Juan Carlos Pérez Álvarez

Contra los puros del carnaval africano en Getxo

No podemos caer en un reduccionismo, ni en veleidades de que cuando se acuse a los europeos de imperialismo, debamos bajar la cerviz ante los nuevos amos de lo políticamente correcto.

Ante todo y sobre todo debemos empezar diciendo que es una fiesta, que son niños y que es carnaval. Porque la gente se empieza a poner intensita para poder tener notoriedad y explotar una carta racial que no podemos tolerar, sea importada de otro contexto cultural que nos es ajeno, pues en el nuestro la integración es la norma de prevalencia a diferencia del extrañamiento cultural anglosajón. Primero de todo señalar que las razas humanas no existen. No hay razas, no podemos aceptar el marco mental del opresor, en este caso, del racista, pues se equivoca. Incluso se puede decir que todos tenemos el mismo color de piel, lo que cambia es la intensidad y el pigmento, pero esa sería otra historia. Segundo, hemos de señalar que no podemos aceptar que se nos diga en carnaval que se puede o no se puede llevar, pues el concepto de carnaval es el de la desinhibición antes del recogimiento de la cuaresma que desemboca en la semana santa. Y esto en África lo conocen bien, pues, por un lado, hay una abundante población cristiana y por otro, hoy en día, la religión más perseguida y en más auge es la cristiana, debido en buena medida al éxito de lo contracultural, y de ir contra el poder, sobre todo en países de mayoría oficial islámica. Ese elemento contracultural que se incluye en un carnaval que se podría definir con un vocablo muy botxero, como es el de chirene. Que aprendan de él y con él. En comidas a escote, el que recoge la tela y paga, siempre pierde dinero. ¡Ah! Pero… Cocina apagada, fábrica de broncas.

Tercero, si nos metemos en el asunto de que una ikastola quiere concelebrar todos juntos el carnaval con la temática africana como nexo común de este año, hemos de recordar que la realidad africana es compleja y múltiple, es un gran continente con gran historia, que van desde el Imperio de Mali, pasando por los Dogon, pero también Abisinia, Cartago, y, por supuesto, Egipto. No podemos caer en un reduccionismo, ni en veleidades de que cuando se acuse a los europeos de imperialismo, debamos bajar la cerviz ante los nuevos amos de lo políticamente correcto. Esa factura está pagada. Como lo estaría en principio ese millón de blancos secuestrados para el tráfico de esclavos entre los siglos XV y XVIII, el millón de judíos expulsados de países árabes entre 1948 y 1968, que el asiento de negros en el atlántico fue sobre todo británico y portugués, que sin negros y árabes habría sido imposible el tráfico de esclavos entre África y América. Y sin entrar en la kafala. La memoria, para ser tal, ha de ser completa, íntegra, sin huecos sobrevenidos. Cuarto, por tanto, el respeto en una fiesta irrespetuosa e irreverente está de más, amenazar con medidas legales dentro de un marco de desenfreno controlado, donde estereotipos van a ser usados en todas las direcciones con la mejor de las intenciones, es un elemento que no se puede aceptar en una sociedad sana que se precie, donde ya sabe donde se encuentran los límites, donde se conoce hasta donde se puede ir, en buena lid, para una provechosa convivencia. Son los perfectos, los meapilas de lo políticamente correcto los que aguan el delicado equilibrio de una tradición bien llevada y acompañada que, en este caso, en un simple carnaval en una ikastola en Romo, por el qué dirán, se va al traste, con el consiguiente disgusto de unos niños que ya tendrán la oportunidad de conocer las grandezas de África, como también de Europa o de América. Saber el contexto en el que uno se mueve es esencial, y tener la piel tan fina, en un modo de actuar igual a un embudo, denunciable. Señores míos, repruebo su conducta. Que no se vuelva a repetir. Deo gratia. Amen.

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