Guzmán Ruiz Garro
Analista económico

Contrapuntos y migración

Lo que es seguro es que la izquierda tradicional tiene que reubicarse, reconvertir su discurso signado por los partidarios de las caducas propuestas socialdemócratas

La migración provoca, además alteraciones de las estructuras demográficas, modificaciones de las condiciones económicas, culturales y políticas, amén de las personales. Veamos algunas de las consecuencias de la emigración internacional en los países de origen a fin de contradecir las valoraciones idílicas con que gratificamos a nuestra conciencia pro-acogida.

Las personas emigrantes, en la mayoría de los casos, son jóvenes y, consiguientemente, en edad productiva y reproductiva. Los países receptores, obviamente, se rejuvenecen, y los de procedencia, se envejecen. Cuando emigran más hombres que mujeres o inversamente, se provoca un desequilibrio evidente que afecta a los mercados laborales, a los roles y a las relaciones de género. El éxodo da también origen a las llamadas familias transnacionales. Unidades convivenciales donde los miembros, aun viviendo en países distintos, son capaces de mantener vínculos, sentimientos de unidad y una visión colectiva.

Si considerásemos desde el punto de vista más entusiasta que las remesas recibidas tienen un efecto beneficioso porque cubren las necesidades básicas de los hogares rurales en los países exportadores de mano de obra, nos olvidaríamos de la necesidad de optimizar esas partidas para potenciar también el desarrollo económico de las comunidades de origen. Ahora bien, el destino del excedente de divisas, si lo hubiere, raramente se destina a proyectos solidarios o a la generación de infraestructuras vitales. Además, pensar que los migrantes tendrán un excedente de su sueldo para enviar divisas a sus países, sin que suponga llevar una vida puñetera en el país acogedor, sí que es de un optimismo arrollador.

Tanto si se trata de trabajadores cualificados como de personas sin formación académica o profesional, la pérdida de población merma significativamente el potencial productivo de las comunidades de origen. Si la salida es de personas derivadas de sectores muy específicos de un incipiente tejido industrial, se convierte en una calamidad. Las pérdidas en el mercado de trabajo nacional por la mano de obra migrante se agrandan porque no se recupera la inversión pública que representa la formación del migrante cualificado. De esto, aquí, sabemos mucho. La precariedad en el empleo, la falta de perspectivas profesionales, la escasa inversión en investigación y proyectos de desarrollo propios, son algunos de los hándicap que nos convierte en país exportador de talentos y trabajadores muy cualificados. Incentivar la inversión productiva en las comunidades expulsoras para que las personas más jóvenes y capacitadas no emigren en busca de mejores oportunidades, a todas luces, sería muchísimo más solidario que los buenismos de acogida sin análisis de los efectos de esta.

Veamos ahora algunos de los efectos derivados de la migración en los países occidentales receptores. A menudo, se arguye que, por causa del exceso de inmigrantes, se eleva la tasa de desempleo y se menguan los salarios de los trabajadores nativos. Desmenuzando este argumentario, en primer lugar, diría que, en muchas ocasiones, la demanda de mano de obra se centra en trabajos penosos, poco cualificados y de baja remuneración, empleos éstos que los obreros nativos no están dispuestos a aceptar. Otras veces, los inmigrantes con cierta especialización se emplean en actividades de menor rango. Hablaríamos pues de una complementación, más que de una usurpación de funciones.

Puestos a meter el dedo en la llaga, por aquello de los contrapuntos, expresaría también que la excesiva mano de obra que contribuye a que haya sueldos bajos, además, repercuta en que las clases sociales medias y bajas se desincentiven dado que los subsidios y los salarios misérrimos se emparejan.

La evaluación del coste de la inmigración extranjera es el nudo gordiano de toda discusión sobre esta cuestión. Sin un balance oficial de costes y beneficios, sería un atrevimiento emitir juicios. Por ejemplo, habría que tener acceso a las tasas conjuntas de paro y empleo sumergido de los trabajadores de origen y de los emigrantes. Hay nacionalidades inmigrantes que se integran mejor y diferentes niveles de asertividad y de actitud colectiva. Recurriendo a las cifras oficiales publicadas, la tasa de los chinos residentes en el Estado, afiliados a la Seguridad Social, «por mil personas en edad laboral es mayor que la de los españoles».

De la inmigración no todas las clases y segmentos sociales sacan el mismo provecho. Yo apostaría por la tesis de que el fenómeno migratorio no responde a motivos de solidaridad, ni «a los intereses generales de los ciudadanos», más bien al provecho de las grandes oligarquías económicas. Doy por buena la aseveración de que los trabajadores extranjeros son contratados porque son más baratos, con el fin de tensionar los salarios a la baja y aumentar los beneficios de los empresarios que no saben conseguirlos en base a la creación de valor añadido.

Haríamos bien en revisar ciertas teorías graníticas sobre la migración, al menos para que se abra el debate. Podríamos empezar por las tesis de una parte de la izquierda que equipara ser anticapitalista con ser antiglobalista, proclamando una vuelta al estado nación y a la protección soberana de los mercados nacionales bajo un preservador sistema público de bienestar, añadiendo que el verdadero internacionalismo consiste en el apoyo de planes de desarrollo para los países expulsores de trabajadores. Con este discurso se enfrenta a los presupuestos tradicionales del neoliberalismo y carga contra una economía más libre y desregularizada que ha permitido la fuga de fábricas y la precarización del empleo.

O quizás iniciaríamos refutando contundentemente esas teorías, porque las restricciones sobre la inmigración no resolverían los problemas traídos por la globalización. Las estrategias de racialización de la clase obrera que asume esta parte de la izquierda europea podría darle, en el mejor de los casos, un respiro electoral, pero la clase se constituye en la lucha y, en ésta, los trabajadores inmigrantes, indudablemente, son compañeros de viaje, no son el enemigo. Lo que es seguro es que la izquierda tradicional tiene que reubicarse, reconvertir su discurso signado por los partidarios de las caducas propuestas socialdemócratas, so pena de que la derecha y la extrema de derecha, con sus peroratas oportunistas, le tiznen más la cara y la vacíen de votos.

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