Peor aún, siguen considerando a los sublevados y muertos en la guerra como héroes. A las víctimas del carlismo ni se las nombra,
Desengañémonos. Esta retórica maniquea solo generará un nuevo campo de lucha, esperemos que incruento, creado por una memoria democrática frente a otra antidemocrática, una memoria digna y otra indigna.
La memoria no es democrática, ni fascista. Ni es digna, ni indigna. Cada cual tiene la memoria que ha soportado en función de su inteligencia emocional a lo largo de la vida. ¿Y la que merece? Sin duda. Pero ahí está la memoria selectiva con la que cada cual hace de su capa un sayo, sobre todo si se trata de manipular datos en beneficio propio. ¿Y será por culpa de la memoria? No. De lo indignos o éticos que seamos. La memoria es inocua y no basta para ser demócrata, ni personas dignas.
Para actuar de un modo u otro se necesita más que memoria. Y, si actuamos en función de nuestros recuerdos y actuamos mal o bien, no será por culpa de la memoria, sino de nuestra voluntad. Nadie actúa del mismo modo, aunque el bagaje de su memoria se alimente de los mismos recuerdos, porque los interpretará de distinta manera. No hay memoria digna o democrática, sino personas dignas y demócratas, que, en términos kantianos solo lo serán actuando, pero no en función de lo que piensan o dicen sobre la democracia o la dignidad.
El conflicto al que nos enfrentamos no deriva de la memoria, ni del olvido, ni de la reconciliación, ni de la resignificación o momificación de un monumento, aunque todo ello forme y conforme su palimpsesto, es decir, su entramado histórico, que, cuando es fagocitado por una ideología, bien sabemos dónde terminará, pasto voraz partidista.
Así que repetiremos nuestra posición en este asunto, actitud que no hemos modificado desde 1978. No es comparable ni equiparable el pensamiento del homicida y de la víctima, ni, por tanto, puede decirse que sean igualmente respetables. El derecho a la memoria de ambas partes no es el mismo. El derecho a la memoria de la víctima es como mínimo justicia reparativa; en cambio, no puede existir el derecho a la memoria del pensamiento homicida, porque es dar continuidad e injusta legitimación al homicida, con cuya memoria, pensamiento e ideología, solo cabe humano desprecio, justa desafección democrática y reprobación ética moral perpetua. Resumiéndolo con una ecuación: «Golpista=pensamiento homicida». Recuerde o no recuerde, resignifique o momifique. Hable de dignidad o de democracia. Será siempre un criminal.
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